Rodrigo Fresán, novelista argentino: "Intenté reflejar cómo funciona la cabeza de un escritor que soy yo"
<P>Recién llegada a Chile, <I>La parte inventada </I>es una suerte de autobiografía alternativa del autor de <I>La velocidad de las cosas. </I></P>
Estaba empantanado. Llevaba años escribiendo una novela, sabía lo que quería decir, incluso tenía un plan, pero no resultaba. Rodrigo Fresán (1963) no avanzaba. Estaba en esa incertidumbre, cuando su hijo de siete años, Daniel, le dijo que había encontrado la portada de su próximo libro. Era un juguete de lata a cuerda: un viajero de impermeable y sombrero, que carga una gran maleta. Lo compraron. Giraron la llave para darle cuerda, pero en vez de avanzar, el viajero retrocedió. Lo intentaron de nuevo y volvió a retroceder. "Además, quiero que sea el protagonista", pidió Daniel. Fresán descartó lo último, pero no soltó el juguete. Y entonces pasó: "Me destrabó por completo", cuenta.
El autor de Historia argentina efectivamente salió del pantano, y tras varios años de escribir a "espasmos y ráfagas", terminó una novela en la que retrata desde la ficción el complejo mapa de sus propias obsesiones literarias y personales: se llama La parte inventada, llegó hace pocos días a librerías chilenas y en su portada está precisamente la imagen del juguete que encontró su hijo. Fue más que un hallazgo estético, ese viajero que sólo retrocede lo interpeló íntimamente: "Nací clínicamente muerto, entonces siempre estoy viajando un poco hacia el final", dice Fresán a La Tercera.
Además de ilustrar la portada, el juguete es una especie de talismán para el verdadero protagonista de La parte inventada: el Escritor -de alguna fama, más que nada de culto y a la larga ausente por opción- tiene al viajero en su enorme biblioteca, junto a una decena de ediciones de Tierna es la noche, de Francis Scott Fitzgerald; una primera edición jamás abierta del vinilo del Whish you were here, de Pink Floyd; una ilustración de los engranajes de un reloj y varias citas de escritores en pequeños papeles pegados a la pared, de las que se destacan dos, presumiblemente, de Enrique Vila-Matas y Roberto Bolaño.
Este es y no es Fresán. Figura aventajada de la mediática generación de los 90 en Argentina, el autor de Vida de santos ha construido una obra personal colmada de referencias pop y literarias que retrocede siempre a infancias solitarias, sospecha que en los enigmas de las vidas de escritores hay respuestas a la vida en general y avisora el caos de los tiempos en novelas que se disparan en mil direcciones. Así fue, un poco más un poco menos, en Historia argentina (1991), en La velocidad de las cosas (1998), Mantra (2001) o El fondo del cielo (2009). En La parte inventada suma al cóctel algo de su biografía.
En un mail, Fresán llama a la novela "monstruo". Al teléfono, la limita a la "pata de Godzilla". Hecha de saltos temporales y quiebres a cualquier trama posible, La parte inventada es un asedio al escritor desde varias perspectivas: padres en crisis, una hermana loca, fans, editores, autores de cartón, etc. Para Fresán fue también una forma de autoconocimiento: "Lo que intenté finalmente es reflejar cómo funciona la cabeza de un escritor que soy yo. Una cabeza que tiene mucho de pinball, que es como yo pienso, trabajo y funciono", dice.
¿Cuánto de su vida tiene este escritor?
Me aplico coordenadas que no me sucedieron: él no se casó ni tuvo hijos, tampoco tuvo una vida emocional equilibrada y se entregó al 100%, muy infantilmente, a la literatura nada más y así le ha ido. Es como si fuera una versión extrema de un Rodrigo Fresán que pudo haber sido, o que es en otra dimensión. O es un clon que salió un poco raro.
Ha dicho que este es su libro "más personal". ¿Qué tiene esta novela que las anteriores no?
No siento que haya fronteras muy claras entre un libro mío y otro. Pero de algún modo La parte inventada no sé si celebra, pero es consciente de mi efeméride de haber vivido 50 años, de ya por fin no ser joven escritor argentino. Algo celebra o algo condena. En un momento tuve la ambición y desafío de que este fuera el libro con escritor que acabara con todos los libros con escritores que yo podría llegar a escribir. Pero no, imposible.
Le hago la pregunta que siempre espera y nunca se la hacen al escritor de la novela: ¿Cómo se le ocurrió la idea de ser escritor?
Pues no lo sé. Desde que tengo memoria y conciencia lo quise ser. Todo el libro es un poco inventarme una posibilidad de cómo pudo habérseme ocurrido. No soy creyente ni le rindo culto a ningún ídolo, pero el no haber tenido que renunciar nunca a mi vocación original me hace sentir cierto de temor sacro ante alguna especie de entidad que me permitió salirme con la mía.
La novela es muy crítica sobre los e-book y la lectura digital. ¿Esa aprensión también es suya?
Es un libro gruñón, pero yo no soy gruñón. La irritación del personaje con los teléfonos móviles yo la tengo a volumen 4 y él a 11. Sin embargo, creo que son tiempos un poco peligrosos para la escritura y la lectura. Se están generando una serie de nuevos hábitos, donde la gente no lee, mira letras; y no escribe, básicamente teclea. En donde el error de ortografía está completamente legitimado, no hay problemas con construir mal las frases… Esos son hábitos que yo no creo que van a dar una nueva manera de escribir, como piensan los optimistas. Más que una vanguardia, es una retaguardia.
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