Una ética del lenguaje estético
Está claro que no todas las biografías y los acontecimientos individuales resultan de interés y atención colectiva. Sin embargo, hay vidas excepcionales donde lo micro y macro parecen articular de una manera invisible una narrativa contundente en torno a la historia de nuestros pueblos. Es lo que nos va a suceder cada vez que tengamos que referirnos a la vida y obra de José Balmes. Resultará imposible separar su biografía de los acontecimientos sociales, culturales y políticos que hemos vivido y de cómo estos han quedado plasmados en cada una de sus obras. Desde los primeros dibujos en su natal Montesquiu (cercano a Barcelona), hasta los óleos y acrílicos más recientes es posible reconocer una ética inconfundible de compromiso con su tiempo, y cómo esta convicción ideológica y estética quedó materializada sobre tela, madera o papel, en murales, grabados, serigrafías, afiches y escenografías.
Balmes no sólo fue capaz de mostrarnos la realidad contingente sin miedo y con elocuencia figurativa, nos mostró además en distintos momentos de los años 50, 60, 70 y 80, lo que no queríamos ver por invisible, doloroso, vergonzoso o utópico que fuese. Nos mostró a través de grafías urgentes y pintura, los gritos de dolor y esperanza, convertidos en homenajes y recuerdos. A través de cada uno de sus actos artísticos, gremiales y políticos reconoceremos la coherencia de un programa humanista, ético e intelectual incansable; son buenos ejemplos la formación de la GEP (Grupo de Estudiantes Plásticos), el Grupo Signo, la Reforma Universitaria de 1968, la gestación del Museo de la Solidaridad Salvador Allende - institución de la que fue director- y su etapa de director de la Apech (Asociación de Pintores y Escultores de Chile).
José Balmes representó el arquetipo de la imagen del artista humanista, integral y militante, apasionado lector de literatura e historia; con una memoria privilegiada para reconstruir acontecimientos y citar autores, y a la vez, autoexigente del oficio artístico que cultivó de manera prolífica a través de distintos formatos y escalas, que pudimos ver en galerías de arte, centros culturales, en colecciones particulares o en museos de Chile y el extranjero. Resulta obligado a la hora de proponer un panorama visual de Chile a las nuevas generaciones, acudir a la multiplicidad de imágenes y series temáticas que desarrolló, entre las que recordaremos Santo Domingo. Mayo (60s), Caídos (70s), Mirada pública, Calama y Pan en los 80, Lota el Silencio (2000s); y las series del NO y de la bandera chilena como modelo y soporte.
En la exposición realizada el año pasado en el Museo de la Memoria titulada Des Tierra, pudimos reconocer una vez más el valor y coherencia de las relaciones de lugar, contexto y tiempo que se resolvían metafóricamente en su obra a través de lo que él mismo denominó "plurilenguaje", consciente de que cada gesto ya está cargado de sentido, y por lo tanto se borran los límites y jerarquías entre los sistemas de representación del arte, los objetos que pueblan fragmentariamente el mundo, y la experiencia humana.
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