Vértigo en el Estadio Nacional
<P>Eduardo Campos fue pasapelotas, cortó entradas, limpió piscinas. Hoy repone los focos de las torres de iluminación del recinto de Ñuñoa a 56 metros de altura. El mareo lo deja en casa. </P>
Eduardo Campos tiene 42 años y mide 1,75 metros. Pero cuando alza la cabeza y recorre con su vista una de las cuatro torres de iluminación del Estadio Nacional, se ve pequeño, casi mínimo. Más aún si su trabajo consiste en escalar -una vez a la semana- el interior de una de esas estructuras de fierro para cambiar los focos cuando fallan. "Son como un edificio de ocho pisos: 56 metros de alto y un diámetro de cuatro metros en la base que se angosta al llegar arriba. Ahí hay una especie de balcón de 14 metros cuadrados donde incluso se puede caminar", cuenta.
Campos se sabe esas medidas de memoria. Es la persona que mantiene funcionando la iluminación del principal centro deportivo de Santiago. En el fondo, se encarga de cambiar las ampolletas, pero para hacerlo, debe calzarse un arnés, un casco y subir las torres, apoyándose en los más de 100 escalones de fierro y cargando los repuestos al hombro. Un trayecto que le toma cuatro minutos que le ha dejado las manos bastante endurecidas. "Cada torre tiene 42 focos de 2000 watts que se estropean muy de vez en cuando, pero hay que subir a revisarlos. Los focos están ubicados y dirigidos a distintos puntos de la cancha, cosa que a ningún rincón le falte luz. Ese orden lo vino a ver un ingeniero eléctrico, quien los fijó y yo no los muevo", explica.
¿Vértigo? Nada de eso, al menos para subir a las torres. "Me pasa una cosa extraña. Yo no sufro de vértigo al estar arriba, pero me haces subir a una escalera telescópica o un andamio a no más de tres metros del suelo y me mareo inmediatamente", comenta Campos. Según él, es un tema sicológico, de seguridad, y lo asume. "Las torres han aguantado dos terremotos, utilizo arnés y la escalera va por dentro. Quizás eso me da tranquilidad. En cambio, sufro cuando tengo que cambiar los focos del Court Central, cuyos postes no miden más de 10 metros", cuenta.
La altura no es el único peligro. La energía que ronda por las torres ahí no es de 220 voltios, como la mayoría de las instalaciones, sino 380: una sacudida de esa potencia de corriente lo mata. "Ningún cable está a la vista en la torre. Las posibilidades de que me dé la corriente son mínimas. En otras instalaciones me ha dado, pero son cosas menores, nada grave", explica.
La vida de Campos ha estado ligada al Estadio Nacional. Comenzó a trabajar ahí cuando las luces ya llevaban más de dos décadas funcionando, en 1984. Pero partió de abajo, como pasapelotas. "Me pagaban como $ 820 cada fin de semana, en esos años yo estaba en el Liceo estudiando electricidad", cuenta. Me tocó estar dentro de la cancha el día del gol imposible de Jorge Aravena contra Uruguay, estaba detrás del arco norte", añade.
Al poco andar, lo ascendieron. Cuando vino el Papa le toco trabajar como "control" (cortador de boletos en las puertas) y el verano de 1988 se hizo cargo de la mantención de la piscina. Pero cuando se recibió de electricista buscó otros rumbos e hizo la práctica en una casa comercial: se quedó ahí algunos años. "Un amigo me sopló que estaban buscando gente acá y volví y de eso ya van a ser 19 años", subraya.
Hoy, Campos, que vive en La Granja, redondea un sueldo de 350 mil pesos, pero no solamente puede ver los partidos gratis, también están los recitales, cada vez más comunes en el Estadio Nacional. "En los conciertos también se encienden las torres cuando está entrando el público. Por eso vengo y nos contactamos con walkie-talkie con la gente de la productora que trae a los artistas. A una hora determinada nos dan la orden: "fuera luces estadio" y nosotros bajamos el switch y ellos empiezan la iluminación del escenario", relata.
Pero no son los focos de iluminación el gran problema de Campos. Las tres luces rojas de aeronavegación que hay por torre -colocadas ahí para advertir a los aviones que sobrevuelan la ciudad- son las que se queman más seguidas. Esas son las que le obligan a subir una vez por semana para reponerlas.
Según él, esto se debe a las transferencias de electricidad que se realizan dentro del Nacional. "La mayor parte del tiempo la energía viene de Chilectra, pero a veces, en las horas punta, la empresa solicita que el estadio se desconecte del sistema, porque demandamos mucha energía", cuenta. En ese momento, el estadio genera electricidad de su propio generador, que le permite funcionar sin inconvenientes. "Al hacer ese cambio, las luces rojas no resisten y se queman. Yo parto p'arriba a cambiarlas", dice.
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