Yo, Augusto Pinochet
<P>Después de su reaparición en el Teatro Caupolicán para la proyección de un documental sobre su abuelo, Augusto Pinochet Ugarte, el ex capitán del Ejército Augusto Pinochet Molina recuerda y analiza los momentos que lo han marcado en su vida, más allá de su nombre.</P>
Se convirtió en el nieto preferido a contar de 1992. Antes era el adolescente rubio que había estado en su casa bajo el cuidado de su mujer, Lucía Hiriart, en los últimos años de su gobierno; pero tras anunciar el muchacho su deseo de ingresar a la Escuela Militar como aspirante a oficial, Augusto Pinochet Ugarte no disimuló su satisfacción de perpetuar su nombre en la institución que había forjado su vida y de la que era comandante en jefe desde agosto de 1973. Augusto Cristián Pinochet Molina, de 19 años, sería tan soldado como él.
"Mi abuelo no decía muchas cosas, pero se le notaba", dice el nieto. "Había un tema de tradición que lo asumió en mí. Vio la esperanza de la tradición y para él fue muy importante. En ese momento mi relación con él fue más estrecha. Tomó más interés en mí porque entré al Ejército".
Desde ese momento, Pinochet Ugarte estuvo atento al joven cadete. Pinochet Molina había ingresado a ingeniería comercial en la Finis Terrae, pero la abandonó porque no deseaba "seguir en una carrera cuyo propósito es hacer dinero". El abuelo hizo que su nieto ingresara al tercer año y el director de la Escuela tuvo que mover a los mejores alumnos de primer y segundo año para que lo acompañaran y fuese menos notorio. El abuelo estaba complacido. Estuvo en la ceremonia de graduación del subteniente Pinochet Molina, en mayo de 1997, y dos meses después viajó a Osorno al juramento que su nieto hizo a la bandera.
Un punto disonante, sin embargo, fue la elección del arma. El joven soldado optó por la de caballería y eso enojó al abuelo: Pinochet Ugarte era un infante. "Usted no va a participar de la herencia de su abuelo", le dijo.
Cinco y quince de la tarde. Augusto Cristián Pinochet Molina, de 39 años, entra silenciosamente al edificio donde vive, en Antonio Varas. Acaba de regresar de su trabajo como encargado de mantenimiento de la flota de autos de la Municipalidad de Providencia. Saluda al conserje y sube hasta el séptimo piso. Abre la puerta, camina a su pieza, se saca el sombrero tipo Indiana Jones de la cabeza y se deshace del impermeable.
Se devuelve y enciende la luz del living: hay tres cuadros en murallas blancas, un par de sillones, una mesa de centro y un televisor grande conectado al computador donde ve YouTube. Allí revisa la economía norteamericana y busca datos que le den una visión precisa del 11 de septiembre, pero de 2001, en Nueva York. "Tengo la absoluta convicción de que fue el Mossad con el Departamento de Estado norteamericano", asegura.
En su infancia, Augusto Pinochet Molina vivió años en Estados Unidos. Su familia iba y venía a Chile. Hoy se siente desarraigado.
Es un hombre solo.
El primer recuerdo que le permitió graficar la importancia de su nombre, fue cuando le pidieron que se presentara en el jardín infantil. Se puso de pie y dijo: "Soy Augusto Pinochet". Otro niño se levantó de inmediato: "Y yo soy Bernardo O'Higgins".
En Estados Unidos vivió como cualquier niño de clase media. No era el nieto de una figura tan polémica. Su padre, Augusto Pinochet Hiriart, estaba allí, entre otras cosas, para tratarse una lesión en la espalda que lo había sacado del Ejército. En Simi Valley, California, era uno más. Iba en su bicicross a un colegio público y se hacía de amigos negros, porque "los encontraba más auténticos". Pero tuvieron que regresar.
"Nunca me despedí de nadie. Llegué del colegio, encontré mi ropa empacada, las cosas metidas en una caja y un pasaje de avión para el otro día", dice. "Pocas veces en mi vida he tenido la sensación de tener un hogar".
Volvió a Chile, ya adolescente. Entró al Santiago College, donde lo recuerdan entrando con dos escoltas, jugando rugby, con notas mediocres, y juntándose con el hijo del fallecido ex ministro de su abuelo, Alvaro Bardón, y el hijo del cantante Willy Bascuñán. Se dio cuenta del poder de su nombre y las posibilidades se le abrieron por completo.
"Nunca me detuve a pensar quién era yo", cuenta. "Yo vine a entender cosas cuando regresé a Chile. Para mí era la oportunidad de divertirme. Lo aproveché al máximo y lo pasé fantástico".
Playa, nieve, discotecas y jóvenes bonitas. De la nieve venía cuando atentaron contra su abuelo, en septiembre de 1986. Estaba viendo La guerra de las galaxias, en TVN, cuando la transmisión fue interrumpida por carteles que eran una señal de acuartelamiento para la CNI. El reclamó por los cortes en el filme. De pronto llegó su padre, en estado de shock, y después se lo llevaron a la casa de Presidente Errázuriz. Tenía 13 años.
