Vivir en el país de "el líder"

<P>Kim Il-sung es el creador de Corea del Norte. Desde el comienzo, el dictador estableció una elaborada estrategia de devoción hacia su persona, que lo convirtió casi en un dios. La periodista norteamericana Barbara Demick investigó la vida de un grupo de norcoreanos y escribió un libro a cerca de cómo esa adoración se transformó en decepción. Este es el extracto de uno de esos capítulos.</P>




Song Hee-Suk era una verdadera creyente. Trabajadora de una fábrica y madre de cuatro hijos, ella era una ciudadana modelo de Corea del Norte. Escupía los eslóganes de Kim Il-sung sin la más mínima duda. Era majadera con las reglas. La Sra. Song (como se llamaría a sí misma más adelante en su vida, ya que no es típico de las mujeres norcoreanas tomar el apellido de su marido) era tan entusiasta cuando se trataba de apoyar el régimen, que uno casi podría imaginársela como la heroína de un filme de propaganda. (…) Mucho después de que se hiciera obvio que el sistema le había fallado, ella seguía firme en su fe. "Yo sólo viví para el Coronel Kim Il-sung y la patria", me dijo la primera vez que nos vimos.

La Sra. Song nació el último día de la Segunda Guerra Mundial, el 15 de agosto de 1945. Creció en Chongjin, cerca de la estación de trenes, donde su padre trabajaba como mecánico. Cuando estalló la Guerra de Corea, la estación se convirtió en un importante objetivo de bombardeo para las fuerzas de la ONU lideradas por los norteamericanos, que tenían como fin interrumpir los suministros de los comunistas y sus líneas de comunicación a lo largo de la costa. (…) Un día su mamá dejó a los niños solos para averiguar cómo estaba el padre. Llegó llorando, cayendo sobre sus rodillas. "Mataron a tu padre", dijo en un alarido.

La muerte de su padre le dio a la Sra. Song el pedigrí de ser hija de un "mártir de la Guerra de Liberación de la Patria". (…) Era entendible que una niña con esas credenciales comunistas fuera una excelente candidata para casarse. Su futuro esposo le fue presentado por un oficial del Partido de los Trabajadores. Su pretendiente, Chang-bo, también era miembro del partido. Durante la guerra, su padre había sido miembro de la inteligencia norcoreana. Chang-bo se había graduado en la Universidad Kim Il-sung y estaba listo para ser periodista, una profesión prestigiosa en Corea del Norte, ya que eran considerados los voceros del régimen.

Chang-bo era un hombre fuerte, alto para un norcoreano de su generación. La Sra. Song medía apenas un metro y 55 centímetros. Era una buena unión. Esta apuesta y políticamente correcta joven pareja habría calificado fácilmente para vivir en Pyongyang. En cambio, fue decidido que se necesitaba a la pareja para llenar las filas de fieles trabajadores en Chongjin, por lo que fueron establecidos con ciertos privilegios en el mejor barrio del pueblo. (…)

Chongjing está lejos de la modernidad de Pyongyang, pero tiene su propia aura de poder. El centro burocrático está dispuesto en una grilla ordenada. Hay una universidad, escuelas técnicas y un museo de historia revolucionaria dedicado a la vida de Kim Il-sung. (…) El departamento de la Sra. Song estaba en el segundo piso de un edificio de ocho que no tenía ascensor. (…) Su primera hija, Oak-hee nació en 1966, seguida dos años más tarde por otra hija y luego por otra. (…)

La Sra. Song perseveró. El cuarto hijo llegó una tarde cuando estaba sola en el departamento. A pesar de tener cuatro hijos y mantener el cuidado de la casa, la Sra. Song trabajaba tiempo completo, seis días a la semana, en la fábrica de ropa Chosun en Pohang, como asistente del departamento de registros de la guardería de la fábrica. (…)

La Sra. Song creía lo que decía. Todos esos años de dormir mal, todas esas charlas y todas esas autocríticas -las mismas herramientas usadas para el lavado de cerebro o interrogatorios- habían terminado con cualquier posibilidad de resistencia. Había sido moldeada para ser uno de los seres humanos mejorados de Kim Il-sung. La meta de Kim Il-sung no era solamente construir un nuevo país: él quería construir mejores personas, darle una nueva forma a la naturaleza humana. Para ese fin había creado su propio sistema filosófico, juche, traducido como "autosuficiencia". Juche se basaba en las ideas de Marx y Lenin sobre la lucha entre los ricos y los pobres. Declaraba que el hombre, no Dios, daba forma a su propio destino. Pero Kim Il-sung rechazaba las enseñanzas comunistas sobre el universalismo y el internacionalismo. El era un nacionalista coreano en extremo. Les dijo a los coreanos que eran especiales -casi un pueblo elegido- y que ya no debían depender de sus vecinos más poderosos, China, Japón o Rusia. (…)

