Woofing o la nueva forma de vacacionar: trabajar en una ecogranja de otro país
<P>Una red mundial de granjas, entre ellas 100 chilenas, ofrecen techo y comida a cambio de trabajo. </P>
Alondra Cáceres (20) estuvo entre 2010 y 2011 recorriendo Australia y Nueva Zelandia como una más de los miles de chilenos que visitan estos países oceánicos cada año. Pero no fue una turista más. Ella fue una woofer, como se denomina a quienes conocen otros países trabajando en granjas orgánicas a cambio de hospedaje, alimentación, aprendizaje y tiempo libre. Se trata de la nueva forma de vacacionar que están usando los jóvenes y que ofrece el programa Willing Workers on Organic Farms (Wwoof) o "Trabajadores voluntarios en granjas ecológicas", que cuenta con miles de campos asociados en todo el mundo, entre ellos 100 en Chile.
Mientras acá llegan preferentemente estudiantes de EE.UU. y europeos, los chilenos prefieren Norteamérica, además de Australia y Nueva Zelandia. "Usualmente, los woofers se quedan dos semanas en cada granja, aunque pueden estar el tiempo que acuerden con los anfitriones", dice Gastón Fernández, encargado de Wwoof Chile, quien en 2002 viajó a Nueva Zelandia como voluntario y desde ese año coordina la visita de extranjeros a nuestro país, donde el woofing ha crecido explosivamente: 10 granjas nuevas por año.
Para postular es necesario inscribirse en los sitios web de Wwoof correspondientes al país que se desea visitar. Después, hay que adquirir, por alrededor de 40 dólares (20 mil pesos) una membresía que permite postular a las distintas granjas del país de destino, cuyos contactos son entregados en un libro. Adicionalmente, hay países donde se debe cancelar un seguro. Se llena un formulario y los granjeros seleccionan a sus "veraneantes". ¿Requisitos? Unicamente tener más de 18 años. "Yo pagué 60 dólares con los que me entregaron la membresía, una guía con información de las granjas afiliadas y un seguro por si me pasaba algo como woofer", cuenta Cristóbal Ibieta (27), quien pasó cuatro meses en granjas australianas en 2010.
Chilean woofers
Bernardo Martorell (médico) y Mariana Labbé (siquiatra) se casaron el año pasado y partieron a recorrer el mundo como se lo habían propuesto. Ninguna experiencia los marcó tanto como cuando pasaron una semana como woofers en el Instituto de Investigación de Permacultura de Australia, en el estado de Brisbaine, dirigido por el experto en cultivos orgánicos Geoff Lawton. Martorell cuenta que la jornada partía a las ocho de la mañana con el desayuno y que a las nueve comenzaban el trabajo en el campo, con "recreos" de media hora. Así hasta el descanso del almuerzo y el fin de la jornada a las 16.30. "A veces sembrábamos, plantábamos árboles, preparábamos almacigos, cosechábamos, a las 6.00 de la mañana sacábamos la leche de las vacas, limpiábamos terrazas y desmalezábamos las camas de los cultivos. Para nosotros fue una excelente experiencia", recuerda Martorell (32).
Mariana dice que en países habituados al woofing "los granjeros tienen este sistema para ayudarse en las labores de la granja, aunque su principal motivación para recibir gente es tener la experiencia de conocer personas de diferentes partes del mundo, aprender otros idiomas y que sus hijos conozcan a extranjeros", señala.
Es lo que vivió Alondra Cáceres, quien estuvo en seis granjas orgánicas de Australia y cuatro de Nueva Zelandia. Durmió en carpas, casas rodantes e incluso en las mismas casas de las familias dueñas de las granjas. "Uno se hace amiga de las familias y crea lazos con las personas, las que te ayudan a contactarte con otras granjas. Para mí fue increíble, pude recorrer los dos países casi completos haciendo woofing", dice Alondra, quien acá en Chile también recibe woofers en la casa de sus padres en Marchigüe, cerca de Pichilemu.
"Gringos" en Chile
No sólo los chilenos aprovechan el woofing. Cada año llegan a nuestro país 150 solicitudes de extranjeros a las 100 ecogranjas inscritas en nuestro país. Los voluntarios son en su mayoría jóvenes entre 20 y 30 años que vienen de Estados Unidos y Europa, interesados en ganar conocimientos en agronomía orgánica y conocer el variado paisaje nacional. "Llegan personas muy profesionales y otras que no saben nada, pero con ganas de aprender. Porque esto no es un trabajo, sino más bien un tipo de voluntariado", dice Fernández, quien agrega que, por lo mismo, sólo se reciben extranjeros, pues la idea es que esta instancia también les permita conocer otros lugares del mundo.
En la granja El Grillo, en Quillota, dicen haber recibido 150 voluntarios en ocho años. Y cada vez son más. "Vienen desde agosto hasta abril, comparten su experiencia agrícola y muestran su cultura, y además me ayudan con clases para los niños de la comunidad, enseñándoles inglés, pintura y cultivos orgánicos", dice Mariana Cunningham, dueña de la granja.
Es justamente la experiencia que está viviendo la estadounidense Melissa Kiela (21, estudiante de Ciencias Ambientales), quien llegó en julio como voluntaria a la granja de Matías Doggenweiler, en el sector de Metri, cerca de Puerto Montt. "Llegué con mucho conocimiento de cultura orgánica, pero siento que acá he aprendido muchas cosas nuevas. Me ha gustado mucho Puerto Montt y su clima. Se parece mucho a Wisconsin, desde donde yo vengo", dice Kiela, quien pasará la Navidad en la granja de Doggenweiler junto a otros tres voluntarios.
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