Tamandaré, Brasil. Bienvenidos al nuevo paraíso del nordeste

<P>A 100 kilómetros de Recife existe un secreto que poco a poco está cobrando la fuerza de un rumor: una de las mejores playas de Brasil no quiere salir del anonimato.</P>




Es un arma de doble filo escribir acerca de una playa que uno no quiere que se "fune" con hordas de turistas. Tamandaré, con su mar turquesa, cielo azul y sol constante, es de esos lugares que llegan al oído como un dato secreto, para mantenerlo en la tranquilidad que vive y que se siente ya en el primer paso. Aquí, el paisaje se mete directo en los ojos desde la bajada de uno de los buses que llegan dos veces al día desde Recife, la capital del estado de Pernambuco, en el nordeste brasileño.

Un centenar de kilómetros y casi tres horas de viaje anteceden a una pequeña reserva natural que rompe la monotonía de los cultivos de caña. Es la Reserva Biológica del Saltinho, con 538 hectáreas de la Mata Atlántica, la selva costera que recorre casi todo Brasil, y la verde antesala a un descenso continuo de la carretera, que desemboca en el poblado de Tamandaré.

Con 19 mil habitantes, esta pequeña villa aún respira sosiego, vida pueblerina, con pocos autos y abundantes sonrisas. Sin embargo, los días de paz se acabarán, en unos pocos años a lo sumo, ya que Tamandaré es el hogar de la nueva joya del litoral nordestino: Praia dos Carneiros. Objeto de varios rankings de viajes que la nominan como un de las playas "que se vienen" en Brasil. ¿Qué hay de cierto? Mucho, a decir verdad.

Corales, cerveza y relajo

Son los sentidos los que mandan cuando estamos frente a la principal playa de Tamandaré. De tranquilo oleaje, ideal para la práctica del snorkeling -producto de la gran barrera de corales que a apenas 200 m de la orilla-, en sus arenas conviven quioscos o barracas que ofrecen cervezas heladas y camarones apanados o pescado en salsa de coco. No hay vendedores playeros ni concentración de veraneantes ni radios con música a todo volumen. La trilogía playera soñada está acá: sol, aguas tibias y claras y palmeras que se extienden por más de 16 kilómetros.

Sin embargo, son cinco kilómetros al norte los que separan a este preámbulo que lleva a la naciente fama de Praia dos Carneiros. El camino está flanqueado por algunas viejas casas del 1800, residencias más modernas y pocos resorts que se han tomado algunas zonas de arenas doradas, pero por sobre todo, muchísima soledad. La caminata demora un par de horas entre cangrejos que se asolean y baños de mar. Hay opciones de llegar en pocos minutos en taxi por una vía interna o en un taxi-carreta tirado por caballos, absolutamente decorado con flores, que va por la arena y que permite empaparse del espíritu de esta región a lento galope.

Carneiros, lo top

Praia dos Carneiros es distinguible desde la lejanía: un puntal de arena y un bosque de palmeras inclinadas que se mece con los tibios vientos locales, mientras dos bañistas disfrutan del paisaje. Colindante al estuario del río Formoso tiene, aparte de cientos de palmeras, una playa que enfrenta una pared coralina de mil metros, que forma piscinas naturales y bancos de arenas, en los que "encallan" los barcos con turistas. Estos, al bajarse, parecieran caminar sobre el agua, una ilusión óptica que congrega a los fanáticos de la fotografía.

En tierra firme hay un pequeño comercio y restaurantes inmersos en este ambiente natural, casi inalterado en el último siglo y donde la "Igrejinha dos Carneiros", una antigua capilla ubicada sobre la arena, se transforma en el único vestigio de una antigua colonización. Hay algunos hoteles y posadas, apenas distinguibles, que aseguran tranquilidad al ciento por ciento, sobre todo en las noches, cuando la mayoría de los visitantes transitorios vuelven a Tamandaré o a Porto Galinhas, el principal balneario de Pernambuco, desde el que se llega en excursiones diarias en barco.

Es precisamente en barco que se puede transitar por dos atracciones colindantes a Carneiros. La zona de manglares del delta del río Formoso, con vegetación abundante, decenas de aves y cangrejos que conviven en el agua dulce, y la zona de baños de arcilla que tienen, dicen, abundantes sales minerales que benefician a la piel y salud. Ideal para la foto o para sentirse como "chancho en el barro", fácilmente lavable en las aguas del Atlántico con sus más que agradables 28°C.

No hay mucho más. No hay discotecas ni grandes restaurantes ni salas de juegos o casinos ni música estridente ni molestia alguna, que permita salir del trance y sonrisa eterna que provoca la naturaleza de esta región de Brasil. No se equivocan los rankings que la sitúan como una de las playas que la romperán en los próximos años. Hay que apurarse, el secreto, poco a poco, se va desvaneciendo.

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