Sangre, sudor y abrazos: Marina Abramovic conquista Sao Paulo

<P>Hasta el 10 de mayo, Brasil acoge su primera exposición en Latinoamérica.</P>




Los desafíos que plantea Marina Abramovic (1946) al público son a primera vista simples, pero pocos logran terminarlos. La mayoría de ellos consiste en quedarse inmóvil durante largo tiempo, con los ojos cerrados o la mirada fija en algún objeto, como una piedra de cuarzo, una pared blanca, o la mirada de otra persona. Por diez minutos o sin límites de tiempo se lee en un pequeño papel pegado a la muralla a modo de instrucción; sin embargo, la mayoría de los asistentes no dura ni medio minuto. Con este tipo de ejercicios, la artista serbia, que a principios de los 70 se convirtió en la pionera de la performance mundial, llega por primera vez con una exposición a Latinoamérica, específicamente al SESC Pompeia de Sao Paulo, una ex fábrica de barriles convertida en centro cultural en 1977, que acoge tanto exposiciones y teatro como talleres de deportes y un casino popular.

Allí, hasta el 10 de mayo y bajo el título de Tierra Comunal, la artista exhibe obras antiguas, además de instalar un laboratorio con performers locales, quienes le ayudan a desarrollar el Método Abramovic: una mezcla de yoga y meditación, que propone controlar la mente a través del esfuerzo físico de no hacer nada. El resultado sorprende.

Las sesiones de dos horas se repletan (en cuatro semanas ha recibido 7.500 personas) al igual que las charlas donde la propia artista detalla su proceso creativo, para luego responder preguntas del público, que la trata como una guía espiritual. Le toman fotos, le dan sentidos abrazos y artistas jóvenes le regalan sus portafolios. Abramovic es un rockstar en Sao Paulo. "Me siento de maravilla, pero no soy un gurú, soy una persona normal. No me gusta la intelectualidad, sino la realidad, la gente común, la energía. El público se relaciona conmigo a un nivel emocional y eso me conmueve. Hay tantos artistas que no logran esta recepción. Adoro a mi público, porque sin ellos mi obra no existe", dice la artista a La Tercera.

Los brasileños no son los únicos que han caído rendidos frente al poder de sus performances. El año pasado, la serbia estuvo 512 horas (ocho horas diarias por seis días a la semana) deambulando por tres enormes salas de la Serpentine Gallery de Londres simplemente sintiendo la energía de las personas, quienes aceptaron dejar sus aparatos tecnológicos afuera para caminar en silencio junto a Marina. Las largas filas de público se repitieron durante las 64 jornadas. Lo mismo que en 2010, cuando Abramovic presentó en el MoMA de Nueva York, The Artist is present: una performance donde por 716 horas, la artista se sentaba inmóvil frente a una mesa en el atrio del museo, mientras pasaban una a una distintas personas que por un rato se sentaban a mirarla de frente sin decir nada. El efecto otra vez fue conmovedor.

"Por mucho tiempo estuve interesada en explorar los límites del cuerpo, hasta que descubrí otro terreno más complejo: la mente. Para llegar a ella, necesitas mucho tiempo. Lo mas difícil es la disciplina de estar sentada 10 horas en una silla, es increíble el dolor físico que significa eso, pero si logras atravesar el dolor tú logras ser libre. Ser libre de las cosas que te atan, de la tecnología, del ruido, del ajetreo diario", afirma Abramovic.

La exposición, que ha llevado más de 40 mil personas, reúne registro de sus últimas performances en video, fotos y recreaciones de sus escenarios.

Abandonar todo

Nacida en Serbia, nieta de un patriarca de la Iglesia Ortodoxa proclamado santo, e hija de dos militares, ambos partisanos durante la II Guerra Mundial, Abramovic está acostumbrada a la disciplina. Quizás eso explica que su método artístico esté ligado a la rígida rutina de ejercicios y al sometimiento del cuerpo. "Para mí la performance es como el entrenamiento de un atleta. Hay un equilibrio entre la libertad y la restricción. Si te pones una disciplina muy difícil y logras cumplirla te sientes liberado, ya no hay nada que no puedas lograr", explica.

Sus primeras performances, a mediados de los 70, exploraron el dolor físico: Abramovic tomó drogas para la catatonia, que le provocaron espasmos, y también desplegó 72 objetos en una mesa e invitó al público a usarlos contra ella. Había plumas, flores, aceite y un revólver. "Estuve dispuesta a morir", ha dicho.

Por más de una década, trabajó junto a su pareja, el artista alemán Ulay, con quien reflexionó sobre el ego y la identidad artística. Se separaron en 1988, a través de un acto místico: ambos recorrieron la Muralla China en sentidos opuestos hasta encontrarse en el medio. Luego, no se vieron por más de 20 años, hasta que Ulay la visitó durante su performance en el MoMA, el 2010.

¿Qué ha debido sacrificar para ser artista?

El matrimonio, los hijos, la familia, todo eso. No es compatible con mi obra, porque se necesita demasiada energía. Claro que puedes ser una dueña de casa, y hacer arte, pero si quieres vivir como artista, tienes que dejarlo todo. Yo preferí este camino.

¿Por qué eligió Brasil para su primera muestra en Latinoamérica?

Tengo una larga relación con este país. Empecé a venir en 1989, investigando sobre minerales y sus influencias en el cuerpo y la mente. Me alucinó la naturaleza y la diversidad de su cultura, acá son tan humanos, tan emocionales. Este lugar (Sesc Pompeia) me encanta. Si te fijas los museos siempre están vacíos, pero este lugar siempre está lleno, viene todo tipo de personas.

¿Luego de Brasil, qué sigue?

La verdad es que tengo mi agenda copada hasta el 2018. A fines de abril voy a Argentina, a un encuentro de performance, luego voy a hacer una instalación en Venecia, luego en París y Nueva York. No trato de pensar mucho en los lugares. Me gusta aprovechar el momento, sentir la realidad, me gusta vivir aquí y ahora. No atarme a las cosas.

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