Restauración del Teatro Colón: el renacimiento

<P>Luego de cuatro años de un trabajo que lo renovó completamente por dentro y le devolvió su majestuosidad por fuera, el lunes 24 de mayo, el mayor escenario de conciertos y de la lírica de América Latina vuelve a vestirse de gala. Tecnologías del siglo XXI para un monumento centenario.</P>




Un maestro con casco amarillo y los jeans blancos de cal cruza un pasillo con dos tarros de pintura colgando de cada mano, tambaleándose, rumbo a un andamio en el que lo esperan dos compañeros de faena. Al mismo tiempo, se ve a una joven pasándole un pequeño cepillo a la baranda de una escalera, en un trabajo de limpieza o puesta a punto tan delicado como paciente. En otra sala, dos hombres jóvenes sostienen una gruesa cortina de color granate mientras una mujer hace que la tela se deslice por la máquina de coser. Las imágenes podrían multiplicarse hasta el agotamiento, pero estas tres escenas ya permiten hacerse una idea de lo variadas y complementarias que son las tareas de restauración del Teatro Colón de Buenos Aires, que este 24 de mayo, un día antes de la celebración del Bicentenario de Argentina, reabre sus puertas después de cuatro años en los que la única sinfonía que se ha escuchado fue la de los martillos, taladros, camiones, grúas y picotas: música industrial y urbana, emparentada más con Nine Inch Nails que con el repertorio italiano que ha marcado el perfil del principal recinto de ópera de Sudamérica.

El 2006, Mercedes Sosa fue la encargada de cerrar el Teatro Colón para su reparación. En principio serían dos años, pero luego las autoridades de Buenos Aires, comandadas por el alcalde Mauricio Macri, decidieron extender las obras y abarcar los 58.000 m2 del edificio, de tal modo que quedara un teatro con toda la tecnología del siglo XXI, pero con el valor del siglo XIX. "Bajo el piso de roble, por ejemplo, ahora pasa la calefacción y por el techo va un sistema de iluminación de última generación", señala Cecilia Scalisi, asesora del Ministerio de Cultura. "Sin embargo, el criterio fue siempre que el teatro se viera centenario, es decir, un poco gastado si se quiere, con sus tonos pastel característicos. Gracias a la limpieza de los vitrales ahora la entrada será más clara y las telas que ves en el cielo se ven más vivas, pero nunca veremos un dorado que brille en exceso. El desafío era modernizar 'por dentro' una construcción que es Monumento Histórico Nacional".

El Teatro Colón se inauguró en 1908, en un momento en que la economía de Argentina era una de las más sólidas del continente. La elite estaba totalmente conectada con Europa y la masiva llegada de inmigrantes, fundamentalmente italianos, comenzaba a transformar el perfil del país. El edificio alberga desde la sala de ópera (donde también se presenta el ballet y los conciertos, y en la que caben cuatro mil espectadores), a los talleres que confeccionan las pelucas que usan los artistas, pasando por varias salas de ensayo, un conservatorio, un centro para música experimental, biblioteca, museo, boutique, oficinas de administración y más.

Para la construcción del teatro se cuidó cada detalle y no se escatimaron gastos. Basta ver la lámpara conocida como "la araña", que está al centro de la sala principal y tiene seis metros de diámetro, pesa cuatro mil kilos y ocupa 700 ampolletas. El piso del hall de entrada es otro ejemplo: está construido con millones de pequeños trozos de porcelana inglesa que se colocaron a mano, uno al lado del otro, formando un abanico. Para restaurar ahora las piezas que estaban dañadas, el gobierno de la ciudad mandó a un grupo de especialistas a perfeccionarse a Venecia y los fragmentos nuevos se elaboraron en Córdoba, cuidando que tuvieran el mismo aspecto de las que registran el paso del tiempo.

Capas de cebolla

Los aspectos más significativos de esta renovación interna del Colón fueron la implementación de un sistema contraincendios y la conservación de la calidad acústica; en otras palabras, que ninguno de los cambios que se realizarían afectara la cualidad más importante del anfiteatro.

Buena parte de los teatros líricos de Europa fueron destruidos por el fuego, provocado accidentalmente o durante los bombardeos de la II Guerra Mundial. Era sabido que el Colón carecía de un sistema contraincendios, por lo que la reforma actual implicó 1.500 sensores de humo, gas y temperatura, telas y felpas ignífugas, y en caso de cualquier emergencia, basta con tocar las pesadas cortinas de la sala para que estas corran automáticamente y así el público salga lo más rápido posible. Hay también una verdadera piscina, con capacidad para 427 mil litros de agua, que cae sobre el escenario cuando se activa el sistema de emergencia.

Los cuidados de la sala llegaron a su máximo punto a la hora de mantener la acústica que ha ubicado al teatro, según estudios y encuestas internacionales, como el mejor recinto para ópera del mundo y el número tres para sinfonías (después de la Grosser Musikvereinssaal de Viena y la Symphony Hall de Boston). Por eso se mantuvieron las cortinas que se podían recuperar (se restauró incluso el telón histórico), las butacas se tapizaron con el mismo terciopelo y se conservó el crin de caballo de los asientos. "Además del relleno de las butacas, muchas otras cosas tienen que ver con el rendimiento acústico. Entre otras, la estructura del piso de la platea, la inclinación de los pisos del escenario, el tipo de rejillas y difusores de aire acondicionado, la forma de la herradura de los pisos superiores, la altura de los palcos, el espacio de aire bajo la platea", indica Gustavo Basso, uno de los especialistas en acústica que trabajó durante la restauración. Antes de comenzar los trabajos se realizó una medición del sonido, pero luego, a medida que se iban sacando cortinas, tapices o sillas de los palcos, como si se tratara de las capas de una cebolla, se iban realizando nuevas mediciones. Al volver a colocar cada uno de los elementos, se repetía la medición acústica para verificar que los niveles coincidieran. "De esta forma, en la etapa de armado se podría identificar si el mismo se apartaba de las condiciones originales, pudiendo actuarse para corregirlo sin esperar el resultado final", agrega el ingeniero Rafael Sánchez Quintana.

Al revés del Gatopardo, donde el cambio era más externo que interno, aquí se ha apostado por la metamorfosis de las entrañas mismas del coloso, cuidando que siga viéndose antiguo. La razón es obvia: Buenos Aires está orgullosa de su teatro, de su historia, y confía en que el mármol, la piedra y el terciopelo guarden, como testigos centenarios, la memoria de Puccini, Strauss, Stravinsky, Toscanini, Von Karajan, Caruso y tantos otros que han pasado por el escenario del Colón. Las obras costaron 78 millones de dólares, pero cuando la semana pasada se probó la acústica en una función privada, con la interpretación de la Novena sinfonía de Beethoven, todos supieron que el esfuerzo estaba más que justificado. "Quisimos comprobar que conservamos la capacidad de hacer cosas excepcionales si trabajamos en equipo, porque cada uno es un simple hombre, pero si sumamos nuestras voluntades logramos cosas trascendentes. Esto no lo hizo una persona, esto lo hicieron 1.500 hombres", concluye el ministro de Desarrollo Urbano, Daniel Chaín.

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