"Un nuevo Concilio es absolutamente impensable hoy"

<P>Para Sandro Magister -el más destacado analista de temas vaticanos de Italia, según Foreign Policy-, los cambios producidos en la Iglesia Católica por el Concilio Vaticano II -del que se cumplen 50 años- son profundos, pero aún generan divisiones. Descarta, sin embargo, que haya espacio para una nueva cita de esa magnitud, como planteó alguna vez el fallecido cardenal Carlo María Martini.</P>




El 11 de octubre de 1962, Juan XXIII inauguró oficialmente el Concilio Vaticano II. Lo había convocado en 1959, a tres meses de asumir, sorprendiendo a muchos que no pensaban que un Papa elegido a los 77 años y considerado de transición, impulsara una cita que buscaba realizar cambios profundos dentro de la Iglesia Católica. A 50 años de su inicio -cuyas conclusiones Juan XXIII no pudo ver, porque murió dos años antes de que finalizara el encuentro-, las divisiones sobre los resultados de la cita, que reunió a 2.800 obispos del mundo entero, siguen presentes. Algunos teólogos progresistas aseguran que se ha desviado el sentido del Concilio, mientras otros, como el Papa Benedicto XVI, insisten en que lo que se ha hecho en los últimos años es aplicar el verdadero espíritu de lo acordado hace medio siglo.

Para el vaticanista Sandro Magister -considerado el más destacado analista italiano de la política vaticana, por la revista norteamericana Foreign Policy-, el Concilio Vaticano II marcó un cambio notable en el interior de la Iglesia, pero asegura que aún falta mucho para que se internalicen todos los cambios acordados en esa cita. Descarta, por eso, que haya espacio para un nuevo Concilio en un plazo breve. "Los acuerdos del Concilio de Trento demoraron casi dos siglos en llegar al corazón de toda la Iglesia Católica". En conversación con La Tercera, Magister analizó los alcances de ese encuentro y las divisiones que aún genera la aplicación de sus resultados.

A 50 años del Concilio Vaticano II, algunos advierten sobre una suerte de proceso de restauración, mientras otros insisten que lo que se está haciendo es profundizar los lineamientos fijados en ese encuentro. ¿Cuáles cree usted que son las principales transformaciones que experimentó la Iglesia Católica tras ese encuentro?

Los cambios vividos por la Iglesia Católica después del Concilio Vaticano II han sido notables. Sin embargo, el que supera por lejos a todos los demás y que fue experimentado y vivido por cada uno de los católicos del mundo, es el cambio litúrgico. La Iglesia cambió en forma importante la manera de celebrar su misa, es decir, intervino directamente con cambios sensibles en lo que es la esencia de su vida.

Pero justamente con la recuperación de la liturgia latina en los últimos años, existe en algunos sectores un sentimiento de restauración...

Cuando se dice que hubo un gran cambio en la liturgia, se pone de manifiesto también algo que tiene que ver justamente con los problemas surgidos en el período posterior al Concilio. Esto, porque el cambio se dio, en algunos aspectos, en forma positiva, pero en otros, de manera negativa, según la jerarquía de la Iglesia y el actual Papa en particular. Se incorporaron, por ejemplo, formas de celebración de la misa, que dieron mucho espacio a la inventiva y la creatividad de cada sacerdote. Incluso en algunos casos alterando elementos esenciales de la liturgia. Estas formas extremas llegaron incluso al hecho de que celebraran la misa personas que no eran sacerdotes.

¿Eso no estaba en el espíritu del Concilio?

Absolutamente, no. Podemos decir con seguridad que era lo opuesto a lo que el Concilio quería. Lo que se quería era volver a darle vida a la liturgia, poniendo en evidencia su estructura originaria, sus aspectos centrales. Era una obra de rejuvenecimiento y esto no fue comprendido por muchos. Por eso, la obra de este Papa es en gran medida restituir a la reforma litúrgica los aspectos que el mismo Concilio quiso.

La decisión de Juan XXIII de convocar a un Concilio poco después de ser elegido Papa causó sorpresa. ¿Cuál fue la razón que lo llevó a tomar esa decisión?

