Sobrevivir siendo Roberto Thieme

<P>El ex secretario general de Patria y Libertad volvió a aparecer en los medios para el aniversario 40 del Golpe de Estado. El sabía que eso pasaría y hasta se preparó para recibir las invitaciones de la prensa. Fue un "veranito de San Juan" en su hoy anónima existencia, que reparte entre Quintero, donde pinta marinas que canjea y algunas vende, y Providencia, donde vive con su última pareja. Así es la vida de quien se autocalifica como un paria político. </P>




Transitando por la calle de arena que bordea el camino costero de Quintero y a medida que se acerca a la vieja casona donde vive buena parte del año, Roberto Thieme saluda de lejos a un hombre parado en la puerta de su casa. "Es el abogado del pueblo", comenta. El auto avanza lentamente y Thieme apunta a cada una de las casas: "Ahí vive un DC, ahí un socialista, en esa vive un comunista y en esta…". Luego de hacer una pausa, este hombre de 70 años sonríe como si fuera un niño que quiere crear una atmósfera de suspenso. "…En esta…, en esta casa vive un fascista".

La casa a la que apunta Thieme es la suya.

La vieja casona de dos pisos de Thieme en Quintero tiene dos ventanales rotos. El cuenta que por las noches mucha gente baja hasta la playa a beber y, por ello, no tiene certeza de que los vidrios rotos sean una reacción negativa contra él. Pero el segundo ventanal roto en menos de seis meses lo ha hecho dudar de que sea simple vandalismo. El mes pasado se cumplieron 40 años del Golpe de Estado y el nombre de Thieme reflota para esos grandes aniversarios. "El 2003, para los 30 años del Golpe, fue lo mismo: me llamaron de muchos lados y después pasé al anonimato, hasta ahora, para el aniversario 40. Lo de los ventanales calza con estas fechas, entonces quiero ser cuidadoso". Por eso pide que no se den coordenadas específicas de dónde está su casa.

Consciente de su rol en la historia reciente, como secretario general de Patria y Libertad, el movimiento nacionalista que trabajó activamente por el derrocamiento de la Unidad Popular, un mes antes de que se cumpliera el aniversario del Golpe, Thieme comenzó a repasar sus archivos y a leer libros sobre la época. Quería estar preparado, estaba seguro de que la prensa lo llamaría. Y así fue: dio entrevistas a televisión, varias radios lo llamaron y también la prensa escrita.

El cuenta esto sin mayor drama, después de almorzar un pollo con ensalada y beber dos schops en El Canelo, una popular fuente de soda de Quintero. Al salir, dice que le gustaría mostrar un par de hitos del pueblo, como él llama a este balneario, que aún tiene en sus casonas las huellas de un pasado mejor y donde hoy habitan unas 30 mil personas.

Thieme pide parar frente a la base que la Fach tiene en la ciudad, sin estacionar -dice-, para no despertar la atención de los militares de guardia. El ex Patria y Libertad apunta a un avión ubicado adentro de la base, a pocos metros de la entrada. "Es uno de los Hawker Hunter que partió de Concepción el 11 y bombardeó La Moneda o la casa de Allende en Tomás Moro". Luego pide ir al borde costero, a media cuadra de la base. A pocos pasos de una caleta de pescadores que parece abandonada, en medio de un sitio eriazo, hay un monumento a los detenidos desaparecidos. Son rieles de ferrocarril que apuntan hacia el cielo, simbolizando los trozos de rieles que se amarraron a los cuerpos de algunos ejecutados que fueron arrojados al mar. "En este trecho tan corto, aquí en Quintero, está la historia de Chile de los últimos 40 años", dice Thieme, mientras un borracho local lo confunde con un político y le pide que arregle la ciudad.

De las siete décadas que ha vivido, más de la mitad se las ha pasado luchando contra varios títulos que se le achacan. Fascista es uno, pinochetista es otro. Su imagen quedó congelada en los años en que lideró, junto a Pablo Rodríguez -hoy un reconocido abogado-, a esas brigadas de derecha que realizaron actos de sabotaje para desestabilizar a Salvador Allende y cuyo símbolo era una araña negra.

Thieme, quien a principios del año 70 llevaba una cómoda vida de gerente de una mueblería y, según él cuenta, ganando unos $ 5 millones mensuales en dinero de hoy, decidió dejarlo todo por el movimiento. Vendió un departamento en Irarrázaval que le había dejado su madre, un avión Bonanza para seis personas, su auto deportivo MG, además de un tercio de la empresa en la que trabajaba. Con ese dinero se mantuvo por dos años y medio durante el gobierno de la UP, y fueron parte de su aporte para la compra de 100 metralletas y 100 revólveres que él mismo internó al país desde Argentina. "Era todo el arsenal que había y se perdió todo para el tanquetazo, el intento de golpe que falló un par de meses antes del 11", dice.

