Somos poco confiables para guardar secretos
<P>En Chile el 67% de las personas reconoce ser poco discretas con lo que se les confía. Estudios muestran que el mismo afán por suprimirlos termina traicionándonos</P>
Probablemente el único secreto que usted realmente guardará de manera celosa sea su propio secreto mal guardado. Dicho de otro modo, usted no contará a nadie que reveló ese secreto que le confiaron luego de que prometió -y rejuró- que no se lo contaría "a nadie, pero a nadie". Es que fue inevitable, dirá usted. Los estudios le dan la razón. El impulso de contar a otros un secreto que nos confiaron es quizá uno de los más difíciles de frenar debido a la presión mental que se genera al intentar callar algo en lo que inevitablemente se piensa. No sólo hay angustia asociada, sino que incluso nos cuesta más realizar tareas que requieren esfuerzo.
Una reciente encuesta del Centro de Opinión Pública de la Universidad Central CESOP demostró que los chilenos somos especialmente malos en esta tarea y que, a pesar de estar conscientes de esta debilidad, a la hora de reconocer que traicionamos la confianza de alguien somos pésimos. El 67% de los encuestados cree que somos poco confiables para mantener un secreto, pero sólo el 35% se atreve a decir "sí, yo vulneré la confianza que depositaron en mí". Esto implica que si usted traicionó a su pareja y decidió contárselo a un amigo común para alivianar el peso, lo más probable es que esa persona cuente el secreto y que luego lo niege descaradamente. Y no es tan raro considerando que una vez que usted contó el secreto, ya no se los está guardando a nadie, ahora tiene su propio secreto que ocultar.
Diversos estudios han intentado indagar en esta aparente "dificultad" del ser humano para callar cuando se compromete a hacerlo. El profesor de Sicología de la Universida de Harvard, Daniel Wegner, postula que uno de los principales obstáculos está en la corteza prefrontal, el área del cerebro que regula el juicio, la racionalidad y que también se encarga de mantener a raya nuestros pensamientos inapropiados. Según sus investigaciones, al intentar suprimir los deseos de contar un secreto estamos pensando en él, lo que genera una contradicción en nuestra mente que acaba por traicionarnos. Para comprobar su teoría diseñó un famoso experimento en el que utilizó una antigua pregunta planteada por Dostoievski en su libro Notas de invierno sobre impresiones de verano acerca de cómo evitar pensar en un oso blanco. Resultó que cuando se dijo a los participantes que no pensaran en el osito en cuestión, terminaron pensando en este al menos una vez por minuto. En el caso de los secretos ocurre algo parecido, dice Wegner, ya que al evitar contarlos estamos forzándonos a una supresión. El resultado es que, al intentar suprimir las ganas de contar un secreto, terminamos pensando más en ello, nos obsesionamos y seguimos dando vueltas hasta que finalmente sentimos la imperiosa necesidad de liberarnos.
Esto a nivel mental, pero como la mente y el cuerpo se encuentran interrelacionados, otras investigaciones han demostrado que al guardar un secreto también experimentamos un cambio en nuestra percepción física. Un estudio realizado por especialistas del Departamento de Sicología de la Universidad de Stanford demostró que al intentar suprimir un secreto que les ha sido confiado, las personas perciben las distancias como más largas y pronunciadas, todo lo cual redunda en que requieren más esfuerzo para realizar tareas físicas. Según concluyen los investigadores, este efecto se acentúa en cuanto más complicado es el secreto y dedicamos más tiempo a pensar en él, como cuando nos confían una infidelidad o un secreto de familia. Esto termina generando cambios en nuestra percepción que solo se comparan al de llevar un peso físico. El efecto es más acentuado en hombres que en mujeres y la encuesta CESOP parace confirmarlo: el 63% de los hombres tiene la percepción de que los chilenos somos malos guardando secretos, cifra que se eleva a 73% en el caso de las mujeres. T
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