Tim Burton: el arte de hacer triunfar a los raros
<P>La semana que viene se estrena <I>Alicia en el país de las maravillas</I>, la versión de Tim Burton de la obra de Lewis Carroll. El filme es todo un espectáculo visual y, en coherencia con la ética y estética de este autor, el mejor personaje no es la buena de Alicia, sino la histérica y defectuosa Reina Roja. </P>
Tim Burton nunca se sintió bien con la época y el lugar donde le tocó vivir. Nacido en 1958 en Burbank (Los Angeles), una zona de clase media acomodada donde los grandes estudios de cine y televisión tienen sus sedes, el autodefinido "chico ostra" creció entre locales de leches malteadas, rocanrol y porristas de secundaria. Los años 60 en California fueron un clima anímico demasiado soleado para quien era un estudiante mediocre, malo en los deportes y sin sintonía fina con su padre, Will Burton, ex jugador de béisbol.
"Siempre me sentí un extranjero en mi propio vecindario y en mi país. Yo no quería esa etiqueta para mí, pero me cayó del cielo", declaraba el director hace un tiempo a The Times. Malo en matemáticas y brillante en dibujos, el joven Tim se la pasó buena parte de su adolescencia disfrutando de películas de horror clase B, alimentando su capacidad de asombro con la serie fílmica japonesa Godzilla y, sobre todo, idolatrando a su actor favorito: el eternamente villano Vincent Price. Amante de los raros y extraviados, el realizador ha empeñado todo su talento en llevar al cine las vidas de los golpeados del curso, de los obtusos en deportes, de quienes huyen del prestigio social. Y también ha encontrado en el tradicional "malo de la película" un tipo multidimensional con el que identificarse.
Su más reciente trabajo, Alicia en el país de las maravillas, es un nuevo ladrillo en esta pared de excéntricos. No por nada el personaje más brillante no es ni la curiosa Alicia, ni el intimidante gato Cheshire. Ni siquiera el desquiciado Sombrerero Loco, a cargo de su actor fetiche: Johnny Depp. Coherente con su lógica al revés, la más brillante es la malvada Reina Roja, interpretada por Helena Bonham-Carter, pareja de Burton. Para agregar más razones a la causa de la furia de esta monarca absoluta, ahí está su gigantesca cabeza, suerte de bulbo hinchado o cebolla gigante.
Alicia en el país de las maravillas no es de lo mejor de Burton, pero hay que consignar la fidelidad del autor a los humillados y ofendidos. Si su personaje de Alicia es insípido y carente de cualquier doblez moral y emocional, la tirana Reina Roja hace el resto del trabajo: con sus gritos continuos, su gigantesca cabeza y su complejo de inferioridad frente a su hermosa y cándida hermana (la bondadosa Reina Blanca), es el personaje "burtoniano" por excelencia. Una especie de pariente maligna y cascarrabias de Willy Wonka, el desorbitado fabricante de chocolates de Charlie y la fábrica de chocolate (2005).
Ya en el anterior trabajo del director, el musical Sweeney Todd, el héroe era un asesino que liquidaba a sus víctimas cortándoles la garganta mientras los afeitaba. Y su ayudante era la señora Lovett, quien hacía pasteles de carne con los desafortunados clientes del barbero encarnado por Johnny Depp. La razón de la venganza de Sweeney Todd contra la humanidad era haber sido condenado por un juez que luego terminó casándose con su esposa.
Burton, un autor
Desde hace un buen tiempo, Tim Burton viene echando mano a la literatura clásica para presentar sus propias versiones, casi siempre más oscuras que el original. En La leyenda del jinete sin cabeza (1999), el relato del escritor Washinton Irving, de 1822, se transforma en una fantasía de contornos oníricos: un investigador descreído de Nueva York (Johnny Depp) sucumbe ante un supersticioso pueblito de Nueva Inglaterra asolado por el fantasma de un jinete decapitado.
En Charlie y la fábrica de chocolates (2005), el libro original de Roald Dahl sufre una gran variación desde el momento que Burton muestra en toda su tenebrosa amplitud la reprimida infancia del chocolatero Willy Wonka: su padre dentista (encarnado por Christopher Lee, el clásico Drácula de la compañía Hammer) le prohíbe comer dulces, instalándole un monstruoso frenillo.
Rematando este gusto por lo oscuro, uno de los siguientes proyectos de este realizador es Maleficent, que tal como lo indica su nombre, tendrá derechamente de protagonista al hada maligna del relato La bella durmiente. Será la historia desde el otro lado del espejo, desde la postura y el punto de vista de esta bruja imponente que, por alguna razón, es una canalla irredimible.
Desde la época de Beetlejuice, hace 22 años, Burton ha puesto su huella inconfundible en cada una de sus películas, incluyendo las más débiles, como El planeta de los simios (2001). La predilección por los colores saturados (no les tiene miedo a los contrastes fuertes), los entornos góticos y un diseño de producción impecable son la marca de fábrica y le deben mucho a sus orígenes como dibujante de Disney, en los primeros 80. Su habilidad plástica es tal que el Museo de Arte Moderno de Nueva York le dedicó entre fines del año pasado y principios de este una extensa retrospectiva con sus trabajos en dibujos, pinturas y figuras de stop-motion.
Como buen hombre dueño de su estilo y su grupo de trabajo, Burton se rodea de colaboradores habituales: Danny Elfman en la música, Johnny Depp como actor mimado, Chris Lebenzon en el montaje, Colleen Atwood en el vestuario. Hollywood le ha sido ingrato (nunca se ha llevado un Oscar) y Burton le ha respondido fijando su residencia en una gran mansión de Londres, ciudad que ama por su clima lluvioso, por sus nubes y por sus castillos. Europa, por el contrario, lo ha hecho uno de los suyos: su primer gran regalo ha sido nombrarlo presidente del jurado en el Festival de Cannes que comienza la próxima semana. En fin, todo un autor.
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