San Pedro de Atacama: El otro paseo en bicicleta
<P>A sólo cinco kilómetros de San Pedro se encuentra el Valle de Catarpe, que se mantiene a la sombra de la oferta turística local, pese a que tiene paisajes llenos de contrastes, ruinas prehispánicas y mucha tranquilidad. Esta es una guía para conocer este lugar imperdible de la zona.</P>
El Valle de Catarpe es una rareza en las cercanías de San Pedro de Atacama: un paisaje de otro planeta en la más completa soledad, algo que no pasa frecuentemente en esa zona que se ha convertido en una verdadera colmena de turistas.
En este valle cruzado por el río San Pedro, que permite una vegetación que contrasta con el paisaje del desierto, se encuentran los restos de un antiguo centro administrativo inca y la capilla de San Isidro de comienzos del siglo XX. El área aún conserva casas típicas atacameñas y tradiciones de esta cultura, y aunque es un excelente paseo para hacer en bicicleta, pocos llegan a enterarse de su existencia.
La razón es que este lugar es un dato que se pasa de boca en boca. Si se buscan las indicaciones en internet, nada. En la famosa guía Lonely Planet, menos. Generalmente, las agencias de turismo no llevan visitantes al lugar, sólo arriendan bicicletas, dan un par de indicaciones, y ya. El interesado en llegar hasta ahí queda entonces entregado al instinto o, en el mejor de los casos, al GPS. Afortunadamente, existen guías locales llenos de paciencia y dispuestos a explicar paso a paso cómo recorrer el valle. Y así es cómo se hace.
Desde San Pedro, hay que tomar el camino al pucará de Quitor. Como esta es una atracción turística bien conocida en la zona, la ruta está en buen estado y señalizada. Hasta ahí son tres kilómetros y vale la pena detenerse a visitar esta antigua fortaleza preincaica, construida por los atacameños hace más de 700 años. Emplazada estratégicamente, la aldea cubre 2,5 hectáreas del cerro Quitor y está compuesta por terrazas artificiales que soportan las viviendas de piedra con sus respectivos silos o bodegas. Todo esto rodeado de un muro defensivo, que a pesar de su solidez no pudo frenar los intereses expansionistas de los sucesivos invasores: primero fueron los incas y luego los españoles, que conquistaron el sitio en 1540.
Tras el baño arqueológico hay que volver por la bicicleta y retomar el sendero. Inmediatamente hay un puente a mano derecha; crúcelo y continúe por el camino vehicular. En pocos minutos encontrará una bifurcación y, además, un cartel de madera que muestra un mapa del sector. Tal como se indica, diríjase hacia el túnel.
En este punto el paseo se pone más desafiante: una pendiente media -nada muy terrible, pero pendiente al fin y al cabo- por la que hay que ir serpenteando cuesta arriba durante 45 minutos. La ruta se adentra en el cerro rompiendo sus paredes rocosas, y se encajona de tal manera que de repente uno queda rodeado por la piedra y, muy arriba, se ve el cielo clarísimo. Por un rato, no se ve ni un solo ser vivo, ni siquiera un incipiente pastizal, y no se siente otro ruido que el de las propias pisadas. Es la famosa soledad del desierto, que puede ser algo inquietante.
Cuando el camino empieza a bordear la ladera del cerro, la pared de la derecha desaparece y ofrece una preciosa vista del Valle de Catarpe. Abajo está el Río San Pedro, los pastizales verdes y las colas de zorro que deja a su paso en medio del desierto y las viviendas de piedra que se han asentado en los alrededores. Desde tiempos prehispánicos, sus aguas hicieron posible el cultivo de especies como el maíz, la quínoa y el ají, y hoy son el sustento de la producción agrícola local.
El telón de fondo de este escenario es una inusual cadena de montañas puntiagudas de color rojizo, esculpidas durante siglos por un clima poco amigable. Y, como en casi cualquier paisaje de la zona, el perfecto cono del volcán Licancabur, una montaña de casi seis mil metros, muy fotogénica, más aun cuando su cráter está nevado y resalta sobre los tonos ocres del desierto. En el pasado los indígenas le rendían culto reclamando abundancia de recursos, pidiendo la protección de su pueblo y rogando que su espíritu no montase en cólera. En otras palabras, cruzando los dedos para que no hiciera erupción.
Si se sigue avanzando, se llega al túnel. Este era el paso de las carretas que transportaban el salitre en el siglo pasado. Los locales dicen que se cavó prácticamente a mano, y que su construcción tardó diez años. Cuidado aquí: se sabe de ciclistas que presos de entusiasmo se han lanzado a cruzarlo a toda velocidad sin saber que en medio de la oscuridad descansa una gran roca, por lo que mejor mantener la calma y pasarlo a pie.
Una vez al otro lado, tome el primer camino a la izquierda, el que va hacia arriba del túnel. Alcanzar la cima toma sólo algunos minutos. Aquí, tome la cornisa a mano izquierda, que atraviesa el sector de Cucharabrache, desde donde se tiene una vista aún mejor del Valle de Catarpe. Este tramo es más bien plano y tarda aproximadamente una hora.
En el camino van apareciendo atractivos inesperados, como un grupo de construcciones circulares de piedra, el llamado Tambo de Catarpe, que se cree fue un centro administrativo inca donde se cobraban los impuestos del Imperio en forma de lana, metales y piedras valiosas. A corta distancia está la pintoresca iglesia de San Isidro, construida a principios de siglo XX. Ahí se celebra cada 15 de mayo la fiesta en honor de este santo, patrón de la agricultura, lo que llena de ajetreo el lugar, habitualmente silencioso.
Tras eso, el camino comienza a bajar y el visitante que ya está cansado puede descender hasta el valle, cruzar el río y tomar el camino, que en media hora lo dejará de vuelta en el hotel. Los amantes del mountainbike que todavía aguantan el calor pueden tomar la ruta larga, que sale desde la iglesia de San Isidro y pasa por la zona conocida como la Garganta del Diablo, una especie de laberinto rocoso que suena más temible de lo que es. Tras unos 20 minutos internado en la Cordillera de la Sal saldrá al camino vehicular que lleva de vuelta a San Pedro, en donde se puede terminar la aventura con un helado de rica-rica -arbusto local con hojas de sabor similar al limón- o con un relajante pisco sour.
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