Vuelve Fleet Foxes, el aclamado grupo que renovó la música folk

<P>La banda lanzó esta semana su segundo álbum, <I>Helplessness Blues</I>, considerado hasta ahora entre lo mejor de la temporada.</P>




Fleet Foxes tiene un 2011 cuesta arriba. Tras un debut arrollador que los situó como uno de los nombres esenciales de la última década, la agrupación nacida en Seattle enfrenta el ya típico trance del segundo álbum: evitar que el inesperado y meteórico triunfo inicial se convierta en su propio enemigo y demostrar que tienen argumentos suficientes para extender los aplausos.

El reto no es fácil. En 2008, el conjunto, encabezado por dos amigos universitarios -el cantante Robin Pecknold y el guitarrista Skyler Skjelset- editó un debut que rescataba la tradición de la música folk, pero no bajo un orquestado carácter revisionista o una moda de espíritu neohippie; su propuesta ofrecía una obra rica en armonías vocales, variedad instrumental y pop evocativo, como hace décadas lo habían hecho Simon & Garfunkel o Van Morrison.

La aventura fue editada por el sello Sub Pop -el epicentro que reunió al grunge noventero y que disfrutó de una segunda vida gracias al suceso de los Foxes- y vendió 400 mil copias en EE.UU. y 700 mil en Europa. El conjunto llegó hasta Saturday night live y el título, hasta las estanterías de Starbucks. Casi todos los medios especializados, y otros como New York Times y The Guardian, lo apuntaron entre los mejores lanzamientos de ese año.

Estaba servido: Fleet Foxes, tipos barbudos, de aspecto campestre y alérgicos a la prensa -tal como su adorado Bob Dylan, el gran referente de la agrupación- nunca volverían a ser los mismos. La banda se sumergió en una extensa gira, cuya demanda los empujó a sumar fechas una y otra vez. Hasta que optaron por volver al estudio y la sombra del pequeño fenómeno que desataron en sus inicios los obligó a desechar y repensar canciones durante meses. Su cantante incluso se enfermó por un tiempo prolongado, y hasta tuvo un par de arranques solistas en clubes y bares.

Bajo la tutela del productor Phil Ek -suerte de mago del sonido intimista y la mano tras similares exponentes, como The Shins y Band of Horses-, el grupo ultimó en un estudio neoyorquino la producción que apareció esta semana bajo el nombre que mejor ilustra la dura transición: Helplessness Blues (El blues de la impotencia). "El segundo disco muestra una búsqueda más profunda en las relaciones humanas. Para bien o para mal, has de reflejar quién eres en ese momento y ser natural", dijo el cantante al diario El País para retratar su presente.

Más allá del giro en su actitud, el sonido de Helplessness... demuestra que el conjunto cambió la fragilidad de su primera entrega por un abanico de estilos que construye canciones con estructuras cambiantes -como las notables The plains / Bitter dancer o el cierre con The shrine / An argument- y con recursos tan amplios como arpas, flautas dulces, clarinetes, pianos, percusiones y guitarras de 12 cuerdas. Las melodías siguen pincelando postales de extrema delicadeza y las voces, aunque ya no están sobrecargadas de contrapuntos vocales, siguen brillando limpias. Medios como Rolling Stone y LA Times lo vuelven a situar dentro de lo mejor de la temporada. Y, lo más importante, como una innegable señal de crecimiento.

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