Dos semanas antes del Golpe, Thieme fue detenido por investigaciones. "Me colgaron desnudo y con los ojos tapados. Entre otros, me interrogaron Max Marambio y el 'Coco' Paredes, pero me golpearon poco comparado con las atrocidades que vinieron después del Golpe. Por eso, casi nunca hablo de eso. Lo mío fue un detalle".

Max Marambio recuerda la detención de Thieme con claridad, pues en su rol de miembro del GAP -la guardia personal de Allende- llevaba semanas buscándolo cuando se encontró de frente con él en un restaurante. Según sus recuerdos, en la cárcel hubo violencia contra Thieme, aunque "yo no vi tortura, sí se le pegó una patada fuerte en las canillas después que él gritara que iba a seguir complotando contra el gobierno, que iba a seguir cortando caminos en el país. Eso yo lo paré".

Tras el Golpe, Thieme fue liberado. Y ya con el objetivo cumplido de sacar al gobierno de la UP, lo que vino para él fue un desmoronamiento de sus planes políticos. Patria y Libertad fue desintegrado como movimiento. Varios de sus miembros fueron absorbidos por el régimen militar, pero Thieme, al ver que su proyecto nacionalista no tendría espacio se quedó fuera. Ya en 1974, dice él hoy, se consideraba un disidente. Y "yo ya estaba de vuelta en el rubro de los muebles. Y cuando empecé a hablar en contra, me empezaron a quitar los grandes contratos que tenía para amoblar oficinas de grupos económicos importantes".

El año 83, Thieme parte a Estados Unidos a lo que él llama su "autoexilio". Dice que se fue después de formar parte de un grupo de personas -entre las que estaba Gustavo Leigh- que intentaba convencer a Pinochet de que dejara el gobierno. "La sospechosa muerte de (Eduardo) Frei hizo que Leigh nos dijera que llegáramos hasta ahí. En ese momento decidí irme del país. Salí de Chile sabiendo que yo era un cadáver político".

A fines del año pasado, la Agrupación de Ejecutados Políticos y la Agrupación de Familiares de Detenidos Desaparecidos pusieron una querella criminal contra autores, promotores o responsables del Golpe. Thieme dice que ya fue advertido de que le tocará declarar. "Cualquier día me cita la PDI y tendré que declarar ante el juez (Mario) Carroza".

En su casa de Quintero, cuando se le pregunta si no se arrepiente de haber promovido la caída de Allende, considerando lo que vino después, él responde:

-Sabiendo el desenlace, uno podría decir que se arrepiente. Pero como dice Ortega y Gasset, el hombre es él y sus circunstancias.

Thieme volvió de Estados Unidos en 1993, casado con Lucía Pinochet, la hija del en ese entonces comandante en jefe del Ejército. Mirando hacia atrás, Thieme considera ese matrimonio -el cuarto a su haber- como un error político.

-No le tomé el peso. Estaba desconectado en Estados Unidos y a Chile lo percibía como un país preocupado de crecer más que de otra cosa. Y yo veía a Lucía con otra sensibilidad, ella era militante DC en los 60, había sido secretaria de Belisario Velasco. Pero cuando volvimos me di cuenta del peso del apellido Pinochet, lo que terminó por cimentar esta imagen de ultraderechista que tengo.

A su regreso a Chile, Thieme volvió a lo suyo: los muebles. Montó una empresa y en paralelo se separó de Lucía Pinochet. La crisis asiática que vino después terminó por hundirlo: "Fui víctima de la ineptitud del Estado. Frei y su ministro (de Hacienda) Aninat dijeron que la crisis no llegaría a Chile. Y me embarqué en un tremendo stock de muebles. El 2000 tuve que quebrar. Decidí no volver a confiar, no hacer más negocios".

En el living de su vieja casona en Quintero, rodeado de cuadros pintados por él y de libros de historia y pensamiento político, repasa sus últimos años. Con la quiebra de su empresa, decidió volver a pintar para subsistir. Un oficio que practicaba como hobby desde niño y para el cual tomó algunos cursos mientras vivió en EE.UU.

Por algunos años participó de un centro de estudios, que él dice se llamaba "Eres" y del cual no quiere dar nombres de otros participantes, "para no perjudicarlos en sus trabajos", dice.

Hace siete años, cuando el centro de estudios cerró, Thieme decidió dedicarse a la pintura a tiempo completo. Primero se compró una casa en Maitencillo, donde vivió por cuatro años. Luego la vendió y se compró su casa actual en Quintero. Quería estar conectado con el Chile real y también con los veranos de su adolescencia, dice.

