Sobrevivir en campos con olor a quemado
<P><span style="text-transform:uppercase">[la araucania]</span> se desangra en medio del conflicto mapuche. Campos tomados, casas incendiadas, vigilancia policial. Son postales de un territorio que no logra superar una herencia de disputas violentas. </P>
Llueve sobre terreno quemado. Chiguaihue, interior de Pidima, IX Región. Joel Ovalle camina por los restos de la casa incendiada de la parcela del vecino Mario Rivas con su Maverick, calibre 12 de repetición, e inscrita para la caza de animales. Su parcela de 7,2 hectáreas está al final del camino, en Alboyanco. Si lo atacan, dice que está dispuesto a “disparar a matar” sobre cualquier agresor que intente quemar su casa.
“Yo llamé a armarse a la gente. Personalmente no voy a permitir que vengan estos desgraciados a hacerme algo a la casa, como a este vecino, porque los voy a agarrar a balazos y si me matan, más de uno se irá conmigo”, advierte el presidente de la junta de vigilancia de Alboyanco.
El sector de Chiguaihue se encuentra a la entrada de Pidima, en una de las zonas más radicalizadas del conflicto mapuche. Hace cuatro años comenzó una escalada de ataques de encapuchados sobre colonos “chilenos”, ex inquilinos y medieros de un fundo que fue expropiado durante la reforma agraria, y que sufrió diversas tomas. Eso cambió en 1976, cuando se subdividió el territorio en varias parcelas, las que existen desde entonces, con propietarios mapuches y no mapuches.
La misma situación se repite a lo largo de Vida Nueva, Requén, Chequenco y Alboyanco y se vivió, según los colonos, en una relativa buena convivencia durante algo más de 30 años.
Pero desde que las comunidades mapuches asentadas en el lugar declararon esta zona como Territorio propio, con derecho de ser reclamado, las rencillas afloraron. En esos lugares encapuchados comenzaron a amenazar, robar y disparar. En el sector de Chiguaihue la mayoría de las parcelas ha sido asediadas y ya hay decenas de ataques con fuego sobre graneros y casas.
Quedan muy pocos “chilenos” en el sector.
El éxodo
En medio del camino, un grupo de hombres y mujeres desarman una casa semidestruida por el ataque del fuego, hace 24 días.
-¿Estuvieron más tranquilos ayer? -pregunta Joel a la dueña de casa.
-Ojalá que se cumpla todo, pues -responde la mujer, de nombre Adriana Ojeda-. Los carabineros, la vigilancia, que nos paguen las tierras.
-Lo que se dijo ayer, se va a cumplir, y si no se cumple. Tú sabís cómo voy a gritar yo.
Adriana Ojeda vive hace 55 años en ese sector. Su padre fue inquilino del antiguo fundo y ella también lo fue.
El jueves 12 de julio, a las 20 horas, dispararon contra la ventana de su casa y luego contra la puerta. Ella y su esposo aguardaron, mientras que un grupo de encapuchados, del que se desconoce identidad alguna, la obligó a salir y la encañonó con un rifle; le pidieron dinero y armas a cambio de su casa. No tenían y comenzaron a quemarle el refrigerador, el living, un televisor y dos equipos de música, más parte de la estructura de una mediagua de dos que tiene adjuntas.
“Estamos perdiendo patrimonio emocional”, explica. “Aparte de los muebles, quemaron las fotos de la familia, de mis hijos. Nos queremos ir de aquí, pero hasta fin de año, para que los animales engorden y ganar algo”.
Según la fiscalía de Temuco, entre enero y julio de este año los incendios asociados a los conflictos mapuches fueron 46, versus los 32 incendios de todo 2011. De la misma manera que subieron los robos con intimidación a pequeños propietarios. Si en 2011 fueron sólo cinco, en este período de 2012 ya suman 11.
Adriana espera que el Estado compre sus hectáreas a buen precio para irse del lugar y radicarse en otro campo con, al menos dos hectáreas, para seguir viviendo. Los campesinos del lugar se solventan con la venta de animales y la cosecha de avena o de rosa mosqueta, por lo que el ingreso mensual es relativo y depende de lo que consigan para paliar la temporada. Adriana Ojeda calcula que el dinero que juntó para el invierno no supera los 300 mil pesos.
“No dormimos en las noches. Ayer sentimos disparos”, explica. “Que tengamos que arrancar no es vida”.
Vivir en guardia
A Julio Molina, ex mediero de un fundo, le han quemado dos veces un granero lleno de fardos, cuya pérdida le significó 90 millones de pesos. También han disparado a su casa desde un bosque cercano y, por esa razón, el Ministerio Público le asignó una guardia permanente de Carabineros las 24 horas del día.
