Valdivia hecho a mano
<font face="tahoma, arial, helvetica, sans-serif"><span style="font-size: 12px;">Llegamos a la capital de la Región de los Ríos, que el lunes celebra su aniversario, para descubrir su lado más casero, el que recoge la inspiración de su geografía, sus productos únicos y a la gente que la está mostrando al mundo con orgullo.</span></font>
Temprano en la mañana, Valdivia sorprende por su silencio y recorrerla en bicicleta es una buena oportunidad para aprovechar esa calma. Por eso llegamos a 360º Bike Shop, en Carlos Anwandter 525, un taller que también arrienda bicicletas y ofrece tours por sectores costeros. Por ocho mil pesos y carnet en garantía se consigue bicicleta, casco y candado por medio día.
Al frente está ChocoLatte, donde sirven los mejores cafés de Valdivia; crumble de manzana y frutos rojos y el sánguche BLTP que tiene tocino, lechuga, tomate y pickles. Daniela Carrasco es la dueña y chef. Estudió en Chile, viajó y trabajó en Estados Unidos y Canadá hasta que el 2012 regresó a ofrecer productos de primer nivel en su propia ciudad.
Una alternativa más hipster es el nuevo café y restaurante vegetariano Ama, que hace furor con su carta orgánica, frutas y hortalizas de temporada, y por sus jugos detox sin agua ni azúcar añadida, como el Luz, un brebaje curativo que mezcla hojas verdes y manzana. También hay queques de huesillos, sémola con agua de rosas y para el almuerzo ofrecen platos como tártaro de cochayuyo o carpacho de betarragas.
No lejos del Ama, Café La Negra se precia de llevar 15 años en Isla Teja. Lo que comenzó como un puesto de venta de empanadas, hoy tiene una deliciosa terraza, 12 variedades de kuchenes y una original torta de ciruela. A su lado abrió en diciembre El Palenque, un emporio de productos gourmet y artesanía en gres que ofrece hongos en conserva y mermelada de grosellas con pétalos de rosas, todo hecho en Valdivia por Caviahue Gourmet.
Al centro: joyas, libros y tés
Al ver sus inspiradas joyas cuesta creer que hasta hace dos años Constanza Soto trabajaba en prevención de riesgos. En su taller hay anillos, collares y aros que también se venden en DIVA (Diseño Independiente de Valdivia), una tienda ubicada a la vuelta de la esquina que tiene ropa de mujer, niños, poleras y bolsos. Todo original. En este mismo pasaje, la ciudad que ha sido declarada Capital Americana de la Cultura para el 2016, da otra sorpresa. Se trata de Casa Libro, una biblioteca itinerante que tiene publicaciones infantiles, de arte, poesía y filosofía al alcance de la mano. De dato en dato, los libros nos llevan al pasaje Prales y Sensorial, una tienda de tés creada por un matrimonio de agrónomos -Berenice Claussen y Martín Frías- quienes ofrecen distintas variedades de té en hojas. Sobresalen sus mezclas con frutos autóctonos del sur como murta, maqui, poleo o boldo.
Es pasado el mediodía y las calles Picarte y Arauco, en pleno centro, hierven de actividad. Buen momento para visitar el restaurante más clásico de la ciudad: Café Haussmann, el de calle O’Higgins 394. Hoy tienen locales en Santiago, Puerto Montt, Puerto Varas e Isla Teja, pero la semipenumbra, la presencia del dueño en la barra y la enjundia que se logra al mezclar la carne con la salsa de la casa, hacen del crudo del primer Haussmann, un plato patrimonial. Por algo está ahí desde 1959.
Aunque no tienen tanta historia, en los 14 años que lleva funcionando la Chocolatería Alterflüss, en calle Chacabuco 278, se ha ganado el corazón de los valdivianos utilizando cacao ecuatoriano y mezclas originales. Patricio Sangmeister, su dueño, recomienda los turrones de murta con praliné de almendras o de higos con avellana chilena; los bombones de avellana tostada o las barras de chocolate con maqui orgánico.
Pero si hay que escoger sólo un lugar donde rescatar los sabores de la región, el elegido es la Cooperativa La Manzana, cuyo lema “Entre más local, mejor”, lo dice todo. Ahí se consiguen productos únicos de esta tierra, como café de higo tostado Centinela; mantequilla Dollinco; leche pasteurizada El Lechero; cecinas La Roblería; pastas de ají de Fritz&Fritz, quesos de cabra, vaca u oveja; pan de maqui, miel de tineo y pastas artesanales rellenas de humitas. El mejor día para visitarla es el viernes cuando llegan los proveedores de hortalizas y frutas desde Lago Ranco, Mafil y alrededores cargados de lechugas crespas, vinagrillo, zapallitos italianos, rabanitos, papas nuevas, arvejas, frutillas, cerezas de Quitaqui y más.
