Transiciones, transacciones, traiciones...




Instalada ya en el vasto catálogo de las frases hechas, desde hace mucho tiempo estamos oyendo la aseveración de que no hay nada más arduo y lleno de peligros que la fase de transición desde un régimen autoritario o dictatorial a una democracia. Ha cobrado carácter de axioma político. Se nos dice que normalmente las sociedades sumidas en ese delicado trance han experimentado conflictos sangrientos y desde esa premisa deriva el gran aprecio por la obra cumplida por el fallecido Presidente Aylwin. Condujo la transición, se afirma, evitando esos peligros y llevando el proceso a buen puerto.

Es curiosa tanta persistencia. Estamos indudablemente en presencia de un dogma preservado con la inamovible convicción de un acto de fe en la inescrutable naturaleza de la Santísima Trinidad. Sin embargo basta un breve repaso a los libros de la historia de los últimos 50 años para constatar exactamente lo contrario: de las diversas clases de paso de un régimen político a otro que pueda experimentar una sociedad, ninguna es menos tormentosa y conflictiva que el traslado desde una dictadura y/o régimen autoritario y a veces hasta totalitario a una democracia de texto.

Amén del chileno, varios ejemplos están a la mano:

a) La transición acaecida en Sudáfrica desde el apartheid a la actual democracia con igualdad de derechos para sus dos razas se celebró sin actos de violencia sino al contrario, en medio de un ambiente jubiloso.

b) La transición desde la URSS a la Rusia -por breve tiempo- democrática, cosa que por la dimensión de ese país y su larga historia como imperio socialista hubiera sugerido que no podía suceder sin un cataclismo, sólo experimentó un intento de putsch fallido y el suicidio de tres generales del Ejército Rojo.

c) La transición en Portugal -en 1974- desde el régimen de Salazar a una democracia fue totalmente incruenta.

d) La transición argentina desde los gobiernos militares a la democracia se llevó a efecto sin convulsiones de ninguna clase.

e) La transición peruana desde sus regímenes militares tampoco ofreció tormentosas dificultades.

f) La transición española desde el franquismo a la democracia no tuvo otro incidente que el disparo al aire de un militar fuera de sintonía ni otro resultado que los honorables agazapándose con muy poca dignidad bajo sus escritorios.

De seguro hay más casos. Todos muestran que dicha modalidad de transición -la transición como tal, el lapso del paso efectivo de una cosa a otra, NO su etapa previa- es de las más pacíficas o como mínimo de las menos violentas, lo cual no desmerece la gestión de quienes las conducen porque en cualquier instancia o fase que viva una sociedad hay sobrado espacio para el error y por tanto el desastre. Siempre importan la inteligencia y el tino de quienes están a cargo. ¿Acaso el "Costa Concordia" y el "Titanic" no eran barcos flamantes y navegaban aguas tranquilas? Sin embargo en ambos casos bastó la torpeza del capitán para hundirlos o hacer posible el hundimiento. La torpeza, esa perenne y tan abundante virtud humana, es capaz de mandar a pique al buque más pintado flotando en aguas calmas, estancar a un país que prosperaba o quebrar una empresa boyante.

