Renegar y profitar




UNO DE los grandes déficits de la derecha es su menosprecio y desdén hacia la política. Sin ir más lejos, su fugaz paso por La Moneda, después de 20 años en la oposición, pudiera encontrar una de las explicaciones en la torpeza e incomodidad con que afrontan este oficio también conocido como el arte de gobernar.

Son estas mismas dificultades las que han impedido mayor elegancia en la resolución de sus conflictos, los que en una época no muy lejana incluso traspasaron la crónica política para pasar a las páginas policiales. Incomparables en envergadura, aunque no por eso menos brutales, fueron la forma en que bajaron a Golborne, las continuas traiciones entre pares y correligionarios, la deslealtad con quienes supuestamente representan el mismo ideario o la manera en que públicamente se expresan unos de otros, todo lo cual hacía presagiar que esta teleserie nos depararía nuevos y más sorprendentes capítulos.

Uno de ellos ocurrió esta semana, no siendo el último, con la renuncia de tres diputados de la República al partido que representaban en la Cámara y cuyo alero se utilizó para afrontar con éxito su proceso de reelección. A diferencia de Pedro Browne, a quien no conozco mayormente, sí he tenido la oportunidad de conversar y debatir con Karla Rubilar y Joaquín Godoy; personas con las cuales no sólo me une cierta empatía generacional, sino que también, y pese a las evidentes diferencias ideológicas, valoro lo que considero un genuino esfuerzo por modernizar un sector político cuya mayoría pareciera no entender las razones que los llevaron a la más reciente y estrepitosa derrota electoral.

Con todo, hay un elemento que empaña su conducta. No me refiero a las discrepancias que públicamente han esgrimido y menos todavía -mal podría hacerlo yo- al hecho de que hayan decidido renunciar al partido que los cobijó por tanto tiempo, después de constatar que resultaban infructuosos todos los esfuerzos por alterar el rumbo que éste estaba tomando. Lo que resulta del todo problemático es que dicho gesto de desprendimiento alcance sólo a su afiliación política y no al cargo que actualmente ostentan en función de dicha militancia, más todavía cuando fueron recientemente reelectos al amparo de las ideas que encarna Renovación Nacional, generándose, primero, una expectativa pública hacia los ciudadanos y, después, un compromiso con los propios electores, en torno a ser parte de una comunidad política cuya entidad y valoración van más allá de los miembros que circunstancialmente la representan en el Congreso.

¿Por qué una persona es elegida para diputado o senador? ¿Qué porción de dicha decisión tiene que ver con sus cualidades personales o la institución a la que pertenece? ¿Habrían sido elegidos de postular como independientes o como parte de otro partido? A diferencia de lo que ocurre en otros países, ésta nunca ha sido una cuestión bien resuelta en Chile, ambigüedad que, sin embargo, no oscurece el hecho de que muchos de los que votaron por ellos tres deben sentirse profundamente defraudados o engañados. Cualquiera sea nuestra opinión sobre lo anterior, lo que no parece coherente es renunciar sólo a los costos de una posición, abrazando simultáneamente los beneficios que ésta otorga.

Jorge Navarrete
Abogado

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