Traslademos el Congreso




NUEVAMENTE suena con fuerza desde el interior del Congreso la idea de trasladar la sede del Poder Legislativo de regreso a la capital, luego de casi un cuarto de siglo en Valparaíso.

Inmediatamente surgen voces contrarias a la idea, alegando contra el centralismo de Santiago y la eventual pérdida que significaría para el Puerto la partida de tan relevante actividad. Pero, ¿realmente alguien cree que la presencia del Congreso en Valparaíso ha sido un aporte a la descentralización del país? Al menos desde el punto de vista urbano, su presencia ha sido más bien un punto negro en el paisaje urbano de una de las ciudades más bellas de Chile.

Pese a que su diseño surgió de un concurso internacional que congregó más de 500 propuestas, y que el equipo ganador lo integraban los destacados arquitectos Cárdenas, Covacevic y Farrú, la verdad es que muchos arquitectos y ciudadanos coincidimos en que es probablemente uno de los edificios más feos y poco relevantes de nuestra arquitectura contemporánea. Fiel representante del movimiento posmoderno de finales de los 80 -uno de los períodos más olvidables de la producción arquitectónica-, donde el lenguaje y los cánones clásicos eran reinterpretados y simplificados con materiales baratos como la martelina y perfiles de acero. Esto se exacerba con el mal gusto de su decoración y gama cromática, al parecer favorita del general Pinochet, que según cuenta el mito urbano, dijo: "Desde que vi las maquetas, supe que éste era el ganador".

Más allá de lo irrelevante de su resultado estético o arquitectónico, que de paso dejó en el segundo lugar un proyecto espectacular de Borja Huidobro, entre otros, el Congreso de Valparaíso no aporta nada de vitalidad o regeneración urbana al barrio del Almendral. De partida, su torre-arco, más que enmarcar la vista al mar, sirvió de antecedente para que luego surgieran otras torres en la avenida Argentina que terminaron por taponar el anfiteatro natural de los cerros. Por otro lado, los legisladores llegan directo al estacionamiento subterráneo del edificio, desde Santiago o sus departamentos en Reñaca, sin poner un pie en el barrio, que ya acusa un deterioro y abandono patético, visible en la ruina de la Iglesia de los Doce Apóstoles, a sólo metros del Congreso. Pretender que este tipo de edificios pueden representar algún rasgo de descentralización es una mofa a las legítimas necesidades de autonomía de las regiones. Lo que Valparaíso requiere con urgencia son políticas de reconversión económica que le permitan mejorar y capacitar su capital humano, para potenciar su competitividad como plataforma de servicios y educación, con fuerte vocación de comercio exterior.

Si queremos ser más radicales, podemos incluso jugarnos el riesgo de invertir en un tren de alta velocidad que reconozca y capitalice el hecho de que el puerto y el litoral están a punto de ser parte de la mega-conurbación metropolitana, una ciudad hermana con la capital, con una oferta cultural y residencial que compita de igual a igual con Santiago.

Finalmente, el feo edificio de avenida Argentina con Pedro Montt podría convertirse en sede universitaria, en un gran centro de investigación, congresos científicos y culturales, abierto y vivo, sin rejas ni guardias, donde la ciudad vuelva a palpitar desde adentro… Y lo digo como porteño.

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