Retirada militar norteamericana de Irak
El prolongado conflicto cambió para siempre el Medio Oriente y tuvo consecuencias decisivas para el liderazgo global de EEUU.
LA RETIRADA de los últimos soldados norteamericanos desplegados en Irak marcó el domingo pasado el fin de la ocupación militar estadounidense en ese país. Se trata de un episodio simbólico que da cuenta de una nueva realidad geopolítica global y regional y abre una nueva etapa llena de desafíos para el experimento democrático en la nación árabe.
El Estados Unidos que deja Irak es muy distinto del que inició el 20 de marzo de 2003 la guerra con el propósito de neutralizar la supuesta capacidad del régimen de Saddam Hussein para desplegar armas de destrucción masiva. El argumento utilizado para justificar la invasión polarizó desde un principio a la opinión pública internacional. Cuando se comprobó que el arsenal iraquí no incluía material nuclear, biológico o químico, Washington perdió buena parte de su credibilidad. La inexistencia de un plan de reconstrucción y el aumento de la violencia sectaria prolongaron la presencia norteamericana en suelo iraquí y debilitaron la hasta entonces incuestionable hegemonía global de Washington, debido al enorme costo financiero y de prestigio que ésta supuso. Hoy, a pesar de que sigue siendo la mayor superpotencia, muchos analistas ven señales claras de decadencia en EEUU y hablan de una era posamericana.
Tampoco el Medio Oriente es el mismo de 2003. La "primavera árabe", de la cual el proceso democrático iraquí puede considerarse un orgulloso precursor, ha transformado la forma en que se relacionan los gobiernos y los ciudadanos de la región, planteando interrogantes acerca de la potencia electoral de los grupos fundamentalistas, que han sacado ventaja en los comicios celebrados en Túnez y Egipto. La fortalecida presencia de Irán, que ha venido desarrollando en los últimos años su capacidad nuclear y que ejerce una fuerte influencia en la población mayoritariamente chiita de Irak, es otra fuente de incertidumbre y quizás una de las consecuencias más peligrosas de la intervención en Irak. La continua falta de acuerdo entre Israel y Palestina también representa otra fuente de preocupación.
El proceso político iraquí todavía vive una fuerte dosis de incertidumbre. Subsisten con mucha intensidad las divisiones sectarias entre los tres principales grupos: sunitas, chiitas y kurdos. La reciente destitución del vicepresidente sunita Tariq al-Hashemi y la pretensión de algunas provincias sunitas de convertirse en regiones autónomas confirman las dificultades que enfrenta el gobierno para preservar la unidad del país. Por su parte, el control de la violencia también constituye una necesidad urgente.
Pese a lo anterior, la guerra y posterior ocupación también tuvieron consecuencias positivas. Permitieron poner fin al sangriento régimen de Saddam Hussein, un cruel dictador cuyo gobierno desestabilizaba la región y, se cree, cobró la vida de centenares de miles de personas. Al mismo tiempo, facilitaron la introducción de un novedoso experimento político. Hoy, no obstante las dificultades, Irak cuenta con una institucionalidad democrática y autoridades electas a través del voto popular, lo que constituye un cambio radical respecto de su pasado reciente y del resto de sus vecinos. Nada de esto hubiera ocurrido sin la participación de EEUU y sus aliados, cuya intervención en Irak alteró, quizás para siempre, el panorama político y estratégico del Medio Oriente y tuvo insospechadas consecuencias para el escenario global.
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