Es verdad que la decisión de Juan XXIII de convocar al Concilio llegó en forma repentina y sin señales previas evidentes. Pero se puede agregar que la idea de un Concilio no era absolutamente extraña entre sus predecesores. Pío XII por dos años cultivó también la idea de convocar a un Concilio. El tema se mantuvo en secreto, se pidió a un grupo de cardenales que lo estudiara y luego, el Papa decidió no convocarlo. Pero la idea estaba, había sido examinada. Por eso la propuesta de Juan XXIII no fue en rigor absolutamente sorpresiva.

¿Qué otros factores influyeron?

Había elementos que constituían una premisa importante para que la Iglesia convocara a un concilio en ese momento. Antes que todo, existía un movimiento de renovación que había alcanzado una considerable madurez. Había una renovación de la teología que llevaba por nombre théologie nouvelle (nueva teología) y que tenía entre sus exponentes a aquellos que se convirtieron en los grandes teólogos del Concilio Vaticano II. Y segundo aspecto, muy importante para mí, es que, en ese momento, al inicio de los años 60 había una sensación difusa en la Iglesia de que era necesario repensar la relación entre la Iglesia y el mundo moderno. Eran años optimistas a nivel mundial. Era el período de la llamada distensión entre los dos bloques, y en un clima de ese tipo la idea de una Iglesia principalmente a la defensiva frente al mundo debía ser corregida.

¿Una Iglesia que tuviera más presencia en la sociedad y en el mundo político?

No, una Iglesia sobre todo más amigable frente al mundo moderno, frente al cual en los dos siglos precedentes la misma Iglesia había combatido una batalla muy, muy dura. Y había sido combatida con métodos muy agresivos, desde la Revolución Francesa en adelante. Ese enfrentamiento debía ser dejado atrás, para cambiarlo por un sentimiento de entendimiento, de consenso.

¿Cuánto influyó que hayan sido los años de la Guerra Fría, es decir, del enfrentamiento entre dos bloques contrapuestos y muy poderosos?

Es verdad que había un mundo dividido en dos, estaba el riesgo de la guerra nuclear, teníamos la crisis de los misiles en Cuba, es verdad que estábamos en presencia de una situación mundial de Guerra Fría, pero lo que yo destaco es que, pese a la persistencia de esta situación de Guerra Fría, había una mirada optimista sobre el futuro de la Humanidad. Se miraba el futuro con la confianza de que el enfrentamiento daría paso a una coexistencia pacífica. Otro eslogan de ese período era justamente "coexistencia pacífica", que convivía en esos años con el otro, de Guerra Fría.

¿Cómo fue la reacción al interior de la Curia, hubo temor sobre el resultado del Concilio?

Había en varios sectores de la jerarquía católica un sentimiento de temor, porque no se sabía qué podía suceder. Un Concilio es algo difícilmente previsible y, en efecto, el Concilio se desarrolló de manera bastante distinta a como se había preparado. En los primeros días se dejaron de lado, por ejemplo, los documentos preparatorios elaborados en los tres años precedentes y se recomenzó prácticamente desde cero.

¿Por qué sucedió esto?

Por una serie de motivos, pero el principal era de sustancia. Se dieron cuenta de que los documentos preparatorios -que vistos hoy no pueden considerarse oscurantistas- no decían sustancialmente nada nuevo. El objetivo del Concilio cuando fue convocado no era repensar el contenido de la fe cristiana, sino encontrar la forma de transmitir esos contenidos de manera más comprensible para el mundo de hoy. El Concilio Vaticano II, además, no introdujo ningún nuevo dogma ni condenó ningún error.

¿Cambió en algo el resultado final el hecho de que Juan XXIII haya muerto durante el Concilio y haya sido Pablo VI quien concluyera el trabajo?

Es difícil saberlo, pero personalmente, creo que se produjo algo casi providencial. Juan XXIII tuvo la audacia de convocar al Concilio, pero quizá no era la persona que tenía las cualidades para conducirlo y, en efecto, después de él vino un Papa, Pablo VI, que probablemente no habría tenido la valentía de convocar a un Concilio si hubiera estado en el lugar de Juan XXIII, pero que una vez que el Concilio partió, era la persona capaz de conducirlo. Todos los documentos del Concilio Vaticano II llevan la firma de Pablo VI, ninguno tiene la firma de Juan XXIII. La primera sesión del Concilio no produjo nada en términos de documentos. Pablo VI siguió en forma muy intensa los trabajos conciliares y logró cumplir esa obra maestra que consistió en alcanzar un consenso gigantesco, casi unánime, para todos los documentos conciliares. Ello, pese a que, naturalmente, no se puede olvidar que en los años posteriores las diferencias salieron a la luz, diferencias muy fuertes, que incluso produjeron un cisma como el de los Lefebrianos.

