Sol y aire: las viejas nuevas formas de curar enfermedades

<P>Hace más de 150 años que se sabe de las propiedades antibacterianas del sol y el aire. El mundo moderno, armado con antibióticos, las olvidó por mucho tiempo, pero el aumento de enfermedades resistentes a estos medicamentos ha hecho que resurjan las investigaciones para validar su eficacia. </P>




AMEDIADOS de 1800, Florence Nightingale, por entonces una joven enfermera inglesa, alcanzó notoriedad en la Guerra de Crimea (conflicto armado que enfrentó a Rusia contra Inglaterra, Francia y el Imperio Otomano) por introducir técnicas "modernas" al cuidado de los heridos. Una de éstas, en particular, resultaría tan efectiva, que fue habilitada por la mayoría de los hospitales en el Reino Unido.

Se trataba de algo tan simple como barato: abrir las ventanas para dejar entrar el aire y el sol. "Es necesario renovar el aire alrededor de una persona enferma para llevarse los efluvios contaminados de los pulmones y la piel", escribió la enfermera. Desde ese momento, los "pabellones Nightingale", largos, estrechos y con enormes ventanas que alcanzaban el techo y dejaban circular el aire y entrar el sol, se convertirían en la mejor herramienta para disminuir la propagación de infecciones a nivel intrahospitalario.

Pero con el descubrimiento de la penicilina, en 1928, estos métodos caerían en el olvido y simplemente permanecerían en la historia de la medicina bajo el rótulo de arcaicos. Hasta ahora.

El surgimiento de cepas resistentes a los antibióticos de enfermedades tan graves como la gonorrea o la tuberculosis y la significativa disminución desde 1990 de grandes compañías farmacéuticas interesadas en la síntesis de nuevos tipos de antibióticos han hecho que el interés científico se vuelva hacia formas alternativas de tratar las infecciones. Curiosamente, una de las que más llama la atención médica actualmente es la misma que intrigó a Florence Nightingale hace más de 150 años. "Es recién ahora, cuando los pacientes no se están mejorando debido a que nos estamos quedando sin antibióticos, que estamos volviendo sobre nuestros pasos", dice a la revista New Scientist Stephanie Dancer, una microbióloga del Hairmyres Hospital, en Inglaterra, y una de las principales precursoras del reaprovechamiento de las propiedades antibióticas del aire y el sol.

Los mecanismos de acción de estos dos elementos naturales frente a las bacterias son muy distintos. El aire actúa renovando los ambientes y alejando, a través de la corriente, los microorganismos responsables de las enfermedades, lo que produce una disminución de las tasas de contagio entre personas que conviven en un mismo espacio.

Según una investigación muy reciente enviada a Tendencias por Stephanie Dancer y publicada en el Journal of Hospital Infection, el poder de la ventilación se ha estudiado con mucho interés en los grandes brotes epidémicos de los últimos años. En China, por ejemplo, hay estudios que señalan que la ventilación natural cruzada (es decir, cuando el flujo de aire viene desde más de una ventana) fue capaz de controlar la transmisión de SARS (Síndrome Respiratorio Agudo Severo) en los hospitales. Además, los pabellones aislados, pero con más de una ventana que permitiera el libre flujo de aire, mostraron mejores resultados en la prevención de brotes de esta enfermedad entre los trabajadores de la salud chinos. La clave, sin duda, no está en el aire, sino en la capacidad de un espacio de hacerlo circular libremente. Esta es la razón de que no se registren los mismos resultados en ambientes dotados de aire acondicionado, el que no se desplaza desde y hacia el exterior.

La luz del sol, en tanto, actúa sobre las enfermedades a través de dos mecanismos: directamente sobre los microorganismos a través del calor y promoviendo un mejor funcionamiento del sistema inmune a través de la vitamina D. Ya en 1942, una investigación demostró que el bacilo causante de la tuberculosis era muy poco resistente al sol y que al ser expuesto incluso a través del vidrio de una ventana, moría dentro de cinco días. Sin embargo, probó ser capaz de vivir por más de dos meses al interior de un clóset con temperatura más baja e incluso por seis meses en el refrigerador. Lo mismo ocurre con los estreptococos. Los estudios han mostrado que estos microorganismos (responsables de la meningitis y la neumonía, entre otras enfermedades) pueden sobrevivir por largos períodos en un espacio temperado sin disminuir su virulencia, pero sólo cerca de cinco minutos bajo la luz directa del sol.

El sol, además, potencia la producción de vitamina D en los seres humanos. Esta es un compuesto liposoluble que se adquiere casi exclusivamente de los rayos ultravioleta: éstos activan una forma de colesterol presente en la piel y lo convierten en vitamina D, la que llega a los órganos del cuerpo a través del torrente sanguíneo. Una de las principales funciones, descubierta en los últimos años, de esta vitamina es su rol protector del sistema inmune.

En 2010, un estudio realizado por investigadores de la Universidad de Copenhague identificó a la vitamina D como un componente crucial para la activación de las células T, encargadas de luchar contra las enfermedades. Los investigadores encontraron que estas células necesitan vitamina D para pasar de una forma inactiva que viaja a través del torrente sanguíneo a una forma activa capaz de reaccionar frente a organismos invasores. Además, se descubrió que las células gingivales tratadas en el laboratorio con vitamina D aumentan la producción de un antibiótico endógeno, que aumenta su posibilidad de matar bacterias comparadas con células no tratadas con la vitamina.

Actualmente, el interés mundial por estas formas tradicionales de combatir las enfermedades ha hecho que comiencen las intervenciones en distintos centros hospitalarios, reporta New Scientist. Un ejemplo es un equipo del Imperial College London, que ha estado trabajando en hospitales en Lima, Perú, para saber si los métodos tradicionales pueden reducir el contagio de tuberculosis, especialmente entre personas con VIH, que son más susceptibles debido a la debilidad de sus sistemas inmunes.

En esa ciudad, el equipo inglés está trabajando en la próxima instalación de tragaluces y de lámparas con rayos ultravioleta cuando los primeros no se ajustan al diseño de los hospitales. Los resultados, hasta ahora en animales, son prometedores. Al comparar a un grupo de cobayos entre los que había algunos infectados con tuberculosis y que fueron dispuestos en un recinto con rayos UV, con otros recluidos en una sala normal, se descubrió que el número de animales que desarrollan la infección pasó de 35% a 10%, lo que sugiere que resultados similares podrían encontrarse en seres humanos.

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