En 1972, en su aniversario número 60, el Partido de los Trabajadores empezó a distribuir chapitas de Kim Il-sung. No pasó mucho tiempo antes de que se le ordenara a todos usarlas en la solapa izquierda, sobre el corazón. (…) Un día, después de cambiarse de ropa apuradamente, salió de la casa corriendo sin su estandarte y fue detenida por un adolescente de la brigada de Mantención del Orden Social. Ellos eran vigilantes de las Juventudes Socialistas que hacían revisiones para ver si la gente usaba sus chapitas. Los que violaban la norma eran obligados a asistir a charlas ideológicas y obtenían una marca negra en su registro. La Sra. Song estaba tan horrorizada de darse cuenta de que había dejado su chapita en casa, que el chico la dejó ir sólo con una advertencia.(…)

Años después, la Sra. Song recordó este tiempo con nostalgia. Ella se consideraba afortunada. Eran una familia feliz, llena de amor. La Sra. Song amaba a sus tres hijas, a su hijo, a su esposo. Y amaba a Kim Il-sung.

Las complicaciones empezaron cuando los hijos de la Sra. Song llegaron a la adolescencia. La más difícil de todos fue su hija mayor. Oak-hee (…). Como la hija mayor de la madre trabajadora, ausente desde el amanecer hasta tarde en la noche, Oak-hee debía asumir muchas de las tareas del hogar, y no lo hacía alegremente. (…) Se quejaba del "trabajo voluntario" que los adolescentes norcoreanos debían hacer como su deber patriótico. Desde los 12 años, los niños eran movilizados en batallones y enviados al campo para plantar arroz y desmalezar. Odiaba la primavera, época en la que tenía que acarrear baldes de tierra y esparcir pesticidas que le hacían picar los ojos. Mientras los otros niños cantaban alegremente "Salvemos el socialismo" y marchaban, Oak-hee los fulminaba en silencio.

La Sra. Song y su esposo trataron de asegurar el futuro de Oak-hee encontrándole un marido adecuado dentro del Partido de los Trabajadores. La Sra. Song esperaba encontrar alguien como su esposo, así que le dijo a Chang-bo que buscara una versión más joven de sí mismo. Mientras tomaba un tren a Musan en un viaje de trabajo, se sentó al lado de un atractivo joven. Choi Young-su venía de una buena familia de Rajin, una ciudad al norte de Chongjin. Era un empleado civil del Ejército Popular Coreano, un trompetista. Cualquiera con una posición militar por sobre la tropa tenía algún tipo de influencia en Corea del Norte, y su entrada al partido estaba asegurada. Chang-bo pensó que el joven se veía prometedor. Lo invitó a su casa.

Oak-hee y Yomg-su se casaron en 1988 en el tradicional estilo norcoreano, frente a la estatua de Kim Il-sung, que simbólicamente presidía todos los matrimonios dada la ausencia del clero. (…) Young-su resultó tener un gusto por el alcohol. Luego de terminarse un par de copas, su encanto de músico amoroso se esfumaba, y una férrea crueldad lo poseía. El estilo que al principio Oak-hee había creído seductor, ahora lo percibía como amenazante.

La joven pareja se había mudado a su propio departamento cerca de la estación de trenes, pero Oak-hee recurrentemente corría de vuelta a casa. Un día aparecía con un ojo negro, al otro con un labio partido. Luego de seis meses de estar casados, Yong-su se involucró en una pelea con un colega y fue expulsado de la banda del Ejército. Fue enviado a trabajar en las minas de hierro en Musan. Ahora no tenía ninguna posibilidad de unirse al Partido de los Trabajadores. (…) Oak-hee, que para ese entonces se encontraba en medio de un complicado embarazo, tuvo que dejar su trabajo. Su situación nunca había sido tan precaria.

No pasó mucho tiempo antes de que el hijo de la Sra. Song comenzara a darle problemas también. A diferencia de Oak-hee, él siempre había sido un niño modelo. Nam-oak era un niño fuerte, muy parecido a su padre, musculoso y con una impresionante altura de un metro y 80 centímetros. Nam-oak era sólo un estudiante promedio, pero se destacaba en los deportes. A los 11 años, un entrenador midió sus antebrazos y piernas, y lo reclutó para una escuela atlética especial en Chongjin. Era para conservar la aproximación comunista en los deportes competitivos que el régimen -no las familias- decidían qué niños serían sacados de la educación normal, y moldeados para formar parte de las selecciones nacionales. Nam-oak lo hacía tan bien que a los 14 fue enviado a Pyongyang a entrenar boxeo.

Por los próximos siete años, a Nam-oak sólo le era permitido volver a casa dos veces al año, por vacaciones de 12 días cada vez. (…) Luego le llegó un perturbador rumor. Nam-oak tenía una novia en Chongjin, una mujer cinco años mayor que él. Cuando llegaba de Pyongyang, muchas veces se quedaba en su departamento. Esto era escandaloso en dos sentidos: como regla, los hombres norcoreanos no salían con mujeres mayores que ellos, y el sexo premarital era fuertemente condenado. Nam-oak podía ser expulsado del colegio o de la Liga de Juventudes Socialistas y, con ellos, arruinar sus futuras posibilidades de entrar al Partido de los Trabajadores.

