Sexo, drogas e impunidad: Hollywood en los 70

<P>La industria norteamericana del cine no sólo vivió un período de enormes cambios y furor creativo en esos años. También la fiesta de la disipación fue permanente. Y Roman Polanski no era el único invitado.</P>




A fines de 1975, cuando Steven Spielberg disfrutaba su pimer éxito planetario con la película Tiburón, el realizador Martin Scorsese editaba día y noche Taxi driver, sin salir casi nunca de la sala de montaje. Según cuenta su ex esposa Julia Cameron en el libro Moteros tranquilos, toros salvajes (1998), Scorsese enfrentó esa temporada ingiriendo una buena dosis diaria de un cóctel explosivo: champaña y un sedante conocido como Quaalude. Dos años después, Roman Polanski le ofreció la misma combinación a la menor de edad Samantha Geimer antes de violarla y quedar marcado para siempre en un caso que otra vez lo tiene tras las rejas.

El arresto de Polanski en una prisión de Suiza, a raíz de la petición de la justicia de Los Angeles por el caso de 1977, trae a la luz una época donde el desenfreno era la contraseña para ser un artista en sintonía. El caso Polanski es un reflejo a la distancia de un período irrepetible: si los 60 abrazaron el riesgo y la autodestrucción en la música, los 70 operaron de similar forma en Hollywood.

¿Cómo era el Hollywood de los 70? ¿Quiénes eran los más adictos del negocio? ¿Con qué se enajenaban y trabajaban las estrellas? En los últimos años han aparecido al menos tres libros importantes sobre la materia: el mencionado Moteros... de Peter Biskind, You'll never eat lunch in this town again, de Julia Phillips (productora de Taxi driver), y The kid stays in the picture, de Robert Evans (productor de El padrino y Chinatown).

Un detalle de la conducta sexual de Polanski la da el guionista Robert Towne, quien mantenía continuas disputas con éste mientras reescribía Chinatown. "Nos peleábamos todos los días, por todo... también por las quinceañeras que Polanski solía tener por ahí y a las que hacía fotos en topless, cuando se subían al trampolín, con una Polaroid. A mí, todo ese desorden me distraía. Chiquillas que aún no se quitaban los frenillos", cuenta.

En esta década de frenesí erótico y creativo en Hollywood, hasta un director tan aséptico como Steven Spielberg caía en el juego de sus amigos famosos. Durante el rodaje de Tiburón, el director de 28 años enfrentaba enormes presiones de la Universal, que no veía con buenos ojos cómo el presupuesto se disparaba. "Steven traía su propia almohada. No tenía tiempo para nada: sólo trabajo. Un amigo de él trajo a una chica de Los Angeles para darle sexo recreacional. Durmieron juntos y a la mañana siguiente Spielberg volvió al trabajo", cuenta Biskind en su libro.

A nivel de productores, Julia Phillips y Robert Evans fueron paradigmáticos. El primero era un ex sastre de permanente bronceado, que trataba con guante de terciopelo a directores y actores: a Coppola le regaló un Mercedes Benz 600 tras el éxito de El padrino y a Polanski lo sacó de su retiro europeo para dirigir Chinatown alquilándole una lujosa casa en Beverly Hills. Casado cuatro veces (una vez con la actriz Ali McGraw) y con serios problemas de adicción, Evans fue a la cárcel en 1980, al ser sorprendido comprando cocaína.

Tres años antes, la productora Julia Phillips (ganadora de un Oscar por El golpe) había sido despedida de sus labores en Encuentros cercanos del tercer tipo por esa misma adicción. El director francés François Truffaut, que la conoció de cerca porque actuaba en la cinta, la llegó a calificar de "incompetente".

Tanto Phillips como Evans entraron en los 80 a clínicas de desintoxicación y escribieron libros sobre los agitados 70. Mientras el de Evans fue muy anecdótico, el de Phillips trasuntó amargura y resentimiento. Por ejemplo, contó que alguna vez Warren Beatty, mujeriego e inmaduro reflejo de la temperatura sexual y moral de la época, le sugirió un ménage a trois con él, ella y la hija de la productora: "Yo le dije ¿No crees que ambas somos demasiado mayores para tí?". Eran tiempos libertinos.

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