"Estaba muy consciente de la guerra sucia y la insurrección marxista. Me da risa cuando escucho decir a los políticos que no sabían nada. Cuando yo era chico sabía perfectamente de esos temas. Si tú me preguntabas sobre la tortura, yo hubiese dicho que era un medio eficaz para obtener información que salvaba vidas. Si tú me preguntas ahora, te diría que la tortura es una estupidez. No puedes obtener ninguna información buena mediante la tortura".
El peor episodio de Augusto Pinochet Molina se produjo en el momento en que su abuelo perdía el poder político. 1990. Su padre, Augusto Pinochet Hiriart, y su madre, Verónica Molina, terminaron su relación de mala manera. "La separación de mis padres fue horrible. Realmente, fueron unos años que me hicieron cambiar mucho. Ahí conocí la soledad. Terminé viviendo solo en un departamento en Santiago, a los 17 años. Yo me hacía de comer. Tenía que ir al colegio solo y lavaba mi ropa".
Se fue a vivir a la casa de sus abuelos. Casi no veía a Pinochet Ugarte. El abuelo salía temprano y volvía a las nueve de la noche, "generalmente molesto, comía y se iba a su escritorio". Lucía Hiriart lo crió como a un hijo. Pese a ser el segundo de cinco hermanos, él no habla de ellos y parece hijo único.
"La abuela manejaba la familia, nos reunía. Todo en la casa giraba en torno a ella. Crió a varios nietos. Ella ocupó muchas veces el espacio que debió llenar mi madre".
Las peleas fueron tan fuertes con su mamá, que él le dijo: "Eres una mala persona". De hecho, Verónica Molina estuvo 10 años sin hablarse con Augusto. No se vieron hasta pocos años antes del suicidio de la mujer, en marzo de este año. "Mi mamá tenía problemas sicológicos y se deprimía con mucha facilidad, tomaba muchas pastillas. Desde que tengo uso de memoria fue así. Eso la destruyó".
Llueve. En una pequeña mesa hay dos fotos. Una de Augusto Pinochet Molina, con traje militar y boina negra. Y otra, donde posan los tres Augustos de civil: padre, hijo y nieto. Su vida en el Ejército terminó cuando murió su abuelo, tras un polémico discurso suyo, que leyó como capitán. Provocó tal revuelo que fue dado de baja.
"Yo quería hablar en el funeral de mi abuelo, decir unas palabras por él. Lo tenía pensado desde niño. Siempre asumí que sería así. Como militar o no, eso fue circunstancial", explica.
Cuando ingresó al Ejército se sintió como de regreso a Estados Unidos. A pesar de que era el nieto del comandante en jefe, era un oficial más. Estuvo en Osorno, después en Arica por cuatro años. Conoció a una ex miss 17 y cuando se vino a Santiago, le pidió matrimonio. Al año siguiente se separaron. Cuando su abuelo estuvo preso en Londres, estuvo con él en Virginia Waters y celebró su cumpleaños 88. Pese a todo, no estaba a gusto.
"Nunca me sentí parte del Ejército, como grupo, aunque fui feliz allí. Nunca tuve la sensación de sentirme parte. Nunca lo he podido hacer con nadie", reconoce.
En la ceremonia fúnebre ungió a su abuelo como el hombre que "derrotó en plena guerra fría al modelo marxista" y criticó a la justicia por investigarlo en su vejez. Fue su final como soldado.
Después vino el descalabro. Vivió ocho meses cesante, buscó empleo y no se lo dieron. Se vio obligado a vender un reloj de oro, regalo de su abuelo. Tuvo que llamar a Cristián Labbé, que lo conocía de niño, y le pidió trabajo. El alcalde le dijo que postulara a un concurso público y, luego de dos meses, obtuvo el puesto en la municipalidad. Tuvo llamadas de algunas bases de la UDI. Conversó, pero dice que sus ideales no tendrían cabida allí ni en otros partidos.
"Mis ideas políticas no son populares. Se acercan al ideario de la constitución original norteamericana. Con muchas libertades para los ciudadanos. Las ideas mías y de mi abuelo van de la mano. El problema de mi abuelo es que lo implementó en un gobierno militar, que restringe las libertades civiles. Lo que mi abuelo quería para Chile es lo que estoy hablando yo".
-Tengo que salir -anuncia.
Vuelve a ponerse su impermeable, pero deja el sombrero Indiana Jones. Camina al ascensor. "Yo reconozco los excesos como un hecho histórico. Pero hacerme cargo, jamás. No me corresponde. Para mí no hay líneas intermedias: un acto criminal es un acto criminal, pero entiendo que hubo una guerra sucia". El ascensor se abre.
-Un día, en la calle, un encuestador me preguntó cómo me llamaba. Le dije: Augusto Pinochet. No me creyó y se fue enojado.
Augusto Pinochet se ríe y luego vuelve al silencio.S
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