Un bien intransable




EL PASADO martes 21 de octubre concluyó la septuagésima asamblea de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP), reunida en Santiago. Tras el examen del estado de la libertad de expresión en el continente -¡y vaya que hay problemas!- también hubo exposiciones sobre los contenidos de la prensa escrita, que no sólo interesan a los periodistas que trabajan en ella, sino de manera muy especial a sus audiencias: los lectores de diarios.

Quiero rescatar algunos conceptos vertidos por panelistas nacionales y extranjeros. Bajo la premisa de que las libertades de expresión y de prensa no hay que examinarlas solamente como derechos, sino como obligaciones: es responsabilidad de los medios exponerlas, promoverlas, practicarlas y defenderlas, para “empoderar” a sus lectores (la nueva edición del Diccionario de la Lengua, que acaba de ver la luz en España, acoge el término “empoderar” con el significado de “hacer poderoso o fuerte a un individuo o grupo social desfavorecido”).

Si bien los lectores no pertenecen a un “grupo social desfavorecido”, al interior del proceso informativo eran hasta hace pocos años “sujetos pasivos”. Ahora no. Las nuevas tecnologías les han entregado poder, y con frecuencia hacen sentir su voz a través de las redes sociales, participan en la generación de la pauta informativa, intervienen en la discusión de los temas que les interesan y definen lo que les agrada o disgusta. Y, sin mayor intermediación, lo hacen saber al diario. Son los lectores empoderados.

También se habló de estándares éticos, que son los principios que guían el trabajo periodístico en cada medio. Editores, reporteros y también columnistas deben conocerlos, indagar sobre su significado y respetarlos. Esas normas están referidas a los contenidos y son los cimientos de la credibilidad, que opera como una garantía para los lectores. Y ello implica que un periodismo ético debe reconocer, en primer lugar, sus propios errores, sin eufemismos ni excusas; no sucumbir en lo que es “políticamente correcto”; originar los contenidos más cerca de los intereses de sus lectores y retornar al periodismo “cara a cara”, que es más transparente, porque evita los velos que tienden ciertas fuentes, para escudarse en el anonimato y la opacidad.

La credibilidad es el mayor capital que posee un diario. Todos los días se corren riesgos con ella, pero el trabajo profesional demanda responsabilidad. Credibilidad significa que algo es digno de crédito, de confianza, algo verosímil o fidedigno. Eso hace que los lectores crean en los contenidos de su medio.

La Declaración de Chapultepec sobre la Libertad de Expresión -dictada en México en 1994- dice que la credibilidad de la prensa “está ligada al compromiso con la verdad, a la búsqueda de precisión, imparcialidad e igualdad, y a la clara diferenciación entre los mensajes periodísticos y comerciales”. También sostiene que estos principios no deben ser impuestos, porque en una sociedad libre, los lectores premian o castigan.

Nada nuevo: es, ni más ni menos, lo que figura en el Manual de Estándares Editoriales de La Tercera. Pero siempre es bueno que alguien nos recuerde que la credibilidad es un bien que no se puede transar ni ceder.

Comenta

Por favor, inicia sesión en La Tercera para acceder a los comentarios.