Seducidos por la direccion de valeryGergiev




ué lujo tener a Valery Gergiev en Chile. No sólo porque es uno de los más afamados directores vivos, sino porque su mano es una de las más expresivas, elegantes y expertas del momento. Considerado uno de los mejores conductores desde la segunda mitad del siglo XX, desde que se anunció su venida se crearon expectativas muy grandes. Y, como era de esperar, éstas fueron más que satisfechas.

Con él en Frutillar, con el preciso, delicado y brillante sonido de la Orquesta Mariinsky y el talento de incipientes artistas, el Teatro del Lago aprovechó la excelencia de sus invitados y concibió un festival que incluyó presentaciones didácticas, recital lírico y dos conciertos con diferente repertorio.

En ese marco se comprobó que afrontar a Gergiev es encarar a un maestro que extrae matices, crea atmósferas, aprovecha con expresividad los silencios, estruja los discursos musicales, contrasta los estilos y equilibra las dinámicas y los tiempos.

Sagaz a la hora de estructurar los programas, Gergiev es además perspicaz en detalles, como fue finalizar ambos conciertos con el Adagietto de la Sinfonía N° 5 de Mahler, sin fanfarrias ni in crescendo ni fortissimi, sino con un hilo desgarrador que dejó al público sobrecogido y en un atónito silencio.

Sin ademanes exagerados, y con una minúscula batuta, Gergiev -que se situó en el escenario a la misma altura del resto de los músicos- ofreció momentos magistrales, primero, con su impecable versión de la Suite Holberg, de Grieg, en la que los sonidos envolventes, la gama de texturas y matices y la claridad formaron parte de una seductora, alegre y conmovedora mirada que mantuvo su diseño neoclásico. Luego, con la Sinfonía N° 1 Clásica, de Prokofiev, donde la tentativa de acercarse desde el siglo XX a las formas escritas en el XVIII se traslució con perfecta nitidez y delicadeza, con gracia e ingenio. Por último, en la Serenata para cuerdas en do mayor, de Tchaikovsky, donde afloró el romanticismo del compositor, con su refinamiento y equilibrio, con su ímpetu y su introspección.

Estas obras se complementaron con el encantador cuento Pedrito y el Lobo de Prokofiev -que tuvo un adelanto en un concierto educacional para alrededor de mil niños-, y en el que el actor Néstor Cantillana asumió el rol del narrador con un relato fresco y jovial de la fábula, y con el Concierto N° 1 para piano de Beethoven, en la que tradujo las formas y estilo clásico, contrapuso la inquietud del compositor contra la tradición y, aunque lo guió con mano experta y casi con ternura, le dejó la cancha libre para su lucimiento al solista Behzod Abduraimov, que irradió fuerza expresiva y virtuosismo. También destacó el bajo Dmitry Grigoriev, quien intervino con arias de Eugenio Oneguin de Tchaikovsky y de Don Carlos de Verdi, un prometedor cantante, de voz robusta y bello timbre. Además, Grigoriev ofreció un recital al mediodía del sábado, muy bien acompañado al piano por Myra Huang.

Frutillar fue testigo de dos conciertos que difícilmente se olvidarán, dejando ese agradable sabor de haber vivido una experiencia única.

Periodista

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