The Smashing Pumpkins: el fantasma del rock pasado
<P>La banda que acompañó a Billy Corgan ayer fue más consistente que la de su visita hace cinco años. </P>
Hace 19 años aparecieron en Los Simpsons en el clásico episodio Homeropalooza. Estaban en la cresta de la ola gracias a Mellon collie and the infinite sadness (1995), el álbum doble más vendido de los 90, y parecían sobrevivir a la tragedia del grunge a pesar de su cancionero pesimista. Después vino el desastre. Billy Corgan lo ha dicho, debió acabar con el grupo en 1996. Pero insiste en su creación, una banda que amaba a The Cure en los 80 y luego se convirtió en un arma pesada de rock pop sicodélico cuando se sumó el excelente baterista Jimmy Chamberlin.
Lo que sobrevive de Smashing Pumpkins, rearmados desde 2006, es un fantasma que a veces ofrece mejores versiones, pero siempre pálidas respecto del original. La de ayer, cuando el sol se iba del parque O'Higgins, resulta mucho más consistente que la desabrida alineación que hace cinco años desilusionó en el Movistar Arena acelerando los tiempos y abusando del feedback, que tampoco competía con un gran recuerdo, como fue su destemplado concierto debut en la estación Mapocho en 1998. La clave es la presencia de Brad Wilk (Rage against the machine) en batería, y en menor grado de Mark Stoermer, el bajista de The Killers. Wilk tiene su sello para atacar parches y platillos, una cadencia metalizada que remece y tonifica con dureza las canciones del grupo, que completa el guitarrista Jeff Shroeder. Abrieron con Cherub rock, el primer golpe de Siamese dream (1993), su mejor disco, y de inmediato la fuerza de Wilk se impuso, aunque el sonido ahogaba el desempeño de Stoermer. Corgan, que sigue cantando como un chico con pataleta, despachó impecable el solo de guitarra tal cual figura en el álbum, descarga espasmódica de distorsión y cuerdas estiradas. Siguieron otros clásicos como Tonight, tonight, Ava adore y 1979, todos recubiertos de dureza y ferocidad, mientras el sonido mejoraba su consistencia.
La reacción del público entre los éxitos de los 90 y las canciones de este siglo de The Smashing Pumpkins oscilaba notoriamente entre el entusiasmo y la apatía. La masa parecía desconectarse cada vez que no reconocía los acordes de los últimos títulos del conjunto, etapa que se concentra en la trilogía Oceania (2012), Monuments to an elegy (2014) y el inédito Day for night, que debiera ser publicado este año, álbumes que han intentado entre reenganchar con la garra de su periodo de gloria, y un poco convincente coqueteo con el pop de sintetizadores.
Por cierto, nada de eso salió a relucir ayer, en un concierto de rock y guitarras de un grupo que perdió su mística en la medida que sus integrantes originales fueron reemplazados por Billy Corgan. A pesar de los refuerzos de músicos reconocidos, y que el líder sigue siendo un extraordinario guitarrista, algo se rompió irremediablemente en The Smashing pumpkins. Sólo queda la cáscara de una banda que hace mucho era indispensable.
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