Ser de derecha




qui, como en cualquier parte del mundo, hablar de derecha sólo significa referirse a un lugar en el espacio político, espacio en constante transformación, eso sí. En el polo opuesto, y mirándose cara a cara para definirse y redefinirse una y otra vez, se sitúan las izquierdas.

En Chile, como en todas partes, el lugar de las derechas está ocupado por "los que mandan". Por lo mismo, las derechas también pueden ser comprendidas como un entramado donde se articulan los poderes económicos con referentes partidistas. Eso sí, el mero poder económico, social o cultural, sin intermediación en el campo de la política, no constituye derecha. Para hablar de ésta es necesario visualizar a los intermediarios políticos, es decir, a sus partidos.

Exceptuando el período de la Unidad Popular, cuando percibió su existencia misma amenazada, en Chile la derecha siempre se ha expresado en dos partidos -uno disciplinado, el otro caudillista-, tensionados entre sí, en conflicto y en alianza a la vez.

Por cierto, hablar de partidos es hablar de electorado, de votos, de una representación más allá del núcleo duro de los poderosos. Estamos, entonces, en presencia de un componente multiclasista, que es lo más característico de los partidos de derecha en cualquier lugar. ¿A quiénes apelan los partidos de la derecha chilena? Por de pronto, a unas clases medias que tienen algo que perder o, dicho de otra manera, algo que resguardar de la amenaza de unos otros desposeídos; de allí la apelación a la propiedad, a la pequeña propiedad, a la propiedad doméstica, incluso. También convocan a sectores populares con anhelos de ascenso social, o de fuertes sentimientos nacionalistas, o que cultivan un rechazo visceral al desorden, cualquiera que éste sea. Porque así como las izquierdas se autoidentifican con el pueblo (una abstracción) y se apropian de su representación, las derechas, en las antípodas, se autoidentifican con el país (otra abstracción) y también se apropian de su representación.

Los de derecha en Chile entienden la política como ese arte centenario, intuitivo y flexible, aprendido de generación en generación, que les lleva a usar los más diversos recursos -incluida la seducción social, como cuando abren sus espacios y rituales otrora vedados al intruso voyerista- y que les impulsa a hacer concesiones hasta ayer insospechadas. Todo sea por lo único que está más claro que el agua: asegurarse de permanecer siempre "con las riendas del poder".R

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