Santiago de Cuba
<P>Se reúnen en restaurantes, salsotecas y casas donde pueden hacer dos cosas que no transan: comer y bailar. Los cubanos en Santiago se esconden en pequeñas réplicas de la isla, juegan béisbol en el Estadio Nacional y el 8 de septiembre asisten en masa al Templo Votivo de Maipú, donde hay una figura de la Virgen de la Caridad del Cobre, la patrona de Cuba. </P>
Cuando Alexander Salcedo (33) canta, cada nota lo lleva de regreso a Cuba. ¿Qué ve? Su casa de cemento y suelo de cerámica en Media Luna, un pueblo de la provincia de Granma. Tres hermanos. Ve a un papá pintor. Recuerda a su mamá, una dueña de casa que en sus ratos libres entonaba a Zalo Reyes y el gran hit del chileno que se escuchó en el pueblo: "Con una lágrima en la garganta".
-Cuando canto, recuerdo las cañas de azúcar. Donde yo vivía, en el campo, estaba lleno. A veces también extraño el agua y el clima.
Alguna vez, Alexander dejó su pueblo para ser una estrella en La Habana. En los 90, los cubanos no se despegaban de Buscando un Sonero, un programa repetido a diario por Cubavisión y que elevaba a categoría de dios de la salsa, a los jóvenes con talento de la isla. En ese programa, con una canción de Manolito y su Trabuco, él se convirtió en finalista.
Alexander toma aire y bota un son. Es medianoche de un jueves y comienza a invadir con su voz el restaurante Ilé Habana, en el barrio Suecia. Cada martes, jueves y sábado se para en el escenario a cantar con cuatro músicos. En la semana hay más chilenos, pero el fin de semana se llena de cubanos que buscan un pedazo de "la isla" en Santiago.
Alexander llegó a Chile el 21 de febrero de 2001, gracias a una invitación de Anita Alvarado que, entonces, necesitaba un cantante más para su restaurante Delirio Caribeño.
Todos los cubanos que salen de su país formalmente, lo hacen por medio de una invitación que realiza un ciudadano del país que visitan, generalmente, por motivos laborales y temporales. Según los cubanos residentes en Chile, el trámite para presentar la carta de invitación les cuesta cerca de $ 80.000; lo mismo deben pagar a su gobierno cada vez que entran y salen de la isla. Además, sólo por estar fuera de su país más allá del mes permitido, los cubanos -según explican- deben pagar el equivalente a $20.000 por cada mes. Eso asegura que van a volver y no son desertores.
Alexander se quedó. Vive en el paradero 14 de La Florida con su pareja, Elizabeth, una ingeniera civil chilena de 33 años que conoció cuando llegó al país; y también con 6 perros que ha salvado de morir en la calle. El es uno de los 5.564 cubanos que viven en Chile. Durante los últimos cinco años, el departamento de Extranjería y Migración del Ministerio del Interior registra un aumento progresivo de cubanos que ingresan al país: en 2006 se contaban 4.400; en 2007, 200 más, y en 2008, casi 5.000. Pero también han aumentado la cantidad de visas de permanencia entregadas: mientras que en 2006 fueron 228, el año pasado alcanzaron las 356. Se trata de una comunidad que crece lentamente, pero que ya ha posicionado el nombre de Cuba en la medicina, el arte y la noche.
Los cubanos en Santiago no se mueven como clan. Tampoco festejan fechas en masa, porque la mayoría de las celebraciones son políticas y no todos están a favor del régimen. Aunque todos reconocen las oportunidades que tuvieron para desarrollarse profesionalmente: "Yo soy una agradecida de la educación que recibí en mi país; eso lo tienen que agradecer todos los cubanos, porque el éxito que tenemos depende de la formación que recibimos", comenta Anais Aluicio, una psicóloga de 27 años que llegó hace siete a Chile y terminó su carrera en la Universidad Santo Tomás. Vino acompañando a su marido, un diseñador 3D que no pudo rechazar una buena oferta de trabajo en Chile.
Anais, al igual que la mayoría de los cubanos residentes en Chile, se niega a comentar la situación política y su afinidad o aversión al régimen impuesto por Fidel Castro. Apenas susurran sus preferencias. "Muchos dejamos a nuestras familias en Cuba y tenemos miedo a las represalias. Nadie te va a decir eso públicamente", contesta un cubano que vive en Chile hace 10 años.
Mijail Bonito (35), vocero de los Sin Miedo, grupo opositor cubano -que tiene cerca de 100 adherentes- ha intentado unir a sus compatriotas en una fiesta: las guarapachangas. "Así como ustedes dicen se armó la fiesta, nosotros decimos se armó la guarapachanga", comenta, antes de relatar los detalles de este festejo organizado por Facebook y que se realiza hace un año y medio, cada tres meses, en un bar de José Miguel Infante. La celebración suma más adeptos: "No es que vayan todos los cubanos que viven en Santiago, pero siempre se llena. Van personas de mi generación, compañeros de la Universidad de La Habana que no tenía idea que estaban en Chile", dice Mijail.
