Todas las vidas de Eric Rohmer
<P><span style="text-transform:uppercase">[Biografia]</span> El genio sereno y contradictorio del cineasta francés muerto en 2010 se despliega en un libro de Antoine de Becque y Noël Herpes.</P>
A los 25 años Eric Rohmer (1920-2010) no era un cinéfilo. Había visto unas cuantas decenas de filmes y atesorado muy pocos. De hecho, Eric Rohmer era un seudónimo que aún no se había inventado y del que su madre, fallecida en 1970, jamás llegaría a enterarse (como tampoco de que hacía películas).
No. Para 1946, el joven Maurice Schérer era un aspirante a escritor que, haciéndose llamar Gilbert Cordier, publicó una novela de la que muy pocos se enteraron. Sería una de varias frustraciones: quiso estudiar en la prestigiosa Escuela Normal Superior, pero lo rechazaron; buscó un lugar en la Academia, pero le fue negado; su primer largo (Les petites filles modèles, 1952) despareció -literalmente- y el segundo (El signo del león, 1959) estuvo años sin proyectarse. Y cuando se mostró, pasó de largo.
La resiliencia fue un rasgo de esta personalidad esencial del cine francés. La contradicción fue otro. Conservador y transgresor, clásico y moderno, todos los Rohmer caben en la biografía de Antoine de Baecque y Noël Herpe. Una obra maciza y multiforme, lanzada en paralelo a Friponnes de porcelaine, que reúne ocho nouvelles inéditas, escritas a los largo de los 40 y que contienen el germen de filmes como Mi noche con Maud y La coleccionista.
Así, el reverenciado cineasta de la intimidad y del azar puede ser visto bajo una nueva luz.
Un lugar común sobre sus películas habla de seducción sofisticada, de jóvenes atractivos que transitan entre la expectativa y la desilusión, entre el amor y el deseo. Entre el instinto y la razón. Y, sobre todo, que hablan mucho. Como el intelectual católico de Mi noche con Maud, que se la pasa racionalizando sus frenos para abordar a la mujer del título… y termina dando un paso en falso.
El propio Rohmer se hace cargo cuando declara que es un cineasta mudo. Mudo, en el sentido de preferir mostrar antes que decir, de escenificar actos de habla que superan a quienes los ejecutan. Por eso, finalmente, el cine fue la vía para reencauzar las frustraciones literarias: ya a comienzos de los 50, siendo profesor de secundaria a dos horas de París, lideraba a Godard, Truffaut y otros jovenes iconoclastas de Cahiers du Cinéma, futuros cineastas de la Nueva Ola, que ungieron como "autores" a gente como Alfred Hitchcock y Howard Hawks.
En 1958 pasó a ser redactor jefe de la revista. Y dejó de serlo en 1963, cuando sus propios compañeros de ruta le hicieron la cama, poniendo a cargo a Jacques Rivette. Rohmer les parecía, a esas alturas, un tipo de la vieja guardia, de un clasicismo conservador.
Monarquista declarado, dijo alguna vez: "No sé si soy de derecha, pero lo seguro es que no soy de izquierda". Y acaso esto haga más paradójico su caso como artista: ajeno a marchas gremiales, proclamas colectivas y otros signos de los tiempos, fue en simultáneo amigo de la economía de medios, de un cine directo y muy contemporáneo que encarnó una modernidad de nuevo cuño. En este punto, los biógrafos tejen detenidamente la urdimbre de un arte que, tras sus primeros traspiés, funde antropología, educación y minimalismo para desarrollar sus célebres series (Seis cuentos morales, Comedias y proverbios) que miran, desde distintos ángulos, los mismos temas de la pareja y el individuo, creando la ilusión de un cine más verdadero que la vida misma.
No tuvo Rohmer, como Truffaut o Godard, la costumbre de engancharse con sus actrices: tímido hombre de una esposa, acaso coqueteó "profesionalmente" con sus intérpretes (el libro deja ver algo, minúsculo, con Béatrice Romand), pero el resto fue sublimación fílmica. O bien la práctica, como dijo alguna vez, de "la castidad absoluta".
Activo hasta el final, Rohmer fue premiado en Venecia (El rayo verde), Berlín (La coleccionista) y San Sebastián (La rodilla de Clara). Pero acaso el reconocimiento que más lo conmovió fue la invitación, con 74 años, a dictar una conferencia en el Colegio de Francia, Meca de los grandes intelectos del país. No habló de su cine, sino de maestros como Chaplin, Keaton y Murnau. Ya hubo y seguirá habiendo ilustres conferencistas sobre Rohmer.
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