Un espacio para Dios en la república
Inaugurando la Semana Santa, un amigo publicó el Domingo de Ramos en Facebook un enlace a una conferencia dictada por Sam Harris, autor de El fin de la fe, ensayo ganador del premio PEN 2005 en Estados Unidos. El filósofo acusa a la religión de distraer a las personas hacia "cuestiones de relevancia moral inferior", como el más allá y los designios de Dios, y propone buscar las respuestas morales en la ciencia.
Harris es parte de un movimiento cuya expresión más visible ha sido la campaña publicitaria de los "buses ateos" en Londres. En octubre de 2008, aparecieron en la capital británica letreros en las micros con el eslogan "Dios probablemente no existe, así que deja de preocuparte y disfruta la vida".
La idea de que Dios es un espejismo nacido de la ansiedad humana ante lo desconocido se complementa con las de que "Dios no es bueno" y "la religión mata", postuladas por el periodista Christopher Hitchens y otros. No es raro que la ofensiva del ateísmo militante coincida con el auge del terrorismo religioso después del 11 de septiembre de 2001 y con los vergonzosos escándalos de abusos sexuales al interior de la Iglesia Católica.
Si la noción de Dios es una patraña perjudicial, también lo es, por supuesto, la religión. Para los que sostienen, como sugirió hace décadas Bertrand Russell, que "todas las grandes religiones del mundo son tan falsas como dañinas", el siguiente paso lógico sería retirarlas del debate público, relegándolas al ámbito de lo privado. Hacia eso apunta, por ejemplo, una ley francesa de 2004 que prohíbe a los alumnos de escuelas fiscales ir a clases portando "símbolos religiosos conspicuos". Conseguir tal objetivo supone asimismo reinterpretar la historia, destacando en ella las atrocidades cometidas en nombre de Dios (no son pocas) y olvidando los aportes de la religión a la civilización (son incontables). Eso fue lo que se quiso hacer hace unos años, cuando la Unión Europea intentó aprobar una Constitución que no reconocía la identidad cristiana del Viejo Continente. Finalmente, para hacer completo el destierro, tampoco es admisible que la Iglesia trate de "imponer" su visión en causas morales donde sólo cabe sancionar legalmente un consenso mínimo.
Llama la atención que, pese a lo anterior, tantos políticos en todo el mundo insistan en lanzar de vuelta a Dios y la religión al debate público. Sebastián Piñera hizo cuatro menciones a Dios en su alocución desde La Moneda el 11 de marzo, al igual que Barack Obama en su discurso inaugural, mientras que Angela Merkel pidió la "ayuda de Dios" al asumir como canciller alemana en 2005 (gesto que repitió tras ser reelecta). George W. Bush dijo que Jesús era su "filósofo preferido"; Tony Blair, que rendiría cuenta ante Dios por su decisión de enviar tropas a Irak; Nicolas Sarkozy se identificó en 2004 como "de cultura católica, de tradición católica, de confesión católica"; David Cameron, el líder conservador británico, anunció que dará nuevo impulso a las escuelas públicas de Iglesia -"las apoyo política y personalmente", ha dicho- si llega al gobierno tras las elecciones de mayo.
Quizás sea sólo una estrategia para atraer respaldo. Aun así, parece revelador: los políticos saben que es rentable mencionar a Dios y llevarlo al espacio público. Pero también es posible, por qué no, que verdaderamente sean creyentes y que al invocar a Dios muestren sintonía con las sociedades a las cuales gobiernan.
Porque vastos sectores en muchas sociedades consideran que Dios probablemente existe y es bueno y que la religión sana. Opinión que queda de manifiesto en procesiones multitudinarias (el año pasado más de 70 mil jóvenes chilenos participaron en la peregrinación al santuario de Santa Teresa de Los Andes), en gestos como el del piloto de Fórmula 1 Robert Kubica, quien lleva en su casco inscrito el nombre de Juan Pablo II, o en datos de trivia, como que la película más vista en la historia sea Jesús, una producción de 1979.
Hay quienes postulan que el intento de sacar a Dios del medio es el problema. El historiador Michael Burleigh ha escrito sobre la propensión moderna a crear "religiones civiles" que terminan tornándose contra el hombre.
La pregunta es, como planteó en 2009 la historiadora Sol Serrano en un libro sobre el Chile del siglo XIX, "qué hacer con Dios en la república". Todo indica que entregarle un espacio entre lo estatal y lo privado, un lugar en la esfera pública, sin escandalizarse de que los creyentes promuevan sus visiones en un ambiente libre de vetos y respetando el hecho de que en muchas sociedades una proporción importante, si no mayoritaria, considera que Dios y la religión son el camino para vivir mejor.
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