Una dirigenta contenida, alerta y distante
<P>La mayoría de sus compatriotas la perciben como una confiable protectora de sus intereses.</P>
Desde su tardía irrupción en política, hace 24 años, la habilidad de Angela Merkel en la purga de rivales y en la brega gubernamental, le han permitido acumular dos mandatos. Ahora llega a un tercero apoyada por la mayoría de sus compatriotas que la perciben más como una confiable protectora de sus intereses que como una líder carismática, visionaria y avasalladora.
La destreza de la mujer más poderosa del mundo en la cocina no es comparable con su astucia en el horneado de los adversarios que disputaron su liderazgo en la Unión Demócrata Cristiana (CDU), menospreciando las posibilidades de la joven nacida en 1954, educada en la Alemania comunista, acostumbrada a oír, ver y callar, o a calibrar al interlocutor antes de hablar. Su secretismo y opacidad pueden incomodar, pero nadie discute el desarrollo mandibular de una mujer encaramada en el vértice de la política nacional y europea tras abrirse paso a dentelladas en un mundo de hombres.
La canciller alemana es en público una mujer contenida, alerta y distante, heredera de la cultura del disimulo imperante en la Alemania de la policía política y la delación. Ella admite que su infancia y juventud en el Este fundamentaron su estilo de hacer política como cuarta influencia después de su personalidad, su formación como física y el hecho de ser mujer.
Sólo lejos de las cámaras y micrófonos aparecen la charla y los arranques de curiosidad espontánea, y su cierto sentido del humor propenso a la carcajada cuando algo la sorprende.
Después de cada cumbre europea, la canciller se lleva sus expedientes y sus asesores, pide una botella de vino y obliga a los suyos a repasar la jornada, punto por punto, hasta bien entrada la mañana. Que Merkel prefiera el vino tampoco es extraordinario. El país de la cerveza es la patria de algunos de los mejores blancos, que figuran entre sus preferidos.
Ni fue comunista, ni anticomunista, ni tampoco atea, porque creció entre los crucifijos de su padre, un pastor luterano. Casada a los 23 con un estudiante de Física, se divorció tras cuatro años. Su marido Joachim Sauer, estaba casado, y tenía dos hijos, cuando se conocieron. Comparten desayuno, complicidades, y el embeleso con la ópera El holandés errante, de Wagner.
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