Un nuevo credo en el censo
<P>Es la primera vez que un censo incluye los bahá'ís en la pregunta sobre qué religión profesa el entrevistado. ¿Quiénes son los chilenos que siguen silenciosamente este credo nacido en Oriente?, ¿dónde están?, ¿en qué creen? Un dato: las comunidades más numerosas están en el sector oriente de Santiago y en pueblos mapuches del sur. Una mezcla particular. </P>
Son las 10 de la mañana de un sábado en Peñalolén. Diecisiete adultos y seis niños forman un círculo, en un pequeño living de una casa de Las Parcelas. Nadie dice nada. De pronto, una mujer comienza a cantar en castellano un verso con su hija pequeña, acompañadas de una guitarra. Luego, un hombre lee un rezo impreso en una edición de bolsillo. Una norteamericana canta un mantra con los ojos cerrados. Otra recita un verso en inglés británico que tiene en su BlackBerry. Una brasileña, un iraní y un francés esperan su turno. Cada uno hablará en su propio idioma. Así, casi como citas de amigos, son las reuniones bahá'ís que se realizan cada 19 días, que es justo cuando -según este credo- se termina un mes. La escena se repite en Las Condes, Vitacura, La Cisterna, Ñuñoa, Nueva Imperial, Arica, Isla de Pascua y en otras 378 comunidades de esta religión que existen en el país.
Los bahá'ís siguen a Bahá'u'lláh, el profeta persa que a fines del siglo XIX dijo que él era el enviado de Dios y dictó principios revolucionarios para la época, como que la humanidad era una sola unidad y que los estados debían desaparecer para formar una sola nación, la igualdad entre el hombre y la mujer, la promoción de matrimonios interraciales o la armonía entre ciencia y religión. Eso le valió estar 40 años preso, en distintos sectores de Oriente. Tiempo en el que se despachó nada menos que 100 libros. Murió en Palestina, lleno de fieles.
Hoy, la religión bahá'í está presente en 265 países de los cinco continentes: después del cristianismo, es la segunda religión con mayor extensión geográfica en el mundo. Cruza transversalmente el planeta: el rey de Rumania se convirtió al bahaísmo a principios del siglo XX, tribus africanas demuestran con danzas el amor al profeta, el actual presidente del Banco Mundial sigue sus dictados, como también el ex ministro de defensa británico, el jazzista Dizzie Gillespie y Nuri, quien ese sábado estaba en la reunión en Peñalolén y dice que está segura que esta religión ha ayudado a su marido alcohólico a no beber en cuatro meses y a ella, a dejar los antidepresivos.
Hace unos días, Nuri y otros bahá'ís de la comuna fueron encuestados por el Censo 2012. Están especialmente contentos. En la pregunta sobre la fe que profesan, pudieron contestar que seguían específicamente ese credo. Es la primera vez que su religión se pone como alternativa de respuesta.
En las faldas de un cerro de Peñalolén, a la izquierda de la Universidad Adolfo Ibáñez, se está levantando un templo bahá'í. El primero en Chile y en Sudamérica, construido por bahá'ís que han venido de todo el mundo para darle forma. Por eso, las reuniones de la comunidad de esta comuna son tan cosmopolitas.
Al lado de la construcción hay canchas de rugby y los jugadores se preguntan de qué se trata esa construcción y qué son los bahá'ís. En la pequeña y blanquísima sede administrativa del movimiento religioso, cerca de Plaza Ñuñoa, se lo toman con humor. Y tienen clara la respuesta: "Es que no nos conocen". "Yo tampoco tenía idea lo que era un bahá'í", dice Francisco Amenábar, músico de 60 años, que a los 20 se convirtió a esta fe y que hoy es el vocero en Chile.
Francisco viene de familia católica. El mismo, dice, era absolutamente católico. Estudió en el Verbo Divino, fue compañero de curso del Presidente Piñera y un buscador espiritual por naturaleza. A los cinco años, se despertaba llorando porque quería saber qué era la nada y hacía preguntas que incomodaban a los sacerdotes. Lo expulsaron de dos colegios católicos, terminó en el Instituto Nacional y un día, a los 18 años, decidió viajar. En Madrid, en un departamento entre el Santiago Bernabéu y El Corte Inglés, conoció la palabra de Bahau'u'lláh. "Vi mi verdad cuando escuché que Dios era absoluto y la religión relativa a los tiempos… ese mismo día me declaré bahá'í".
Cuando en el 90 regresó, a trabajar en la radio Concierto y en La Red, dice que se encontró con varios bahá'ís como él. Hoy no existen cifras oficiales de cuántos son en el país, aunque estiman que alcanzarían a varios miles. El censo, esperan, dará luces más concretas. Lo que sí saben, dice Amenábar, es que sólo en el sur hay 3.000 mapuches que se han convertido a la fe bahá'í. Que existen dos escuelas que siguen esta religión en las comunidades mapuches de Bollico y Manuel Lorenzo, y la radio Bahaí de Labranza, en Temuco, que en mapudungún y castellano transmite la palabra del profeta persa. Según los mismos fieles, los principios de multiculturalidad y de integración racial completa que postula este credo serían los que atraen a las comunidades indígenas. Esas comunidades bahá'í, junto a la de Las Condes, son las más grandes en Chile.