El mercado fluvial
En el muelle Schuster y a un costado del puente Pedro de Valdivia que conecta al centro con Isla Teja, está el mercado más tradicional de la ciudad. La chef valdiviana Karime Harcha, nos sirve de guía en medio de la explosión de ciruelas, maquis, arándanos, pepino escabechero, porotos verdes y más. Desde el mar aparecen la corvina, la sierra, el maltón de Chaihuín y los huepos. También nos sorprenden unos ramilletes de bayas blancas con manchones variando de color canela a café oscuro que terminan en unas puntas filosas. Karime explica que son los chupones, originarios del sur de Chile, similares a los chaguales y que al “chuparlos” sale un néctar dulce, casi un licor. Bien cargados de productos nos vamos junto a la chef a su taller Cabo Blanco y nos instalamos en su cocina, abierta y participativa, expectantes por ver qué saldrá. Mientras ponemos la mesa y descorchamos botellas, surge una sierra ahumada con vinagreta de ciruelas, un gazpacho de sandía y pebre de melón para acompañar unos chorizos que pasaron por la parrilla. Sigue una variedad de pescados a la parrilla con escabeches hechos con las verduras de la temporada y un cancato de merluza. El toque dulce lo dan los quesos mantecosos con dulce de ciruelas y una espléndida fuente de frutas de la temporada.
Al río
Atravesando el río Cruces llegamos a Punucapa, conocido como el huerto de Valdivia y al que ahora se llega en 20 minutos. Es una pequeña localidad pero desde aquí se accede al Santuario de la Naturaleza Carlos Anwandter. En el agua se divisan cisnes, taguas, cormoranes, garzas cúcar y gaviotines. Ahí también está la fábrica de cerveza Selva Fría. Su dueño, Rodrigo González, cuenta de los nuevos cerveceros valdivianos que se han reunido en la recién creada Unión Cervecera de Los Ríos, y nosotros anotamos nombres de cervezas como Calle - Calle, Trival y Km. 858 para buscarlas.
El pueblo tiene un café: La Herradura, donde hay que probar las empanadas y llevar una mistela de murta de la señora Albina López, un ejemplo de emprendimiento tan meritorio y sabroso como el de Hernán Rosas, dueño del restaurante Mesón de la Sidra, un personaje con el que hay que conversar para escuchar sus historias de la Valdivia de antes, de las variedades de manzana nativas como la plátano o la limona y, sobre todo, de su joyita: el Museo Campesino, un salón lleno de radios, serruchones, planchas, lecheros y damajuanas ubicado en el mismo restaurante. Allí se consigue vinagre de manzana, chicha y sidra marca Punucapa, y si se quiere almorzar un asado al palo, porotos o cazuela de gallina, sólo es cuestión de reservar.
Hacia el mar
Cruzar el puente ayuda a recordar que Valdivia también es ciudad marítima. Desde ahí hay varias alternativas: seguir la ruta Niebla-Oncol, bordeando el océano y llegar a Punta Curiñanco, un área costera protegida por la CODEFF. Sólo tiene un sendero que atraviesa un bosque nativo de arrayanes, ulmos, lingues y melis, que continúa bajo las altas copas de los olivillos, árboles nativos en peligro de extinción y que forman pequeños bosques a orillas del mar. La vista final viene del Mirador Chungungo, donde vale la pena ver el atardecer.
Otra opción, atravesando a Corral, es llegar a caleta Huiro, dentro de la Reserva Costera Valdiviana. Ahí se encuentra el restaurante Encanto del Mar que pertenece a FIPASUR y Pesca en línea (www.pescaenlinea.cl), una iniciativa pionera que reúne a 23 sindicatos de pescadores artesanales a través de la cual comercializan sus productos y los distribuyen a todo Chile. Encanto del Mar es uno de los dos locales que tienen (el otro está en Playa El Molino, Niebla) para difundir productos endémicos como el choro maltón, jaiba paco, sierra, róbalo, huepo, caracol negro o caracol trumulco, entre otros. Ahí se come lo que da el mar cada día: pueden ser locos apanados con pebre de cochayuyo, chancharro -un pescado de roca poco conocido- y de postre una conserva de manzanas con murta. Una buena picada con paisaje, buena mano y productos frescos. Desde caleta Huiro también se pueden hacer paseos a las loberías y mejor aún, entre febrero y abril, avistar ballenas azules, francas y jorobadas.
Elija mar, río o pleno centro de Valdivia, la ciudad está más viva que nunca.
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