Tarde de perros

<P>Hace 16 años que se realizan en Tobalaba esquina José Arrieta, pero pocos las conocen. En Peñalolén, hombre y perro compiten como grandes aliados, construyendo un singular espectáculo. </P>




Espigados y ligeros, sus cuerpos fibrosos parecen patinar sobre la tierra como si corrieran sobre un piso recién encerado. Los mejores ejemplares le pisan los talones a una "presa" de plástico y, a su alrededor, los fanáticos asistentes los vitorean. Las carreras de galgos adquieren visos de espectáculo en la comuna de Peñalolén.

Aquí las reglas son simples. En una cancha recta de 250 metros de largo, entre dos y un máximo de cuatro perros persiguen un objeto, que antes era una liebre viva y ahora, una bolsa de supermercado atada a un hilo y arrastrada por un "tirador". Este se posiciona al otro extremo de la pista, detrás de la meta. Desde ahí logra incitar a los perros: provisto de una máquina construida con restos de una bicicleta, atrae fuerte y ágil la bolsa.

En la partida, cada mascota es acompañada por un "largador", un pariente o brazo derecho del dueño (el que, mientras, espera en la meta) que, a grito limpio, azuza a la bestia apenas se abren las puertas y esta se larga detrás de su presa. Menos de 12 segundos tardan estos galgos en recorrer 200 metros. Algunos llegan a reventar los 80 kilómetros por hora.

Al costado del camino, una cámara de video registra el momento preciso en que el hocico del perro más veloz, protegido con bozal para evitar agresiones, cruza la meta. Aun así, a veces los ánimos se caldean cuando el fallo fotográfico no es suficiente para zanjar una arremetida muy peleada.

Hay galgos atigrados, negros y cafés con blanco. Son unos 50 perros -entre ellos el "Messi", el "Traidor" y el "Langosta"- que llegan a bordo de autos particulares, pero también en enchuladas camionetas y hasta camiones repartidores de gas.

Todos los sábados, desde las 17 horas, funciona este canódromo en José Arrieta con Av. Tobalaba. Es un terreno de 3.000 m2, separado sólo por una reja del Canal San Carlos. Una mujer con un talonario se encarga de cobrar los $ 1.000 que el Club de Galgos pide por acceder al espectáculo.

A estas carreras sólo llegan carabineros a fiscalizar que todo esté en orden. Distinta suerte corrieron torneos ilegales en 2003, en la comuna de San Bernardo, donde se comprobó maltrato animal y venta sin permiso de alcohol.

En Peñalolén son competencias amateur. En una pasada general, cronómetro en mano, los participantes se arman una idea sobre sus contendores y luego se buscan para un cara a cara espontáneo. A diferencia de los campeonatos profesionales, aquí no hay series, categorías ni etapas clasificatorias como en el Nacional de Requínoa, donde compiten los mejores perros de Chile -12 a la vez-, algunos traídos desde Estados Unidos, Irlanda o Argentina. A fines de los 80, se premiaba hasta con $ 1 millón al perro ganador de un torneo.

Si bien este tipo de entretenimiento no cuenta con la simpatía de grupos animalistas, la ley no los prohíbe, más bien se consideran un pasatiempo popular. En la Municipalidad de Peñalolén explican que todo comenzó en 1996, cuando el entonces alcalde Carlos Alarcón, presenció un torneo en La Reina y, entusiasmado, decidió ceder en comodato el terreno hoy utilizado. "Están permitidas, siempre y cuando se respeten las condiciones del Parque, sus normas de comportamiento y hora de cierre del lugar", dicen en el municipio.

Así, las carreras de galgos son cada día más comunes. A Lampa, en la Región Metropolitana, llegaron en 1990. Hoy se repiten cada fin de semana en Renca, Rinconada de Maipú o Talagante, sin contar los canódromos clandestinos que, cada cierto tiempo, son descubiertos y clausurados.

Para las últimas Fiestas Patrias fueron el plato fuerte en las fondas del Estadio Nacional, de la Fiesta de la Chilenidad del Parque Alberto Hurtado de Las Condes y en la medialuna Santa Filomena, de Talagante, mientras que en San Bernardo es famoso el canódromo Watt's, que debe su nombre a los terrenos donde se corre, detrás de esa empresa próxima a la Autopista Central. Esta tarde, la Gran Final del "Derby de Santiago" se correrá precisamente allí.

Hace cuatro años que María asiste a las carreras. Junto a sus dos nietas, camina sonriente sobre la pista. Es dueña de los galgos "Cherry", "Lanzazo" y "Manteca". Pese a su seboso nombre, es este último el que le causa mayores alegrías: acaba de ganar un duelo.

Un cachorro de galgo puede costar $ 300.000 y si su genealogía indica que es hijo de un "champion", el monto puede duplicarse. A los ocho meses ya compiten y pocos siguen haciéndolo después de los cuatro años. "Pero si tiene uno que sólo sabe de triunfos, no lo suelte por menos de un millón", aconseja otro dueño de perro.

A Héctor Novoa le ofrecieron más, pero dijo no. Vive a pasos de Av. Grecia; es mecánico y ha tenido 15 de estos magníficos cuadrúpedos. Sólo en alimento y vitaminas gasta más de $ 100 mil al mes por can. "Santiago", su regalón, tiene ocho años y ya no compite, pero es requerido como reproductor.

El doctor Leonardo Urrutia recuerda con exactitud la tarde cuando paseaba en bicicleta por el Parque Peñalolén y, tras cruzar una pequeña colina, sintió como si atravesara un pórtico al pasado, "a la época de La Colonia", especifica. La carrera de galgos que contempló con asombro fue lo que entonces le pareció una escena costumbrista -"del Chile profundo", dice- replicada en el corazón de la Región Metropolitana y en pleno siglo XXI.

"No había visto algo así", cuenta Urrutia seis años después, nuevamente de visita. No sólo las carreras llamaron la atención del doctor Urrutia, sino también el entorno social. Veía campesinos. "Como esos que están ahí", dice mirando a un grupo de cinco personas que en una mesa de madera y a torso desnudo juega cartas alrededor de autos empolvados. Junto a ellos, una mujer vende empanadas en un kiosco improvisado, ajena a la efervescencia que generan las correrías de estos bellos y rápidos canes.

El paisaje lo completan unos 130 vecinos de la comuna, pero también de Puente Alto, Renca y San Bernardo. "Gallada de distinto pelaje", define Urrutia, que en Conchalí conoció "al dueño de una panadería que tenía ocho de estos perros muy bien alimentados: los trataba mejor que a la señora".

El "Cocha" confirma sus palabras. Usa chupalla, jeans y botas vaqueras, es más bien bajo pero de contextura gruesa. Luce pendenciero. Pero saluda al tiempo que ofrece una lata de cerveza -él ya ha bebido más de una- y sin más, muestra los callos en las palmas de sus manos: "Trabajo construyendo piscinas. Me saco la cresta en la semana, por eso vengo aquí a quemar las tensiones todos los sábados", exclama. El Cocha está enojado. Dice que nadie se atreve a competir con su perro. Vino a perder tiempo, y también dinero.

Ya oscurece. Por hoy, las carreras llegan a su fin. Hombres y perros emprenden el camino de regreso a casa.

Comenta

Por favor, inicia sesión en La Tercera para acceder a los comentarios.