En las transiciones la buena conducción es entonces importante, pero lejos de operar sobre una base en extremo difícil, al contrario, lo hace en circunstancias al alcance de la sensatez y sentido común de quienquiera posea esos atributos. En lo esencial dicha circunstancia facilitadora está en la naturaleza de la situación y consiste en lo siguiente: el solo hecho de que un régimen que, por definición, controla todo el aparato institucional y la fuerza armada pero aun así se permite transitar o ser llevado hacia la democracia en vez de ser empujado a ella -o a otra cosa- por una guerra civil o una revolución, señala, lisa y llanamente, que ya era totalmente INVIABLE y a sus titulares no les quedaba otra cosa que la abdicación y/o resignación y/o rendición, esto es, una transición. Por eso siempre en un sistema autoritario viviendo esa experiencia se observa el mismo fenómeno, a saber, que ya no contaba con el apoyo ni siquiera de los sectores que lo promovieron, incluyendo las clases privilegiadas, las cuales están siempre más interesadas en defender su propiedad que al régimen político de turno, sea democracia o dictadura; cualquiera de ambas alternativas que cese de ofrecer seguridad a su propiedad y privilegios automáticamente pierde "legitimidad". De ahí que los regímenes autoritarios necesariamente se derrumben si no ofrecen dicha garantía. Sin el apoyo de los "poderes fácticos" no hay régimen capaz de sostenerse. De ese régimen abandonado por todos se puede decir, más elegantemente, que "ya ha cumplido su "misión histórica". A partir del momento cuando las estructuras autoritarias se convierten en económica y políticamente improductivas, es del mejor interés aun de sus originales defensores y beneficiarios asegurarse un cambio o transición que les permita el mejor escape a la tormenta de la venganza y el despojo.

La anterior es causa necesaria pero no suficiente para la fluidez de dicho tránsito; se requiere, además, que la contraelite esté particularmente interesada en evitar desbordes, condición que viene de suyo en la lógica misma de la coyuntura, pues sólo quienes prefieren mil veces las transiciones a las revoluciones pueden, quieren y se les permite negociar los términos del proceso. Cuando no ha sido así, como en el caso de Portugal, donde una facción del Ejército rebelde a Salazar intentó imponer una suerte de socialismo, rápidamente la presión de los moderados se impuso y cambió la fisonomía de la transición a lo que llegó a ser hoy día, proceso que se retrata de soslayo en la película Tren Nocturno a Lisboa.

La clave de las transiciones son las transacciones. De no haberlas, de ser, la contraelite, enemiga de todo acuerdo, lo que tenemos es más bien un intento de golpe de mano revolucionario que inevitablemente desembocará en violencia. Y, a su vez, la clave de las transacciones son las negociaciones, cuya razón de ser es llegar a acuerdos. Estos acuerdos consisten básicamente en la compraventa de pólizas de seguro. En breve, una transición es una entrega planificada del poder a cambio de seguridades, siendo la principal de ellas la de que los responsables o culpables o cómplices o amigos del antiguo régimen no serán colgados en la plaza pública.

Como negociar implica que ni se juzga ni se condena ni se ajusticia o al menos no se hace de inmediato y/o en escala masiva, es también parte de la lógica natural de estos procesos que tarde o temprano se acuse a sus protagonistas de haber cometido "traición". Niñitos de 15 años con quizás conocimiento de la tabla del tres se han dado el lujo de desfilar el día mismo de las exequias de Aylwin haciendo "declaraciones" de ese tenor. Adultos de similar edad mental a la de esos nenes le han reprochado a Aylwin en vida -y lo harán también apenas se disipen las emociones del funeral- algo semejante y en términos igualmente desdeñosos. Hace tiempo ya que se instaló en ciertos sectores la versión histórica de que su gobierno "pudo hacer mucho más" en materia de justicia pero, al contrario, sólo negoció mucho más de lo necesario.

Todas esas personas fueron beneficiarias de la obra de Aylwin, la cual incluyó por necesidad transacciones celebradas no en la medida de lo posible, como se dijo, sino haciendo lo imposible para preservar la recuperada democracia y sofocar el fantasma de un nuevo cuartelazo. Esa era su tarea, no otra. Pero precisamente porque se cumplió, precisamente porque la democracia no fue rota por segunda vez, precisamente porque hubo continuidad del régimen democrático desde el día "uno" hasta hoy, esas personas y esos niños se hacen la ilusión de que dicha democracia recuperada era igual de vigorosa entonces como ahora y por lo tanto -¡qué falaz es ese "por lo tanto"!- capaz de mucho más desde el comienzo.

Varios de esos genios del análisis histórico están hoy en día en el gobierno.

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