Raymond Aron, de vuelta
<P><span style="text-transform:uppercase">[IDEAS]</span> Dos libros del gran cerebro del liberalismo francés reactualizan el pensamiento y la vida de quien rechazó la complicidad de los intelectuales de su época con el estalinismo y los regímenes totalitarios. </P>
Raymond Aron, calificado por Pierre Manent como un clásico liberal más que un liberal clásico, abordó en Liberté et Egalité (EHESS, París, 2013), su último curso en el Collège de France, el dilema de toda democracia liberal en su intento de armonizar las demandas de igualdad con la preservación de las libertades. El uso del plural no es casualidad, pues Aron trata de comprender el devenir de un concepto que nunca ha sido uniforme. Hay una noción de libertad anclada en la complejidad de la historia y otra desplegada en la unidad monolítica del mundo de las ideas; hay una noción de libertad como pura ausencia de coerción y hay otro concepto que la enfatiza como actividad positiva. Esta cascada de dicotomías también sugiere un antagonismo que Aron rastrea como una de las consecuencias de la concepción positiva y negativa de la libertad heredada del pensamiento posterior a la Revolución Francesa. La primera postulaba una representación objetiva de la felicidad humana, la segunda, su negación.
Alejado tanto de la teología política de un Carl Schmit como de la crítica ultraliberal de la política enunciada por Hayek, Aron plantea que una concepción de la libertad restringida a la esfera privada termina por anular la vida en común fundada sobre la coexistencia. El escepticismo que caracteriza su pensamiento apunta que una sociedad libre sólo puede florecer donde antes exista una colectividad política que reclame sus libertades. Este principio cuestiona efectos políticos del ultraliberalismo. Para Aron, en las épocas de crisis política y económica, el individualismo no sólo representa la pérdida de la colectividad política, sino también la angustia existencial de una sociedad sumida en la soledad, donde los individuos replegados sobre sí mismos se alejan de la cosa pública, renuncian al bien común e imposibilitan el entendimiento necesario para el desarrollo de la vida política.
Examinando los significados evidentes y contradictorios de la libertad según la Declaración de los Derechos del Hombre de 1789, Aron propone que la libertad es objeto de una determinación que añade un nuevo sentido a su pasado clásico sin abolirlo, puesto que a partir de ese momento la libertad del individuo se une a la del ciudadano y del hombre moral. Esta nueva concepción introduce -según Aron- una indeterminación inédita en las esferas social, moral y política que plantea el dilema de buscar una verdad común compartida para armonizar lo aparentemente irreconciliable: la libertad y la igualdad.
Como bien lo remarca Pierre Manent en la introducción, Aron no invoca ninguna verdad para oponerse a la anarquía de los deseos ni tampoco pregona contra el hedonismo contemporáneo y su crecimiento sin límites. Lo que sí hace es interrogarse por la crisis moral de las democracias liberales. Este libro, que traduce en palabras el pensamiento vivo de una lección final, expresa el desasosiego de un pensador ante la ceguera de una izquierda y de una parte de la derecha, liberal o no, que impide la aceptación de las características razonables de los regímenes modernos.
Siendo uno de los mayores críticos del relativismo histórico y de los dobleces de los regímenes totalitarios, etiquetado tantas veces como exponente del "realismo", "conservadurismo" e incluso como un "maquiavélico moderado", Aron propone tres categorías de libertades: personales, políticas y sociales. Entre las primeras, identifica la seguridad y protección, la libre circulación, la elección del trabajo, el emprendimiento y el consumo, además de la libertad religiosa y, por extensión, de opinión, expresión y comunicación. Las segundas pueden ser resumidas en tres palabras: votar, protestar, agruparse. Las libertades sociales, por su parte, benefician a la mayoría de la población gracias a sus propios medios o a los medios específicos que el Estado dispensa a quienes lo necesitan (salud, educación).
El reconocimiento de estas tres categorías de libertades es, para él, fundamental en el funcionamiento de los sistemas democráticos puesto que no niega la distinción corriente entre libertades formales y libertades materiales o reales. La interdependencia de ellas asegura las condiciones necesarias para el establecimiento de las otras, al mismo tiempo que representan un contrapeso para atenuar el poder de quienes detentan la autoridad en las distintas esferas de la sociedad.
Con todo, Aron considera a las libertades políticas como la forma de libertad más significativa. Primero porque a pesar de los déficits del gobierno representativo y de todas las desigualdades existentes, el derecho a votar consagra la igualdad de todos los individuos y, finalmente, porque la libertad política es la condición esencial de las demás. Aron concluye que, paradojalmente, en las sociedades democráticas las libertades se definen gracias al Estado y contra el Estado. De tal manera que, si durante siglos las libertades fueron concebidas como resistencias a los abusos de la autoridad todopoderosa, actualmente es esa misma autoridad la que debe garantizarlas.
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