Luego, Chang-bo tuvo un roce con la ley. Una noche, él y la Sra. Song estaban en su casa viendo las noticias en la televisión con unos vecinos. La Sra. Song y su esposo estaban dentro de las pocas familias del edificio que tenían su propio televisor. En 1989, los televisores costaban el equivalente a tres meses de salario, unos US$ 175, y no se permitía comprar uno sin un permiso de la respectiva unidad laboral. (…) El programa que metió en problemas a Chang-bo fue el inocuo informe económico sobre una fábrica de zapatos que producía botas de goma para la temporada de lluvia. La cámara mostraba en un paneo a los eficientes trabajadores en una línea de ensamblaje donde las botas estaban siendo producidas por miles. El narrador deliraba sobre la soberbia calidad de las botas y siguió enumerando impresionantes estadísticas de producción.

"Si hubiera tantas botas, ¿cómo es que a mis hijos nunca les han tocado?", se río Chang-bo. La Sra. Song nunca pudo descubrir cuál vecino lo delató. La observación de su esposo fue reportada a la cabeza del inminban, los perros guardianes del barrio, quienes le pasaron la información directamente al Ministerio de Protección de Seguridad Estatal: la policía política de Corea del Norte. Según los desertores, hay al menos un informante por cada 50 personas.

Espiar a los propios compatriotas es casi un pasatiempo nacional. Estaban los jóvenes de la Liga de Juventudes Socialistas. Se aseguraban de que la gente no estuviera violando el código de vestir, usando jeans o poleras con escritura romana -considerado una indulgencia capitalista- o usando el pelo muy largo. El partido regularmente publicaba edictos en los que se decía que los hombres no debían permitir que el pelo sobre sus cabezas creciera más de cinco centímetros. También había kyuch'aldae, unidades de policía móvil que recorrían las calles buscando ofensores y tenían el derecho de entrar a las casas sin aviso. Buscaban gente que excedía su cuota de electricidad, una ampolleta de más de 40 watts, un brasero eléctrico o una arrocera. (…)

El interrogatorio de Chang-bo duró tres días. Los agentes lo insultaron, pero nunca le pegaron, al menos eso es lo que le dijo a su esposa. Luego aseguró que su talento con las palabras lo ayudó a librarse. El citó la verdad en su defensa: "No estaba insultando a nadie. Simplemente estaba diciendo que no he podido comprar esas botas y que me gustaría tener un par para mi familia", protestó Chang-bo. (…) La policía política decidió no insistir con el caso y lo dejó ir sin cargos. Cuando volvió a casa, se llevó un reto de su esposa mucho mayor que la interrogación.

"¿Por qué dijiste algo tan tonto cuando están los vecinos en el departamento?, ¿No te diste cuenta de que pusiste en riesgo todo lo que tenemos?", lo retó ella. De hecho, ambos se dieron cuenta de lo afortunados que eran. Si no fuera por la excelente clase de Chang-bo, sus impecables antecedentes y su membresía en el partido, no lo habrían dejado ir tan fácilmente. La observación de Chang-bo era precisamente el tipo de cosa que podía resultar en una deportación a una prisión en las montañas si el ofensor no tenía una posición sólida dentro de la comunidad

El incidente parecía haber pasado. Advertido por la experiencia, Chang-bo fue más cuidadoso respecto a lo que decía fuera de su familia, pero sus pensamientos estaban desatados. Como periodista, Chang-bo tenía más acceso a información que una persona ordinaria. En la Compañía Provincial de Comunicaciones del Norte de Hamgyong, donde trabajaba, él y sus colegas escuchaban reportes sin censura de los medios extranjeros. Era su trabajo sanitizarlos para el consumo doméstico. (…)

Chang-bo tenía un amigo en la estación de radio en quien confiaba, y con quien compartía su desdén por el régimen. Cuando los dos se juntaban, Chang-bo abría una botella del neungju de la Sra. Song y, tras un par de tragos, dejaba al descubierto sus verdaderos sentimientos. "¡Qué sarta de mentirosos!", decía Chang-bo en tono enfático. Oak-hee escuchaba a su padre y a su amigo. Ella asentía en silencio. Cuando su papá se dio cuenta, al principio trató de echarla. Se rindió. Haciéndola jurar guardar el secreto, le confió sus pensamientos.

Le dijo que Kim Il-sung no era el luchador de la resistencia anti-japonesa que decía ser, sino una marioneta de la Unión Soviética. Le dijo que Corea del Sur estaba ahora entre los países asiáticos más ricos. El comunismo, continuó, estaba probando ser un fracaso como sistema económico. China y la Unión Soviética ahora adoptaban el capitalismo.

Padre e hija podían hablar por horas, siempre cuidando mantener sus voces como murmullos en caso de que un vecino estuviera escuchando. Y, en aquellos momentos, siempre se aseguraban de que la Sra. Song, una verdadera creyente, no estuviera en casa.

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