El primer reconocimiento legal del movimiento en el país fue en 1950, y en 1991 fueron oficialmente reconocidos por el Ministerio de Educación para dictar clases de su religión. Ahora, el 2012, saltaron al censo. Desde el INE cuentan que se decidió incluir esta religión como alternativa específica, por recomendaciones de expertos internacionales en encuestas de este tipo, por la evolución histórica de la pregunta -muchos respondían "otras religiones"- y por un taller en el que se llamaron a los exponentes más importantes de todas las "iglesias", quienes hicieron esa recomendación. A los bahá'ís sólo los llamaron por teléfono, ya que no tienen iglesia ni representantes equivalentes a un sacerdote. Ni siquiera tienen ritos. Aquí no hay nada que se parezca a una misa, tampoco sacramentos.
Neysan Sedaghat (26) es médico y pertenece a la comunidad bahá'í de Vitacura. Es hijo de bahá'ís y desde niño asistió a reuniones donde se hablaba de todos los profetas y de las nueve religiones que existen en el mundo. Eso es algo común en sus reuniones. "Allí a los niños se les enseñan todas las religiones como eslabones de una misma cadena, porque todas llegan al mismo Dios", dice.
El siempre estuvo seguro de la opción que iba a tomar, aunque para un joven no es tan fácil decidirse. Por un lado, el discurso de esta religión se parece a la Internacional Socialista y hace que sus fieles piensen el mundo como una sola nación, que busquen una vida sencilla, exenta de lujos, y en caso de tener mucho dinero deben donar en forma anónima el 19% de su sueldo a los bahá'ís que lo necesitan en cualquier parte del planeta. Por otro lado, tiene prohibiciones claras: no se puede tomar alcohol ni consumir drogas, no se pueden tener relaciones sexuales prematrimoniales o ajenas al matrimonio, no se puede militar en un partido político porque se opone al discurso unificador y tampoco se puede hablar mal de otros.
Neysan se acaba de casar con una australiana que conoció en torno al bahá'í y, cómo médico, trata de equilibrar su profesión con los principios de la religión. Así, frente a temas de discusión nacional, hay posiciones firmes: dice, por ejemplo, que si para la ciencia es necesario el aborto terapéutico, se debe hacer; y que los homosexuales son bienvenidos a esta fe. "El matrimonio entre ellos es un tema que verá la legislación, pero no porque no lo permitan van a evitar que dos personas de un mismo sexo se amen", dice.
Cuando los bahá'ís se reúnen suelen hacerlo en una casa o en las comunidades de al menos nueve miembros que existen en todo el mundo. Nadie dirige las reuniones. No hay culto. Uno de los encuentros más importantes es el que se hace cada 19 días y que constituye la piedra angular para la organización comunitaria. Los días previos al 21 de marzo, Año Nuevo Bahá'i, se debe ayunar. Otros días de fiesta son el 22 de mayo, Día del Bab -cuando se reveló el mensaje del profeta-, el 29 de mayo -día de su muerte- y el 12 de noviembre, fecha en que Bahá'u'lláh nació.
Para esta religión está prohibida la vida monástica, la confesión -opinan que esto hace que un hombre se rebaje frente a otro- y el proselitismo, porque andar golpeando puertas para propagar sus ideas les parece contra la naturaleza de la misma religión. Por eso no les sorprende que los chilenos no entiendan de qué se trata cuando se habla de bahá'ís.
En Chile existen desde 1919, cuando una periodista norteamericana, Martha Root, cruzó la cordillera en burro y contó aquí de qué se trataba este movimiento. Años más tarde, se dijo que ella había dicho que se debía construir en Chile un templo bahá'í para Sudamérica, porque había sido el país más receptivo de la fe y porque es el último rincón del mundo. El que actualmente se construye en Peñalolén se unirá a los otros siete templos que existen en el mundo, donde el más grande es el de Israel. Comenzar a levantarlo no fue fácil.
Hace siete años, los bahá'ís llegaron con un plano que mostraba nueve entradas -para las nueve religiones que existen- y una cúpula al centro con los tres símbolos de este movimiento: la estrella de nueve puntos, el símbolo de los tres reinos (hombre, profeta y Dios) y la firma de Bahá'u'lláh. En un principio, el Servicio de Vivienda y Urbanismo les dio en comodato un terreno en el Parque Metropolitano, pero se alzaron voces contrarias, entre ellas, las de parlamentarios que los trataron de ser una religión menor y que no tenía que ver con la cultura chilena. El plano entonces deambuló por varios terrenos de Santiago, hasta que finalmente, hace un año, la retroexcavadora se instaló en Peñalolén. Los fondos para el templo vienen de ellos mismos: sólo se aceptan donaciones de bahá'ís. Que, en este caso, llegaron de Europa, Asia y hasta de aldeas africanas.
Los bahá'ís insisten en que, más allá de la presencia de un templo central, no existe una sola forma de vivir su religión. Por eso, no es extraño que cuando se viaja al sur de Estados Unidos se encuentre a un grupo cantando oraciones bahá'ís como si se tratara de un coro de iglesia evangélica. O a gitanos cantando con guitarra en España. O a niños comiendo raíces y bailando en una reunión comunitaria africana. O a una inglesa rezando desde su BlackBerry en una fría mañana en Peñalolén. O a la norteamericana Susan Hansen, quien después de ser una ferviente católica, se convirtió al bahaísmo en seis meses y hoy, luego de trabajar en Naciones Unidas en Suiza y conocer a un chileno también bahá'í, está instalada en la numerosa comunidad de este credo en Las Condes.
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