¿Sabe donde se conocieron sus abuelos? Averígüelo, su hijo lo necesita saber
<P>Conocer de dónde vienen los abuelos o dónde trabajaban sus papás cuando eran jóvenes puede ser de gran valor en los niños. Estudios han mostrado cómo los menores que conocen los relatos de su familia reportan mayor autoestima y resiliencia. </P>
EN 1963 SE ESTRENO América, América, película dirigida, escrita y producida por Elia Kazan en la que narra la historia de emigración de su familia, desde la salida de Capadocia, Turquía, hasta que se establece en Nueva York. Décadas antes, en 1928, Freddy Barnes, tío del escritor inglés Julian Barnes, participó en París en uno de los famosos experimentos sexuales de los surrealistas franceses, con André Breton a la cabeza. La anécdota fue varias veces contada en las sobremesas de los Barnes y medio siglo después el autor de El loro de Flaubert la ventiló en su libro Al otro lado del Canal. Estos dos casos son ejemplos de clásicas historias familiares que Kazan y Barnes escucharon miles de veces cuando eran niños y que probablemente los ayudaron a prepararse para la vida adulta.
Es que estos relatos familiares (del tipo "cuando conocí a tu abuela…" o "el día que nació tu hermana…"), tantas veces menospreciados por lateros y repetitivos, están muy lejos de ser una pérdida de tiempo. Así destaca el columnista de New York Times y The Atlantic, Bruce Feiler, en su último libro, The Secrets of Happy Families, donde analiza los sorpresivos beneficios que tienen para los niños escuchar y conocer las historias de su familia: mayor autoestima, control del estrés y mejor resiliencia.
Así han mostrado estudios del sicólogo social de la U. de Emory (Estados Unidos) Marshall Duke, quien junto a su esposa Sara, también sicóloga, partió en los 90 investigando cómo el conocimiento de los relatos familiares incidía en niños con problemas de aprendizaje. ¿La conclusión? Los menores que conocían estas historias enfrentaban de mejor forma los desafíos.
Historias necesarias
Los resultados alentaron a Duke, quien se unió a otra sicóloga de la U. de Emory, Robyn Fivush, para desarrollar un instrumento que midiera el conocimiento de los niños de su relato familiar. Así nació una escala de 20 ítems con preguntas del tipo de "sabes dónde se conocieron tus abuelos", "conoces la historia del día del nacimiento de tus hermanos" o "sabes dónde trabajaban tus papás cuando eran jóvenes".
La escala fue probada por primera vez en 2001 en niños de entre nueve y 12 años de 40 familias, a las que también se grabó -por más de 120 horas- en sus conversaciones de sobremesa. Los resultados se contrastaron con una serie de pruebas sicológicas y las conclusiones no permitían dos lecturas: los niños con mayor cantidad de respuestas positivas en el cuestionario eran coincidentemente los que reportaban mejor autoestima, autocontrol, felicidad y salud emocional.
Esta evidencia fue respaldada dos años más tarde, cuando el equipo de Duke "aprovechó" la oportunidad metodológica única que significó la caída de las Torres Gemelas: un trauma común experimentado por varios niños. Entonces volvieron a entrevistar a 32 de las familias del estudio original, esta vez con hijos entre 11 y 14 años. A cada una se le pidió contar dos historias: una sobre el 11 de septiembre (dónde lo vivieron o a quién llamaron primero) y otra a propósito de algún acontecimiento familiar positivo, como una tradición o ritual, que todos hicieran juntos. Después volvieron a someter a los niños al cuestionario. ¿El resultado? Los que obtuvieron mejor puntuación tenían mayor resistencia al estrés ocasionado por el ataque.
"Conocer los antecedentes familiares y las historias de su grupo ayuda a los niños a desarrollar un sentido de sí mismos como parte de una familia, creación de una identidad familiar que proporciona una sensación de seguridad y apoyo", dice a Tendencias Robyn Fivush, sicóloga de la U. de Emory. Por eso, saber dónde crecieron los abuelos o qué enfermedad tuvieron sus tíos cuando chicos los ayuda a enfrentar y sobrellevar, situaciones traumáticas tan distintas, en forma y magnitud, como caerse de su bicicleta o ser testigos del mayor atentado terrorista de la historia.
Michael Pratt, sicólogo de la U. Wilfrid Laurier, de Canadá, dice a Tendencias que este efecto también se ve a la inversa: "No conocer estas historias puede hacer que se sientan menos cómodos y tengan menos certezas". ¿Otro beneficio? Les permite conocer a sus mayores. "La narración ayuda a construir lazos entre generaciones. Los niños comprenden mejor a sus padres y abuelos cuando escuchan sobre el pasado", cuenta a Tendencias Dan McAdams, sicólogo de la U. Northwestern.
El relato
Todas las familias tienen historias. Algunas hablan sobre cómo surgieron, de llegar a un país sin nada e ir logrando de a poco una posición social; otras, de un pasado de abundancia y de posesiones dilapidadas; y hay unas que relatan las dos caras de la moneda: triunfos y fracasos que pasan al almanaque familiar. Y son justamente estas últimas las que despiertan en los niños la resiliencia. "Las historias sobre superación de tiempos complicados, circunstancias difíciles y desafiantes construyen un sentido de familia, y de sí mismos, que los ayuda a hacer frente a retos dificultosos", dice Fivush.
En esos términos, un relato sirve para unificar a los miembros de una familia, o cualquier otra organización, en torno a ciertos valores. "Todos los grupos, incluidas las familias, necesitan historias que les den identidad y sentido", recalca McAdams.
¿Cómo poner en marcha este sistema? Los investigadores recomiendan buscar instancias comunes para transmitir estos valores, ojalá en situaciones que se puedan transformar en una tradición familiar, como las vacaciones, reuniones de los domingos o salidas a la plaza. "Las familias deben planear para pasar tiempo juntos, hablando, por ejemplo, durante una comida. Este tipo de historias surgen naturalmente cuando las familias simplemente empiezan a hablar incluso de cosas cotidianas", concluye Fivush.








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