Revelan detalles de J.D. Salinger: amaba el cine y los hongos

<P>Lejos de su leyenda de recluso incurable, el autor de <I>El guardián entre el centeno</I> tuvo una apacible vida. Compartió con la comunidad, iba a los restaurantes de su pueblo y era experto en setas silvestres. Según su amiga Lillian Ross el escritor había visto 10 veces el filme <I>La gran ilusión</I> y pensó venderle los derechos de un cuento a Brigitte Bardot. </P>




La muerte se llevó a J. D. Salinger hace apenas 13 días, pero curiosamente fue la dama de la guadaña la que nos devolvió a un escritor cuya vida fue un absoluto misterio durante medio siglo. Los detalles que han ido apareciendo en la prensa estadounidense a través de amigos como la escritora Lillian Ross o sus fieles vecinos del pueblo de Cornish, donde vivió recluido desde los años cincuenta, van desvelando poco a poco al ser humano que se escondía tras aquel rostro enfadado de la fotografía con la que siempre se ilustraban las no-historias sobre Salinger.

Durante las últimas cinco décadas, prácticamente todo lo que se escribió sobre el autor de El guardián entre el centeno fueron especulaciones. Sus verdaderos amigos nunca hablaron o escribieron sobre él porque respetaron su voluntad. Pero quienes se atrevieron pagaron las consecuencias, como aquel editor que consiguió que Salinger accediera a publicar su relato Hapworth 16, 1929 y perdió su oportunidad cuando le contó a un periódico que estaba en negociaciones. Salinger fulminó el acuerdo.

Una razón más para que el autor le diera la espalda al mundo exterior y se dedicara sólo a su familia y amigos, que lo recuerdan escribiendo en la intimidad de su casa, sin preocuparse realmente de que su obra se publicara, como relataba esta semana en la revista The New Yorker la escritora Lillian Ross. "A lo largo de los años Salinger me habló de sus 'largas y extenuantes horas de trabajo escribiendo' y de sus intentos de mantenerse al margen de lo que se escribía sobre él. Le daban igual las críticas pero le molestaban sus efectos secundarios. Solía decir: 'Ya no hay escritores de verdad, sólo charlatanes y patanes que venden libros'".

Ross traza un retrato sorprendente de este hombre después de 50 años de amistad. Su alejamiento voluntario no fue, a los ojos de Ross, una simple manía de genio loco, sino algo lógico teniendo en cuenta lo que pensaba de la fama. Según Ross, Salinger amaba a los niños y una vez le dijo a Ross: "Si tu hijo te quiere, ese mismo amor te romperá el corazón una vez al día". Comenzó a escribir y a inventarse personajes porque "casi nada al margen de la máquina de escribir llegaba a tocar mi corazón".

Frente a quienes dijeron que Salinger odiaba el cine porque eso afirma el protagonista de El guardián entre el centeno, Ross desvela lo contrario: "Salinger amaba las películas y era divertidísimo comentarlas con él. Le encantaba observar a los actores trabajar y conocerlos. Adoraba a Anne Bancroft y odiaba a Audrey Hepburn y decía haber visto La gran ilusión de Jean Renoir 10 veces". Llegó incluso a plantearse el venderle a Brigitte Bardot los derechos de su relato Un día perfecto para el pez plátano. "Es una 'niña perdida' hermosa y con talento, y me siento tentado a facilitarle las cosas'".

Su amor por el cine también queda patente a través de las memorias de otro escritor, John Seabrook, quien en la revista The New Yorker recuerda la primera vez que visitó su casa. Cuenta que atesoraba una pequeña colección de películas en 16 milímetros y que juntos vieron El sargento York, de Howard Hawks. "La película tenía subtítulos, quizás porque se estaba quedando sordo. Al terminar, parecía estar a punto de llorar". Seabrook afirma que tras conocerlo un poco descubrió que era "un hombre dulce y muy amable" que tenía "un conocimiento enciclopédico sobre hongos y a menudo viajaba bajo el seudónimo de míster Boletus, que era su variedad preferida". Con él jugó muchas veces al golf en Vermont, "aunque nunca nos permitía contabilizar la puntuación, jugaba con palos de bambú y blasfemaba como un marinero cada vez que fallaba".

En Cornish, donde vivió durante décadas, Peter Burling, senador de New Hampshire y vecino, aseguraba esta semana: "Nos hemos pasado la vida escuchando basura sobre lo raro que era. Pero en realidad estaba completamente integrado en la vida de la ciudad". Iba a la biblioteca, cenaba en los restaurantes locales, contemplaba el paisaje y hablaba con los niños. En realidad los realmente raros eran los que acudían a Cornish y acampaban frente a su casa para intentar verle... Ahora, como ellos, el mundo entero está a la espera, pero esta vez parece que tiene sentido esperar: si escribir era realmente lo que le permitía escapar "de los horrores de una vida convencional", su casa podría ser una biblioteca desconocida llena de nuevos libros de J. D. Salinger. Pronto sus agentes desvelarán el misterio.

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