Santiago a través de un caleidoscopio

<P> [ESPEJOS] Hace 12 años que José Molina fabrica en su casa de Puente Alto estos artefactos que producen formas y colores singulares en su interior. Los vende a la salida del Metro Bellas Artes y Baquedano. Ahí entusiasma a grandes y chicos a mirar con otro prisma la ciudad. </P>




SON figuras de colores que van cambiando su forma con la rotación del caleidoscopio. José Molina (53) invita a sus clientes a disfrutar a diario de esta experiencia visual. "La palabra caleidoscopio significa en griego mirar cosas bonitas", les dice a los adultos nostálgicos y niños curiosos que se acercan a observar este artefacto que vende a la salida del Metro Baquedano y Bellas Artes de lunes a viernes, y los fines de semana en el Persa Biobío.

"Quedan fascinados. Al igual que yo cuando miré por un caleidoscopio por primera vez", dice. Este primer encuentro Molina lo recuerda como si fuera ayer, aunque sucedió hace ya 12 años. El sufría una depresión, tras ser despedido de una empresa de alimentos, cuando acababa de nacer su hija menor, Samira. Su primo Fernando Vilches llegó hasta su casa en Puente Alto a felicitarlo y de paso le regaló un caleidoscopio fabricado con sus propias manos, para animarlo. José recuerda que se "enamoró" de este juguete y le pidió a su primo que le enseñara a hacerlos.

"Yo no los conocía. Me pareció tan agradable mirar por el caleidoscopio esa primera vez. Desde ahí quedé fascinado y mi vida ahora está ligada con este artefacto", afirma Molina.

Efectivamente, José fabrica todas las noches y hasta pasado las 2 de la madrugada, cerca de 40 caleidoscopios en el living de su casa. "Espero que todos se duerman y me quedo con mi señora, que me acompaña mientras los fabrico", cuenta.

A la mañana siguiente, circula todo el día por las salidas del Metro y a veces por calles del centro de Santiago, como el Portal Fernández Concha, frente a la Plaza de Armas. En una jornada afirma que vende 20 caleidoscopios a un precio más bajo que su competencia: 2.500 pesos. "Me odian en el rubro, porque les bajé el precio. Estos mismos que yo hago los pueden encontrar a 6.000 pesos en la otra esquina", dice.

La mayoría de los caleidoscopios que hace para vender son del mismo tamaño (18,5 centímetros de largo por 3,6 de ancho) y material: tubos de silicona con tres vidrios en su interior que hacen que la luz se refracte, y una capa de acrílico transparente que guarda los otros pedacitos de vidrios de colores que Molina introduce.

Este fabricante también ha experimentado. "Una señora me pidió un caleidoscopio de 1 metro y medio para llevárselo a España, y a otra clienta le hice uno de tan sólo cuatro centímetros de longitud en un tubo de plata. Ese, aunque era el más chiquitito, me tomó mucho trabajo", recuerda.

Con el pasar del tiempo, Molina se fue olvidando de su depresión y en estos 12 años dice que se ha dedicado exclusivamente a la actividad de fabricar caleidoscopios artesanales. Algunos son forrados en cuero, en terciopelo, rellenos con semillas o bolitas de vidrio. "Si te digo que he vendido mil es poco, porque tienen magia, y sobre todo a la gente adulta le gustan", cuenta entusiasmado.

Molina tiene su clientela: personas adultas que recuerdan con nostalgia estos aparatos con los que jugaban en su niñez y que ahora se los llevan a sus hijos para que los conozcan. Además del centro de Santiago, Molina dice que le vende a dos tiendas del Paseo Las Palmas en Providencia.

El origen del caleidoscopio es otra de las cosas que no olvida comentarles a las personas que le compran uno de sus tesoros. Aunque la historia oficial le adjudica al inventor escocés David Brewster la autoría y patente del invento, Molina asegura que proviene de China. "Los espejos los crearon los chinos, el caleidoscopio también", remata.

Sir David Brewster (1781-1868) fue un niño prodigio y construyó un telescopio cuando tenía 10 años de edad. Ingresó en la Universidad de Edimburgo a la edad de 12 años, donde continuó sus logros académicos. Su campo principal de estudio fue la óptica y la física de la luz. Fue admitido en la Royal Society de Londres, y recibió más tarde la medalla Rumford por su teoría de la polarización de la luz.

Irónicamente, los herederos de Brewster recibieron muy pocas remuneraciones por el invento, debido a un error en el registro de patentes. Fue durante la época victoriana que el caleidoscopio alcanzó su mayor éxito. Eran días en que se tardaba más tiempo para que una buena idea fuera copiada, así que mientras miles de caleidoscopios se fabricaban en Europa, no fue hasta 1870 que llegaron a EEUU. 195 años después de su creación, los caleidoscopios aun sobreviven y son el sustento diario de familias santiaguinas como la de José Molina.

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