Reformas con anteojeras




Hay palabras que se encuentran en el vestíbulo de la Academia de la Lengua en espera de recibir reconocimiento y permiso para figurar en una próxima edición del diccionario. Una de ellas es “gríngola”, que se emplea de preferencia en plural: “las gríngolas”. El lector Mauricio de Miguel considera que “se trata de una palabreja que no existe en nuestra lengua y cuyo uso, aunque brinde brillo, sólo confunde. Más aun si no se explica bien qué se quiso decir”. Se refiere a la columna de opinión titulada “Reformas con gríngolas”, que publicó La Tercera el jueves 17 de diciembre.

En el diccionario académico, como ya se dijo, no figura el término “gríngola” y tampoco lo acoge el diccionario Panhispánico de Dudas. Pero, la palabra existe. La autora del artículo no explica el término que ocupa en el título, pero la lectura entrega claves. Las “gríngolas” son aparejos que se les pone a los caballos para limitar su visión lateral. Por lo general son de cuero y de uso indispensable en la hípica, para que los animales no se distraigan en la pista. El diccionario de la Academia, sin mencionar a las “gríngolas”, prefiere “anteojeras”, que describe como “piezas que tapan lateralmente los ojos de una caballería para que no vea por los lados, sino de frente”.

Pero, volvamos al interesante artículo de María de los Ángeles Fernández, que emplea “gríngolas” con sentido figurado. El término se suele aplicar a personas que actúan o piensan con estrechez de miras o con excesiva rigidez, que les impide ser objetivas en sus opiniones. Y, así parece insinuarlo la columnista.

Convención que une

Con un dejo de amargura escribe el lector Carlos Rangel: “¿para qué sirve la ortografía si es tan maltratada en el diario, en la escuela, en la publicidad y en las redes sociales? Creo que este problema viene desde la enseñanza básica, donde la preocupación por la ortografía es cada vez menor”. El lector cita varios errores recientes en el diario, en particular la frecuente confusión con la preposición “a” y la forma verbal “ha”.

La ortografía parece rodeada de menosprecio e indiferencia y muchos profesores piensan que la instrucción ortográfica -corregir los errores y sancionarlos- sólo incumbe al maestro que enseña español. Escribir con faltas en ciencias sociales, geografía o matemáticas ¿es perdonable? ¿qué más da escribir tanjente o tangente? Hace ya más de veinte años, el académico español Fernando Lázaro Carreter recordaba una máxima que hoy parece olvidada: todo profesor que enseña en español es profesor de español.

Las primeras reglas ortográficas formuladas por la Academia son de 1726, y allí se fija su importancia: “una de las principales calidades que no sólo adornan, sino componen cualquier idioma es la ortografía, porque sin ella no se puede comprender bien lo que se escribe, ni se puede percibir con la claridad conveniente lo que se quiere dar a entender”. Ediciones sucesivas -la última es de 2010- han ido adaptando y simplificando los usos antiguos, sin perder nunca de vista la unidad idiomática.

Así, nuestra ortografía es pura convención. Pero está allí, uniendo a muchos pueblos, garantizando la circulación de la cultura escrita y sirviendo de instrumento educativo.

Ricardo Hepp

Representante del Lector

Comenta

Por favor, inicia sesión en La Tercera para acceder a los comentarios.