Vida en las entrañas del guanaco
<P>La primera manifestación estudiantil del año movilizó a 80 mil personas por el centro de Santiago. Como se vio en televisión, hubo fuertes choques entre cientos de encapuchados y carabineros. Lo que no mostraron las cámaras es el tenso trabajo que ocurre dentro del emblemático carro lanzaguas de Fuerzas Especiales. En su interior, sus ocupantes se debaten entre el miedo y la adrenalina. Estuvimos 48 horas junto a una patrulla, antes, durante y después de la marcha, y esto es lo que presenciamos. </P>
Son las 12.45 cuando el sargento Alex Godoy, de 42 años, realmente empieza a pisar el acelerador. Tras activar la sirena, su enorme camión de 33 toneladas corre a 60 kilómetros por hora por Bandera, en dirección al norte, ignorando las luces rojas mientras otros policías intentan mantener a la gente en las veredas. Varios peatones deben hacerse a un lado bruscamente. "Es complicado, porque no podemos hacer maniobras a lo Rápido y Furioso", comenta. El santito de Nicola D'Onofrio, patrono de Carabineros, que Godoy ha colgado en el tablero, hace un movimiento pendular. Pocos de sus amigos saben que su labor es conducir el carro lanzaguas más moderno del país. Algunas cuadras más adelante se ha desatado una batalla campal.
La orden del coronel Víctor Tapia sale de la radio a las 13.28. El gigantesco vehículo está estacionado en San Pablo con Puente, listo para intervenir, con el sargento Cristián Vallejos y el cabo César Acuña de pitoneros, además del sargento Roberto Salamanca, jefe de la patrulla. Todos están entre los 35 y 40 años y llevan al menos 15 de servicio.
Apenas se asoman de nuevo a Bandera, una lluvia de peñascos impacta el blindaje. La acera está mojada y hay pozas de pintura azul; 200 personas se mueven en actitud hostil, la gran mayoría está encapuchada. "Adelante", dice la imperativa voz del radiocomunicador, mezclándose con Billy Jean, de Michael Jackson, que se escucha por el receptor FM. Inmediatamente, el "guanaco", un apodo que sus operadores encuentran folclórico, inicia su avance arrastrando fácilmente una barricada.
Salamanca regula la presión del agua, a lo que Vallejos y Acuña responden apuntando y pisando sus pedales para lanzar los primeros disparos de la unidad 045 en esta jornada de movilización. La multitud arranca, pero se reagrupa en General Mackenna. En represalia, la infantería arremete desde atrás del carro, mientras éste avanza lentamente. No atropellar a alguien resulta difícil.
-¡Cuidado! ¡Molotov! -grita Acuña, en el preciso instante en que un encapuchado se abalanza sobre un carabinero que corre en retirada.
La botella impacta en la reja de un local comercial y el fuego se apaga rápidamente por el pitón delantero. El ruido de las piedras sobre el ve- hículo no cesa. Es una granizada constante. Son las dos de la tarde. De pronto, una llamarada revienta sobre la ventana de Vallejos e ilumina brevemente el interior del vehículo de un intenso color amarillo.
Los Transformers
Un día antes, en la 40ª Comisaría de Fuerzas Especiales de Lo Espejo, el coronel Víctor Tapia simula una intervención en la marcha para aislar a los eventuales "elementos disruptivos": dos lanzaguas dispersan hacia los lados, mientras que la infantería y los tiradores de paintball atacan el centro.
-Esto no es un laboratorio, no hay precisión matemática. Nuestra relación con la ciudadanía no es la misma que la de otras unidades, hay que prepararse -dice el prefecto.
-Un palo mal pegado o una detención violenta puede transformar a un manifestante pacífico en uno agresivo o violento -añade el general y jefe de control de orden público, Alejandro Olivares, quien observa el entrenamiento a su lado.
-Somos parte de la solución, no del problema -añade Tapia-. No me hace sentido cuando dicen que somos represivos. La mayoría sabe que Carabineros no inicia las hostilidades.
Uno de los "guanacos" involucrados en la operación es el 020, adquirido desde Brasil en los años 80. A diferencia de los modernos, que poseen ocho dispersores de agua, este tiene sólo dos pitones y un estanque de 10 mil litros. El vehículo se encuentra en el taller, recibiendo los últimos retoques después de un incidente en La Pincoya. La explosión de una granada en la puerta derecha del carro dejó a dos carabineros heridos. En 1991, otro artefacto había detonado en el lado izquierdo del carro, por lo que sus tripulantes bromean con que ahora quedó "parejito".
-Dispararon un lanzacohetes. Un misil hizo explotar el estanque de agua, pero no detonó. La tripulación debió haber muerto -asegura el sargento Juan Cornejo.
