Segregación escolar y calidad




Señor director:

Algunos piensan que lo único importante en educación es el debate sobre la calidad. Parafraseando a Deng Xiaoping: “No importa el color del gato, lo que importa es que cace ratones”. De la misma manera, no importa que un colegio cobre copago, seleccione o lucre, si a fin de cuentas entrega educación de “calidad” a los estudiantes. Lamentablemente para los pragmáticos, la evidencia dice porfiadamente lo contrario.

En un  seminario de Espacio Público sobre segregación (entre sus comentaristas estaban Juan Pablo Valenzuela, Gregory Elacqua y Andrés Hernando) se corroboró que la segregación es sistémica. Si bien puede existir una correlación con la segregación geográfica, o bien una desigualdad histórica instalada, nuestro sistema no contribuye a mejorar la desigualdad educativa y muchas veces la empeora. Lo más lamentable es que impacta la promesa de toda democracia moderna, que es generar ciudadanos capaces de definir su propia vida y contribuir al desarrollo de su comunidad política.

¿Puede un ciudadano que convive en un sistema de desesperanza definir su vida de manera libre? ¿Puede llamarse legítimamente una sociedad “democrática” aquella que segrega por ingreso a sus niños? ¿Podemos confiar en los distintos a nosotros si el sistema se preocupa de no mezclarnos?

El debate sobre la calidad, que va más allá de las pruebas estandarizadas, tiene que ver con la dignidad de los seres humanos, con la manoseada igualdad de oportunidad, con el mérito -que siempre debe mirar las circunstancias- y con el desarrollo integral de las personas. Personas que, siendo distintas unas de otras, nos obligan a desarrollar un respeto genuino por la diversidad, cuestión que se da sólo en los colegios menos segregados.

Gonzalo Andrés Vidueira M.

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