Ya no los hacen así




¡CUANTO EXTRAÑA el mundo a políticos de la talla de Winston Churchill! Ahora que se han cumplido 50 años desde su muerte, es oportuno volver la vista al corajudo líder del mundo libre, orador magnífico, estadista, ministro y primer ministro, conservador, liberal y de nuevo conservador, pintor amateur, devoto hijo de padres distantes, alumno rezagado en colegios de privilegio, cadete destacado en la academia militar de Sandhurst, brillante jugador de polo, albañil sindicalizado, periodista, escritor consumado, premio Nobel de literatura, amante del whisky, fumador empedernido, prisionero de guerra y bulldog todoterreno. Es cierto: ya no los hacen así. La madera con la que estaba fabricado sir Winston Leonard Spencer Churchill parece extinguida hace rato.

Tal como sucede hoy, Churchill vivió en una era en la que muchos sintieron fascinación por los “destructores de la serenidad”, según ha escrito su biógrafo Robert Lewis Taylor. El, en cambio, escogió ser un “constructor”. Fue de los primeros en denunciar la amenaza que representaba Hitler, pese a que ello le costó críticas. Más tarde, en lugar de escuchar las voces que llamaban a contemporizar con una Alemania que controlaba Europa continental, el 13 de mayo de 1940 llegó hasta la Cámara de los Comunes para pronunciar su primer e inolvidable discurso como primer ministro: prometió “sangre, sudor, lágrimas y fatiga”. Tozudo y valiente, dijo que su objetivo era conseguir la “victoria a toda costa”, porque sin ella “no sobrevivirían los impulsos de los siglos que hacen que la humanidad progrese”.  En 1946 condenó el avance de otro totalitarismo, el soviético, advirtiendo que “una cortina de hierro ha descendido sobre Europa”. De nuevo le llovieron las críticas, pero el tiempo le daría la razón.

Al recordar a Churchill, nos sentimos tentados de exclamar, como Marco Antonio de Shakespeare: “¡Este sí era un César! ¿Cuándo habrá otro igual?”.  Hoy parece improbable que surja alguno como él, pues la perseverancia y el coraje no son moneda corriente en nuestros líderes. Impera ahora el pragmatismo, y quienes defienden con firmeza sus puntos de vista son considerados fundamentalistas conflictivos. Además, la convicción de que lo único que importa es conseguir el poder a cualquier costo ha hecho calculadores y cínicos a nuestros políticos, despreciados por la misma gente que vota por ellos.

Churchill, al contrario, cumple a la perfección con los requisitos del líder que enumera el historiador británico John Keegan: fue capaz de crear un profundo lazo con su pueblo, supo dar órdenes, enfrentó a quienes incumplieron las normas de convivencia, actuó cuando fue necesario y enseñó a través del ejemplo.

Todo político que se precie debería estudiarlo, aunque no sea más que para reconocer que caminamos en hombros de gigantes como él. Porque le debemos a Churchill nuestra civilización: el mundo sería distinto si él no hubiera existido. ¿Puede decirse algo parecido de los políticos actuales en Chile y en el extranjero?

Juan Ignacio Brito
Periodista

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