El cambio de vida -dice- no fue fácil. Si por algunos períodos en los años 80 él solía jugar partidos de polo y viajar en cruceros, su arribo a Quintero y su vida como pintor está lejos de ese glamour.

Su primer shock como artista vino cuando decidió ir con sus cuadros a las galerías de arte de Alonso de Córdova. Según cuenta él, en las cinco galerías a las que fue le dijeron que su trabajo estaba bien, pero que si se sabía que tenían cuadros suyos ahí arriesgaban una bomba en el local. Sea o no esa la razón, el hecho es que no logró colgar sus obras en esos espacios.

Obviamente, su opinión sobre su propio trabajo es positiva: "Yo ya había hecho exposiciones en Estados Unidos y Argentina. Tengo un buen nivel, pero desde ese momento decidí nunca más pedir que expongan mis cuadros en un lugar público en Chile".

El trabajo de Thieme se centra en pintar marinas. Cuando no lo hace, pinta barcos abandonados o muelles. En todos sus cuadros hay agua. Sus pintores favoritos son Monet, Turner y Miró. E insiste en que su apellido escrito en el borde inferior derecho de sus cuadros es lo que le juega en contra a la hora de vender. "Muy pocas veces alguien quiere comprar un cuadro de 'este gallo que estaba en Patria y Libertad'".

Thieme dice que al año pinta unas 30 telas, de las cuales vende la mitad. Aunque el precio promedio de cada cuadro es de US$ 1.000, a Thieme le gustaría ampliar su base de clientes. Este verano intentó ir a vender a los turistas que se bajan de los cruceros en Valparaíso. No le fue bien. "Me pegué un plantón tres días seguidos y no vendí nada. Los turistas ya no se bajan en el puerto. Los llevan directamente a unos buses que los van a dejar al aeropuerto, porque Valparaíso ahora es puerto terminal. Intenté conseguir un permiso para vender en la manga por donde salen, pero me lo negaron cuando supieron quién era". Thieme vive con los US$ 15 mil dólares anuales que le generan sus cuadros y con un pequeño suplemento de su jubilación. Dice que está bien con eso, que vive más liviano ahora, con menos responsabilidades.

En Quintero, donde se mueve en un viejo Peugeot 404 del año 77, sus cuadros tienen una utilidad que va más allá del dinero. Varios de éstos adornan los muros del Club de Yates. El tour que nos da por la ciudad termina justamente ahí, donde Thieme muestra sus obras y saluda a los mozos por sus nombres de pila. Con su barba blanca cortada a lo Lincoln y camisa a cuadrillé fuera del pantalón, parece más un turista europeo que un lugareño. La verdad asoma cuando habla: "Hice una suerte de canje y tengo acceso al club sin ser socio. Cuando viene alguien a verme lo traigo a tomar un pisco sour. Después nos vamos a comer a mi casa".

Hasta hace seis meses, él llevaba una vida solitaria junto a su perro Lobo. Pero desde abril mantiene una relación con una inglesa que trabaja en Chile. Dice que tienen planeado irse a vivir a Buenos Aires. Desde que lleva esta relación, Thieme ha pasado buena parte de los últimos meses en Santiago, en el departamento que la pareja comparte en Providencia.

Vivir como Roberto Thieme en Chile, dice él, no ha sido fácil. "Para la derecha soy un traidor y para la izquierda, un fascista", explica con cierto orgullo en la voz. Sus entrevistas del mes pasado, en las que criticó al gobierno de Pinochet y dijo que votará por Marcel Claude, despertó algunas iras. "Una señora pinochetista me empezó a gritonear en el supermercado. Fue raro, porque otras personas me defendieron".

Para evitarse ese tipo de problemas, Thieme se hace llamar Walter, su primer nombre en su carné de identidad. Incluso, tiene tarjetas de presentación con ese nombre. La mayoría de la gente que lo conoce a la pasada en Quintero lo llama así.

Asegura que no tiene vínculos ni con políticos ni con empresarios de esos años 70. Con Pablo Rodríguez, dice, no habla hace más de 20 años.

Saliendo de Quintero, de regreso a Santiago, él se califica como un paria político. Aún así, le gusta hablar de estos temas. Luego de insistir con que Claude es quien mejor lo representa, agrega: "Claro que yo sería más duro con este Estado dentro del Estado que tienen los militares".

Al llegar a Santiago, donde el portero del edificio lo saluda como Walter, Thieme dice que en el mes de la conmemoración no tuvo tiempo para tomar el pincel y que su esperanza es no estar presente para cuando el Golpe cumpla medio siglo.

-Por suerte, no creo que llegue vivo hasta el aniversario 50. De verdad, espero que no.

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