Joseph Ratzinger era considerado un teólogo progresista durante el Concilio, una posición que cambió posteriormente. ¿A qué se debe, cree usted, ese cambio?

Sí, Ratzinger durante el Concilio trabajó codo a codo con los teólogos progresistas de esos años y también al servicio del episcopado alemán que jugó un rol innovador en el Concilio. Pero muy rápidamente, después de su conclusión -no muchos años después, sino poquísimos años después-, Joseph Ratzinger se colocó en posiciones que hicieron que lo dejaran de considerar progresista. La señal más evidente de este giro está relacionado con las dos revistas teológicas que nacieron en esos años. Primero apareció la revista Concilium, con posiciones decididamente progresistas. Y poco después, justamente porque se vio que la revista Concilium había asumido un perfil demasiado progresista, otros teólogos formaron otra que querían que fuera más cercana a lo que realmente había sido el Concilio Vaticano II. Esta revista se llama Communio y entre sus creadores se encuentra precisamente Ratzinger.

¿Usted piensa que Joseph Ratzinger no se esperaba ese resultado del Concilio o cambió de posición?

Lo que sostiene Ratzinger, como algunos otros, es que los que cambiaron fueron los otros, no él. Esto es lo que él ha dicho en algunas ocasiones con una pequeña sonrisa. La verdad es que, efectivamente, esos teólogos que dieron origen a la revista Communio fueron golpeados por lo que sucedió en los años inmediatamente posteriores al Concilio. Para ellos estaba sucediendo en esos años algo que no era lo que el Concilio quería, sino algo grave y muy dañino. Puedo dar otro nombre, no de un cardenal sino de un laico, el filósofo francés Jacques Maritain, que era considerado un progresista y que poco después del fin del Concilio, publicó un libro de memorias en el que denunció las desviaciones que se habían producido en el post Concilio. Escribió incluso que comparado con la crisis que enfrentó la Iglesia a inicios del 1900, la del post Concilio era mucho más grave. "La primera podía ser un resfrío -escribió-, pero esta es una pulmonía".

Hace pocos meses murió el cardenal Carlo María Martini, quien incluso habló de la necesidad de un nuevo Concilio en la Iglesia Católica. ¿Cree que hay posibilidades de un nuevo Concilio hoy?

Creo que un nuevo Concilio es absolutamente impensable. No hay una razón, por una simple motivo: aún falta que se entienda y se aplique en plenitud lo acordado en el último Concilio. Es como el Concilio de Trento, que demoró al menos dos siglos para que sus lineamientos entraran en el corazón de la Iglesia. Eso creo yo y lo creen muchos, incluido el actual Papa. Incluso, el cardenal Carlo María Martini, quien alguna vez habló de un nuevo Concilio, dijo después que él no se refería en realidad a un nuevo Concilio, sino a que la Iglesia se reuniera en forma más seguida en sínodos deliberativos, sobre argumentos específicos.

Y lo planteado por algunos grupos del clero como, por ejemplo, en Austria, pidiendo cambios como el fin del celibato, entre otros, sugiere que existen posibilidades de impulsar cambios.

Movimientos como esos, que piden el fin del celibato y mujeres sacerdotes, no son nuevos, han existido en distintas etapas de la historia de la Iglesia. Hubo grupos casi idénticos en el siglo XIX y en la primera mitad del XX, siempre sobre los mismos temas. Entonces desde este punto de vista, no son movimientos que traen planteamientos nuevos. Además, para ser honestos, estos cambios aplicados en iglesias protestantes no produjeron el florecimiento de esas iglesias, al contrario, coincidieron con una decadencia de muchas de ellas. Y en cambio están floreciendo las iglesias evangélicas que con respecto a esos argumentos son mucho más rígidas, más tradicionales. Benedicto XVI es, además, absolutamente contrario a esa posibilidad y cree que un florecimiento de la Iglesia Católica sólo puede venir de un reforzamiento de su perfil riguroso y del hecho de que recurra a un grupo elegido de sacerdotes célibes, en especial en momentos difíciles como los que se están atravesando.

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