De hecho, en su campo, rodeando su casa, hay dos trincheras construidas para repeler los ataques de desconocidos.
“La primera vez nos dieron cuatro días para que nos retiráramos a todos los colonos. Son de aquí. Los que vienen a romper los cercos no son de otras partes, son los mismos de aquí. Quién va a venir de afuera. Son los mismos. En las emisoras dicen que son santos, que no hacen nada, si ellos hacen lo que quieren, ni trabajan”, dice el hombre, de 77 años.
La razón por la que Julio Molina se mantiene con su parcela en pie es por los carabineros.
“Este territorio ya está dispuesto a los mapuches, todos los colonos se están yendo. Los carabineros cuidan, ganan su salario. Se lucha hasta donde se puede. Si uno queda vivo, queda vivo, si no queda vivo… así es la cosa, no más”.
Joel saluda a los carabineros de guardia. Le pregunta por la noche del último incendio.
-Quemaron la casa de abajo, vimos el fuego y el hijo del dueño dijo: miren, van por abajo -responde el uniformado-. Y en eso que iban por el bajo, empezaron a disparar. Así es que cuetazo que nos daban, cuetazo que les devolvíamos.
Carabineros, vestidos con cascos balísticos, y armadura de kevlar para resistir munición de guerra, están autorizados a responder los ataques con balines de goma.
Joel mueve la cabeza. Se despide de ellos.
“Lo he peleado siempre, desde que empecé: por favor, devuélvanle las atribuciones a Carabineros. Deben instalar y declarar la ley antiterrorista, si estos están encapuchados. Y armados”.
La otra cada
Sector de Temucuicui, cerca de Ercilla. El werkén Jaime Huenchullán se encuentra en parte de un fundo “recuperado” por su comunidad: muestra que se ha sembrado avena en el lugar y que se ha hecho un lugar para eventos culturales de su etnia.
Es el vocero de la Comunidad Temucuicui autónoma. Y tiene una opinión de los ataques a los colonos no mapuches en Pidima:
“Esas tierras están siendo reivindicadas por comunidades mapuches”, dice. “Pero cuando sucede ese tipo de hechos a propietarios chilenos, ancianos o con discapacidad, los medios muestran esos casos, y con eso ensucian la demanda legítima del pueblo mapuche. Y el gobierno quiere hacer ver el tema mapuche como un tema delincuencial”.
No es la opinión del gobernador de Malleco, Erick Baumann, provincia donde se producen los hechos de más violencia.
“La gente que hace estos ataques está haciendo la misma metodología racista y de limpieza étnica que se vieron en zonas como en los Balcanes”, dice Baumann, y añade más adelante: “No lo puedo decir, pero es gente que conoce perfectamente el territorio. Se nota que son criados en esos lugares. No son muchos. Son violentos y radicalizados”.
Huenchullán se desmarca de los encapuchados que han actuado frente a los colonos, de origen humilde del sector de Pidima. “Siempre hemos dicho que pueden ser autoatentados provocados aquí, o montajes preparados por parte de las policías, principalmente”, afirma.
Y frente al uso de las armas que reivindica la junta de vigilancia, dirigida por Joel Ovalle, el gobernador de Malleco y el vocero de la comunidad Temucuicui tienen opiniones disímiles.
“Están desesperados, los entiendo, pero no comparto ese hecho”, dice el primero. “Sólo provoca la militarización del territorio”, explica el segundo.
Parcela versus fundos
Joel Ovalle llega a su casa en Alboyanco. Una parcela que está metida entre cerros y por donde pasa un río donde se bañaba él y sus nietos, veranos atrás. Su mujer es de origen mapuche, pero, a causa de las amenazas y los incendios, decidió viajar a Santiago, a casa de una hija.
Hace menos de un mes un grupo de desconocidos se metió a su casa y revisaron todo, buscando su Maverick, calibre 12, de repetición. Pero no estaba allí.
“La solución es armarse, estos tontos… Yo les digo a la gente, apenas los vean, póngale balazos. La gente entrega todo, los echan y les queman la casa. Yo me voy con un balazo que me peguen, yo no voy a entregar mi casa”, dice.
Ovalle toma su rifle y se lo lleva al hombro. Saluda a los dos carabineros que cuidan su parcela de manera permanente.
“Cuando quemaban las casas aquí, nosotros horrorizados escuchábamos que en Santiago decían que les incendiaban las casas a dueños de fundo. Nosotros éramos los dueños de fundos”.
Comenta
Por favor, inicia sesión en La Tercera para acceder a los comentarios.