Quinquén: Tierra de zorros y piñones
<P>Ancestrales tierras pehuenches en la zona de Lonquimay -y próximas a las lagunas Icalma y Galletué-, hoy se abren al turismo a través de un parque donde la conservación, pasiajes y el contacto con la cultura local son sólo algunos de sus atractivos. </P>
LAS PRIMERAS TIERRAS ancestrales devueltas a comunidades Pehuenches con el regreso de la democracia se han transformado hoy en un territorio de conservación indígena, que alberga 15 mil hectáreas de araucarias nunca explotadas y un proyecto de ecoturismo incipiente. Emergiendo a la sombra de gigantescos troncos, pequeñas araucarias de un color verde aún muy claro -y no más de 15 centímetros de alto- se asoman a la luz, comenzando un largo proceso de cientos de años para transformarse en aquellos imponentes árboles que muchos sólo conocen por libros.
-Lonko, ¿cuántos años tiene esta araucaria?
-¿Esa? Unos dos años, creo yo.
-¡Dos años! Pero si es tan chiquitita.
-Ese pewén es un brote nomás.
-¿Y qué significa eso?
-Que tiene harto que aguantar para llegar a ser grande.
"Harto" significa para el Lonko Ricardo Meliñir, el frío -que puede llegar a los menos 25 grados-, el viento y sobre todo la nieve, que el pasado invierno los tuvo aislados casi dos meses y que les impidió a los niños de la comunidad que estudiaban en Lonquimay volver a sus casas durante todo ese tiempo. Y es que Quinquén, en la Región de La Araucanía, es un lugar de asombrosa belleza, pero donde hay que ser muy fuerte para sobrevivir.
Ahora, preocuparse sólo de las inclemencias del clima es para el lonko y la pequeña araucaria una suerte. Aún se recuerdan vívidamente los años de pugna con la Sociedad Galletúe, la forestal que compró los terrenos de Quinquén para explotar la araucaria y demandó al Estado para terminar la prohibición de cortarla, que regía desde 1976 cuando fue declarada monumento nacional, consiguiendo durante algunos años su objetivo.
Una historia que ya es parte de la tradición oral que se comparte a cada momento en Quinquén, en cada caminata, cabalgata o "matetún" (donde a la conversación se le agrega un mate bien caliente para amenizar), y que ahora Juan Carlos, hijo del lonko Ricardo, recuerda de pie sobre el tronco de una araucaria derrumbada. Ellos mismos tuvieron que cortarla -aserruchando durante horas-, para evitar la propagación de un incendio que se inició en los antiguos terrenos de la forestal, amenazando con destruir todo el bosque.
Y es que cortar un pewén, el árbol sagrado que provee la principal fuente de alimento de la comunidad (el piñón), es algo muy serio. La voz dolida del lonko acusa una herida de años de peleas e intentos de desalojos: "Es que compraron el terreno con gente y todo, por eso decimos que les salió tan caro", dice luego en broma, tomando mate en la ruca.
Los cuatro zorros
Son muchos los animales que pueden verse en Quinquén: cóndores, pumas, cernícalos, carpinteros negros, entre otros, aunque como siempre en estos casos son esquivos al contacto humano. Pero siempre se puede ver zorros: a los Meliñir, claro, cuyo apellido significa en español "cuatro zorros". Ellos no son esquivos a los katripache (gente de afuera), y aunque a veces se les nota medio nerviosos cuando se les hacen preguntas, transmiten un enorme entusiasmo al contar sus epew (tradiciones orales) sobre el peñi (puma, hermano) y cómo el astuto zorro lo engañaba para comerse su comida.
Los Meliñir son el clan y familia que sustenta la comunidad de Quinquén. Y sí que son astutos. Apoyados por distintas ONG, como Codeff y WWF, han diseñado un plan de desarrollo ecoturístico que les permite combinar sus ingresos por la recolección del piñón y la venta de sus productos derivados con una oferta de 10 senderos para caminatas y cabalgatas, complementados además con almuerzos tradicionales y actividades culturales.
Cada sendero, asignado a un miembro de la familia Meliñir, tiene un nombre e historia particular: en uno se conocen los bosques de Robles, en otros de lenga o ñirres, y así en cada uno se construye un pedazo en la vida de la comunidad, una máquina aún muy artesanal, pero perfectamente planeada, donde Alex Meliñir, gerente de la cooperativa Pehuenche, administra los recursos y actividades para que los ingresos generados se repartan equitativamente en todas las familias.
También han contemplado la conexión de los senderos con el Parque Nacional Conguillío y la Reserva Nacional China Muerta, además de la zona de Malalcahuello, donde se ubican las termas del mismo nombre, como parte de una estrategia de integración turística. Sin embargo, el punto de inicio natural de la experiencia de Quinquén es la Hostería Follil Pewenche de Lonquimay, administrada por Sergio Meliñir, otro de los "cuatro zorros".
Piñonlandia
Alimento básico de la subsistencia pehuenche, este fruto de la araucaria se las ha ingeniado para colarse en todas las preparaciones posibles: budín de verduras con piñón, flan de piñón, sopaipillas de piñón, cocadas con piñón, quiche de piñón, muday (licor) de piñón, creaciones de Alicia Infante, Margot Marihuán y Delfina Torres, mujeres de los Meliñir y que han llevado la gastronomía de Quinquén a nuevo nivel con su cocina. Infaltable es el asado de cordero -que justifica muy bien su espera- acompañado por supuesto de un puré de pinón. Margot y Delfina presentan sus productos tímidamente, pero acuden rápidamente para atender el requerimiento de cualquier turista. Aunque hay vino, la alternativa no alcohólica sorprende por su simpleza y exquisito sabor: un agua de menta, miel y limón.
Además del piñón, en Quinquén se recoge del bosque el naporr (lechuga silvestre), el digüeñe, changle y llaullau (hongos) y la murtilla, con las que se hacen variadas preparaciones que incluyen conservas, dulces y licores. Esto se complementa con la artesanía local, basada en la lana de oveja, el cuero de los animales, la madera y el picoyo -resina de la araucaria- que Paulina Huaiquillán, esposa de lonko, orgullosa, no para de promocionar.
Luego del almuerzo, la actividad perfecta es una cabalgata. Juan Carlos Meliñir conoce muy bien a todos sus caballos y asigna cada uno a los visitantes con ojo clínico. El va arriba de una yegua cuyo potrillo la persigue todo el camino llamándola con agudos relinches, mientras se interna en un bosque de robles. Desde lo alto se consigue una increíble vista del Lago Galletué y todo el valle de Quinquén. También se ve el Lote B, aún perteneciente a la forestal, con quien se negocia un paso de servidumbre que daría un cierre definitivo a la pugna con la empresa.
Entre ellos, los Meliñir no hablan winkadungun (castellano). Hablan mapudungun, su lengua, que utilizan también para hacer una rogativa antes de comenzar cada sendero, pidiendo por la protección del bosque y los caminantes. Es en ese instante cuando la comunidad le recuerda al visitante dónde está. Quinquén se abre a los turistas, a compartir su cultura y bellezas naturales, pero a la vez y a cada momento, reafirma con orgullo: este es territorio pehuenche.
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