Aunque no hacen reuniones oficiales para celebrar fiestas patrias, navidades o años nuevos, sí hay algo que los junta cada 8 de septiembre. Ese día llegan en masa hasta el Templo Votivo de Maipú a adorar la imagen de la Virgen de la Caridad del Cobre. No tiene más de 30 centímetros, pero se impone ante ellos. Los cubanos la visitan en procesión y cada uno deposita cinco girasoles. También le llaman Oshún a la imagen, porque es el nombre que recibe según el sincretismo religioso aportado por la cultura africana. "Ella es nuestra cachita, así la llamamos. Recibe estas flores porque su color es el amarillo, y éste simboliza la dulzura", comenta una de las mujeres cubanas que no deja de ir cada septiembre.
También se reúnen en restaurantes y salsotecas: La Habana Vieja, el Ilé Habana, La havana Salsa, El Malecón de La Habana y el restaurante Damaris.
-¿Un mohito con hie'ba buena? -pregunta Atanacio Leiva (50), quien reina detrás de la barra del Damaris, en General Holley. Es hermano de la dueña, que tiene el mismo nombre del local que abrió hace seis años.
-El es el típico cubano cariñoso, gentil y galante. Las chilenas se vuelven locas cuando hablan con él, pero quiero dejarte claro que él no es fresco. Es cubano -cuenta una de sus compañeras de trabajo-. Es que parece que las chilenas no están acostumbradas a que las traten bien- dice riendo la infidente.
De pronto aparece Atanacio con el mojito prometido, un habano en la boca y un gorro de campesino cubano. Va a posar para una de las fotos de esta nota. Sus compañeros celebran su atuendo. Beto Rebolledo, un intérprete chileno de salsa que actúa en el Damaris, entona "El cantante", de Rubén Blades. La música levanta de las sillas a una pareja y ya en la pista, la salsa no deja que se despeguen.
Atanacio aprovecha la fiesta para el recuerdo. "Aquí tenemos un pedazo de Cuba", apunta hacia a una gran pared llena de frases escritas con plumón. Ahí hay firmas de Alberto Plaza y otros artistas. Ahí escribió incluso Willie Chirino, un conocido salsero cubano. "Es nuestro homenaje a la Bodeguita del Medio", cuenta. Es una pared que recuerda al restaurante de La Habana Vieja, donde también se coleccionan firmas en las murallas.
Sólo un par de mesas están ocupadas en el Damaris, porque es un día de semana, pero hay música, bailes, risas y mojitos corriendo por la barra.
Cuba, donde quiera que vaya, es una fiesta.
Los cubanos han ingresado a distintos campos en Chile. Con fuerza en la medicina, pero también en el arte. Maite Ramírez (35) es una de las primeras bailarinas del Teatro Municipal. Llegó hace 11 años a Chile y cuenta que al principio fue duro por el choque cultural, pero se acostumbró y hace espacios en su agenda para reunirse con sus compatriotas de vez en cuando: "Cada cierto tiempo tenemos que hacer comida cubana, ropa vieja (carne deshilachada con arroz y porotos negros). No nos juntamos tanto, pero cuando lo hacemos, no pueden faltar la música, la comida y el ron".
Uno de los platos tradicionales de las reuniones de los cubanos en Santiago es el asado de cerdo en púa. Atanacio explica la receta: "Pones un chancho completo a asar en un palo, se adoba y dentro se pone arroz y porotos negros. Esperas que dé vueltas. Cuando está listo, se come con la mano, así, salvajemente".
Pero no todo es comida. En el Estadio Nacional existe la Asociación de Béisbol de Santiago, el deporte nacional de Cuba. En una cancha de 140 m2, todos los domingos se reúnen 10 equipos -cada uno tiene 13 integrantes- armados con bates y guantes, todo comprado en el extranjero porque en Chile no hay dónde adquirir los implementos. Adrián Perdomo (40) es pitcher de Cuba, uno de los equipos. "Nunca me imaginé que cuando llegué a Chile iba encontrar esto, jamás, pero está y aquí jugamos dominicanos, venezolanos y norteamericanos. También hay un club para los más pequeños". Aparte de los 13 cubanos que conforman su equipo, hay nueve más en otros. Hoy, domingo, es la final; el duelo es entre Los Piratas y Venezuela. Como los chilenos después de cualquier pichanga, también tienen tercer tiempo: "Jugamos y nos tomamos una cervecita, ahí tranquilo. Y cada uno para su casa, aunque a veces nos vamos a la casa de alguien y la cosa termina en asado", cuenta Perdomo, profesor de educación física especializado en vóleibol.
Yadian López (30) alguna vez jugó béisbol en el Estadio Nacional, pero el trabajo lo consumió. Aunque ahora no ejerce como actor -la carrera que estudió en Cuba-, siempre roza su vocación. En el día es mozo del restaurante Café Med del Hotel Marriot (los comensales dicen que es uno de los más carismáticos) y de noche, un gestor de tropicanas a domicilio. Así como lee, Yadián lleva este tradicional show de cabaret cubano adonde se lo pidan. "Se llama 'La Habana toca tu puerta'. Llevamos bailarinas con plumas a casas y matrimonios", cuenta Yadián. Las plumas son para él la metáfora de lo que los cubanos trajeron a Chile. "Vinimos a aportar alegría. Quizás somos más sinceros y decimos lo que pensamos. Eso les gusta a los chilenos. Tenemos una forma diferente de enfrentar los problemas, incluso los de dinero. Acá no tenemos a papá y a mamá para ayudarnos a pagar las cuentas, pero nadie nos borra la sonrisa".








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