-Es un trabajo difícil, pero alguien tiene que hacerlo -replica el sargento Manuel Moya, un efectivo al cual una pedrada en la cabeza le ayudó a encontrar un tumor cerebral.
Su viejo carro ha tenido que soportar toda clase de proyectiles -balas, botellas, bombas molotov, misiles- y afrentas vergonzosas, como rayados con garabatos, la seña anar- quista y hasta un par de figuras fálicas. Nada que una nueva capa de pintura no pudiera ocultar.
-La presentación del carro es la imagen de la institución -argumenta Cornejo.
A 100 metros, el cabo Acuña le saca brillo al 045 con un trapo. Después de recibir algunos disparos en Villa Francia durante la conmemoración del Día del Joven Combatiente, su vehículo luce presentable para la acción de mañana. Traído desde Austria a mitad del año pasado, a un precio de $ 328 millones, sus pitones principales tienen un alcance de hasta 80 metros a máxima potencia.
-Es lo más parecido a un Transformer -apunta Godoy, que tiene el logo de la serie de robots al lado de la caja de cambios. Al enterarse de que es el símbolo de los villanos, la patrulla suelta una carcajada.
Después de resguardar una breve manifestación mapuche, los cuatro se irían a sus casas a las 22 horas. Acuña y Salamanca llegarían justo a tiempo para ver el final de El Patrón del Mal y comentarlo a la mañana siguiente en el desayuno, dentro del lanzaguas, con un café y hallullas con jamonada. Todos parecen tranquilos en la antesala de la primera gran marcha estudiantil del año.
-Debería ser un día normal. Ya estamos acostumbrados -afirma Salamanca-. Aunque también es cierto que no hay un día igual que otro.
Un Goliat blindado
El dispersor de autodefensa apaga el fuego en la ventana delantera casi instantáneamente, pero las molotov siguen estallando alrededor. Los dos pitoneros presionan sus pedales a fondo para apagar el fuego. El estanque de agua de 12 mil litros se vacía rápidamente.
-¡No tire más agua! -ordena el coronel Tapia por radio.
-Es mucho el castigo que recibe el vehículo. Sólo estamos tirando chorros cortos para defender a carabineros, mi coronel. Estamos dosificando -contesta Salamanca.
-Al recibir la orden usted debe obedecer. No le estoy pidiendo explicaciones -exige el oficial.
A lo lejos se distinguen los flashes de fotografías tomadas por la prensa y por los mismos manifestantes. Salamanca confiesa que después de las recurrentes -y, a menudo, violentas- movilizaciones estudiantiles de 2011, le daba escalofríos cuando tenía que salir con el "guanaco".
-Uno se cuestiona si está en el lugar indicado. Es mucho estrés. De la única manera que se disfruta es cuando termina la jornada, con los menos daños posibles. Esto también es difícil para las familias -revela Salamanca, quien vive en Ciudad Satélite, con su esposa y cuatro hijos.
-También se siente la adrenalina. Los que estamos lo hacemos porque nos gusta -dice Godoy.
-Es un trabajo como cualquier otro, pero algo más peligroso -advierte Acuña.
Después de unos minutos de atraer piedras, el comando envía a todo el ariete hacia Santa María. El "guanaco" pasa por encima de los bandejones y dispara a discreción, mientras el "zorrillo" y la infantería también van al frente. Un joven encapuchado se cruza delante del carro con una pancarta que dice "¿Cuántos ministros despedirán para tener una educación gratuita?". Como no tiene intención de apartarse, Vallejos le propina un chorro breve, pero que lo hace volar un metro hacia atrás. El "zorrillo" está en llamas. Tras apagarlo, Godoy se da cuenta de que puede haber un neumático pinchado y de que casi no queda agua.
El reabastecimiento de agua es prioritario, por lo que la monstruosa máquina da media vuelta y se retira en busca de un grifo. El repostaje en Teatinos tarda unos 10 minutos y está dentro de los tiempos permitidos. Para adelantar trabajo, Vallejos aplica un líquido para sacar la pegajosa pintura roja que parece haber salpicado por todos lados.
Lo peor pasó. La vigilancia dura hasta las 16.30 horas, con paradas cada vez menos intensas en el Bellas Artes, la Alameda y la Usach, donde no ocurre nada. Según los cálculos oficiales, hay 109 detenidos por desórdenes y daño a la propiedad privada, de un total de 80 mil manifestantes. La jornada termina de vuelta en el taller de Lo Espejo, intentando sacar la pintura y las abolladuras. Para los cuatro ha sido un día cansador, pero ordinario, de acuerdo con como suelen terminar las marchas, y mañana tendrán que presentarse una vez más en la comisaría. En la FM, un reggaetón de Daddy Yankee hace mover a la tripulación.
Ninguno se ve fuera de Fuerzas Especiales en el corto plazo y ninguno cree que algún día podrán presenciar una marcha sin intervenir.
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