Reencuentro con las verdades de Steve Jobs

<P>Steve Jobs tenía 40 años cuando concedió la entrevista recogida por este documental. El registro estuvo perdido por espacio de 17 años y reapareció poco después de su muerte. Qué duda cabe que él fue uno de los hombres más poderosos del mundo. Pero esta cinta lo muestra cuando estaba golpeado y caído. </P>




En 1995, Steve Jobs se veía rozagante. Ni gordo ni flaco, habitaba con propiedad, por así decirlo, un esqueleto de contextura media y propio de un hombre joven y sano. No aparentaba los 40 años que tenía. Aunque llevaba el pelo largo, a simple vista la calvicie ya lo tenía en la mira, pero su apariencia no anticipaba por ningún lado la figura legendaria y terminal que llegó a ser en los meses anteriores a su muerte, en octubre del 2011.

La película que recupera esa imagen jovial de Steve Jobs fue editada como documental hace pocas semanas y consiste, básicamente, en la transcripción digital de la entrevista que en ese tiempo le hizo al fundador de Apple Robert X. Cringely, conductor de un programa de la televisión pública estadounidense, y que estuvo perdida hasta el año pasado. El original de ese testimonio, que nunca fue exhibido en versión completa, fue parte de los insumos con que ese canal preparó el reportaje El triunfo de los Nerds, reapareció hace poco en Londres. La cinta estaba extraviada y desde que se convirtió en documental autónomo pasó a ser uno de los hits del management y en una de las piezas más estudiadas por los militantes del Partido Mac. No es una exageración llamarlo así. Tal vez sea, por lejos, el partido más transversal del planeta.

Aunque Steve Jobs, la entrevista perdida está lejos de cumplir con los estándares del cine documental, puesto que se limita a reproducir la entrevista de principio a fin, sin otro recurso expresivo que congelar de vez en cuando la imagen para entregar al espectador datos adicionales para entender mejor lo que Jobs está diciendo, el testimonio que recoge esta cinta es muy potente. Potente por lo que Jobs llegó a ser. Potente por el carisma que deja ver. También, por las lecciones de liderazgo que sin quererlo sus respuestas envuelven. Pero, ojo, esta no es la entrevista con un exitoso profesional. Al contrario, es un diálogo con un hombre en ese momento particular muy lastimado. John Sculley lo ha echado de Apple, la empresa va en caída libre, y él está trabajando en el proyecto de NeXT, que es una empresa que Apple compraría cuando él vuelve a hacerse cargo de la compañía.

No teniendo mando sobre ningún ejército, no habiendo enganchado jamás con la tentación de la política y siendo más bien cauto en la ostentación o el despliegue de los grandes alardes que políticos, ricos y famosos por igual, hacen del poder, Jobs bien podría estar en el selecto club de los 10 o 15 hombres más poderosos del último medio siglo a escala mundial. Y si hay algo que a estas imágenes hay que agradecerles es precisamente por ayudar a entender por qué.

Veamos.

Jobs fue un niño prodigio. Esta no es una frase. Efectivamente, era un superdotado. Si Mozart a los cinco años ejecutaba de maravillas piezas para violín, bueno, Steve Jobs a los 12 años se hacía recibir durante 20 minutos por Bill Hewllet, socio fundador de Hewllet Packard, y obtenía un contrato de trabajo con ese empresa. Era menos que un adolescente cuando inventó la que él considera la mejor blue box del mundo, que le permitía saltarse el servicio de larga distancia y comunicarse con cualquier país pagando tarifa local. Con un amigo intentó hasta hablar con el Papa haciéndose pasar uno de ellos por Kissinger; la broma falló cuando ya habían llegado muy arriba en la curia y su amigo no pudo contener la risa. En fin, a una edad en que los chicos lo único que manejan bien es el skater, Jobs tenía bastante claro adónde quería llegar.

Jobs fue un joven resuelto. Como se sabe, él nunca fue a la universidad. Puesto que tenía una mente curiosa, pero también muy articulada, su camino fue por otro lado. La entrevista da cuenta de los contornos más épicos de sus inicios como empresario. Su contacto directo con el primer computador personal que vio en su vida, en Xerox. Su fascinación con el tema de las impresoras, puesto que durante mucho tiempo la computación era una función parecida a los teletipos donde algo misterioso siempre se imprimía. Su lanzada a la piscina y la venta del furgón VW que tenía. Los primeros pedidos de los equipos que se obstinó en construir. No hay arrogancia, pero se sienten escalofríos en la piel cuando Jobs reconoce que a los 23 valía un millón de dólares, a los 24, 50 y a los 25, cien.

Jobs fue un administrador iluminado. Era todavía un niño cuando un vecino viejo, excéntrico y que inspiraba miedo en el barrio, le enseñó una antigua máquina en cuyo depósito el anciano echó un montón de piedras. Luego la hizo funcionar con mucho estrépito por espacio de dos horas o más. Cuando la paró y sacó las piedras que había echado, éstas estaban pulidas, brillantes y eran todas redondas. Esa imagen le sirve a Jobs para explicar qué ocurre cuando reclutas pura gente inteligente en tu empresa. Al comienzo chocan y se rechazan. Después se pulen entre sí y generan algo distinto y superior a la inteligencia de cada cual. Si la gente es verdaderamente inteligente, no hay problema en decirle que su trabajo es una mierda. Si existe un buen equipo, el afectado entenderá y se acabó el problema. Esto no es cuestión de orgullo. El mismo dice que no le gusta enamorarse de sus propias opiniones. Si alguien le entrega buenas razones para cambiar su forma de pensar, enhorabuena. No tiene ningún problema en cambiar de bando. Es un gran momento de la entrevista.

No en último lugar, Jobs fue un hombre de su tiempo. De ahí su fascinación por el diseño. De ahí su culto por el detalle. De ahí sus taxativas apreciaciones sobre otras compañías, donde salva a Hewllet Packard y hunde a Microsoft, no porque le inspire rechazo el oportunismo de Gates para unirse a IBM, menos porque haga las cosas mal, sino porque las hace sin gusto, sin finura, de manera ordinaria e intercambiable, como en McDonald. De ahí, en fin, lo obsesivo que fue con la calidad de los productos. Pero cuidado, el norte de las compañías, según él, no puede estar en los productos. Tiene que estar en los clientes. Los productos son sólo oportunidades para llegar a ellos. Las compañías que duermen en sus productos exitosos terminan siempre mal. Una compañía centrada en los puros productos, a la larga siempre terminará perdiendo su conexión con el mercado.

Hay muchos aspectos fascinantes en los planteamientos que formula Jobs en esta entrevista. ¿Por qué Apple fue en algún momento la mayor productora de impresoras del mundo y en qué medida este negocio la apartaba de su core business? ¿En qué momento él intuye que más allá de ser un fantástico instrumento para elevar la productividad, el verdadero aporte de internet va a ser social?

Cuando Jobs volvió a Apple, el año 96, Apple iba en picada y las estrategias de quien lo había echado de la compañía eran motivo de bromas pesadas y escarnio dentro de la industria. A partir de una decisión de Sculley, Apple le había licenciado a Microsoft partes de la interfaz gráfica de la Macintosh, lo cual fue interpretado como venderle el alma al diablo, por no decir Bill Gates. El propio Sculley reconoció que fue el mayor error de su vida y de ahí tuvo que recomenzar Jobs. Lo hizo y Apple volvió a remontar vuelo en cosa de pocos años. Jamás pensó que él no sobreviviría a esa epopeya por mucho tiempo más.

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