Yo quiero mi dron

Si usted cree que los drones son sólo para que trabajen militares o periodistas, está bastante equivocado. Cada vez son más los usuarios (la mayoría, hombres) que se acercan a ellos por el puro placer de controlar en el aire un vehículo y -además- grabar. ¿Juguete del futuro? No, del presente. <br>




Un dron es usado por un grafitero para rayar un antes inalcanzable cartel publicitario. Otro aparece en los jardines de la Casa Blanca. Otro hace noticia por lastimar a Enrique Iglesias en un concierto. Amazon alista Prime Air, un delivery con drones. Para no quedarse atrás, Google testea un servicio idéntico: Project Wing. GoPro, gigante de las cámaras de acción, ya fabrica su propia nave. Facebook los usará para llevar WiFi allí donde no hay. Y adivinen cómo se llama el álbum que lidera las ventas hoy en Estados Unidos e Inglaterra: Drones (de la banda Muse).

¿En qué minuto nos llenamos de ellos? ¿Desde cuándo la palabra para denominar a estos mini helicópteros eléctricos equipados con cámaras se volvió tan habitual? ¿Y desde cuándo hubo zánganos (significado original del término en inglés, por el macho de la abeja) con tanto trabajo?

En el ámbito militar, los drones tienen años, décadas, pero comercialmente su historia es más reciente; en particular, la de los drones de uso recreativo, aquellos que la gente está comprando no por trabajo ni para materializar ambiciosos planes, como muchos de los proyectos arriba citados, sino que por mero placer. El placer de volar y grabar.

Gente como el empresario Werner Knust, que hace un año descubrió la entretención de manejar uno y, desde entonces, se ha comprado cuatro. El primero lo perdió en el Mediterráneo. Viajó a un matrimonio, llevando orgulloso su nuevo juguete para hacer imágenes aéreas de la fiesta y los novios. Ahí aprendió que cada vez que se viaja hay que ingresarle un nuevo punto de retorno al aparato: su pequeña nave no tripulada creyó que seguía en Chile y emprendió regreso a Sudamérica cuando recibió la orden de volver. "Se perdió en algún lugar del camino de vuelta", dice Werner, con humor.

Le dolió perderlo, pero se compró otro, procurando aquella vez tomar lecciones para operarlo. Desde entonces su hobby sólo ha crecido. Acostumbra salir a volarlo los fines de semana, ya sea en Santiago o en Viña del Mar. Puede ver desde su iPad en tiempo real lo que el dron va filmando o bien elegir ver un monitoreo de la ruta. Y se entretiene tanto controlando uno, como editando después los videos que muestra a sus amigos en Facebook o YouTube. Como casi todo lo grabado con un dron suficientemente bueno, los videos que produce tienen la tranquilidad de una taza de leche. Esto, a causa de un mecanismo de estabilización que compensa y anula los movimientos bruscos.

Cada vez hay más usuarios como Werner, explica Jorge Zalaquett, dueño de DroneStore, tienda del Omnium, una de las varias que ya hay en Chile dedicadas a estos aparatos. "Gente tentada. Gente que llega a preguntar porque vio volando uno en la playa. Gente a la que le gusta estar en el peak de lo más innovador", comenta, mientras atiende a clientes que llegan a su mesón no sólo a comprarse uno, sino que a ver repuestos, accesorios o a reparar, un aspecto habitual dentro de este hobby.

Zalaquett comenzó vendiendo drones hace tres años, cuando la efervescencia era incipiente. Eso, sumado a que no es fácil el servicio de postventa ("el 99 por ciento de las veces un dron se cae por culpa del piloto y la gente cree que es por el equipo", dice) lo hicieron pensar incluso en cerrar. Hoy sólo piensa en seguir. "Cada vez hay más conocimiento del tema. Y esto irá aumentando", afirma.

¿Qué tienen los drones que provocan este fervor? "La cámara. Nadie quiere volar algo sin cámara", asegura.

Aunque en su tienda los drones con cámara parten en los 160 mil pesos, la estrella es el Phantom 3, un dron serio y relativamente accesible. Cuesta plata, sí, pero no mucho más que una buena cámara DSLR o un Play Station 4 con varios juegos (ver recuadro). Es una suerte de lujoso juguete, porque da resultados muy similares a otros modelos derechamente profesionales, como el Inspire 1, que cuesta el triple. Ambos pertenecen a la marca china DJI, líder mundial de drones comerciales, con un 70 por ciento de participación en el mercado; una suerte de GoPro en los dominios del aire, con competidores que están varios peldaños más abajo.

Werner Knust tiene ambos modelos: "Estos tipos son como Apple, han desarrollado muy bien el tema. Hacen cosas fantásticas".

Hechos -y diseñados-en China

DJI, nombre abreviado de Dajiang Innovation Technology Co., fue fundada el 2006 por el chino Frank Wang (34), un tipo que se propuso romper con el estigma que dice que en su país sólo se fabrica lo que se diseña en California. Lo consiguió, y no como sus coterráneos de Xiaomi, que calca los móviles de Apple, sino que estando a la vanguardia en su rubro.

Los méritos de Wang, cuya compañía al principio sólo se dedicaba a hacer controles para otros aparatos, guardan relación con haber dado con determinados algoritmos para automatizar vuelos y haber vuelto extremadamente sencillo y al alcance de cualquiera algo que hasta entonces era muy complejo.

El 2013, DJI sacó al mercado su primer Phantom, un dron simple y liviano que podía armarse y volarse al cabo de una hora de haber abierto la caja. Hoy es indicado como el que, a la larga, permitió que esta afición dejase de ser cosa de unos pocos y entrasen muchísimos interesados al mercado. A la siga de DJI están compañías como la norteamericanas 3D Robotics, que tiempo atrás reclutó a un importante empleado de la firma China, o la francesa Parrot (ver recuadro).

El mes pasado, la revista Forbes le dedicó a Wang un extenso perfil, donde se refirió a él como "el primer multimillonario de los drones" y "la silenciosa mente maestra detrás de la revolución de los drones".

De esa revolución participa hoy gente como Ricardo Villagrán (40) y un grupo de aproximadamente 10 amigos santiaguinos que se juntan los fines de semana en el Parque Bicentenario de Cerrillos a volar sus aparatos e intercambiar experiencias. Una suerte de club de gente que antes se dedicaba al aeromodelismo (principalmente a volar helicópteros) y que hoy se cambió a los drones. Y lo han hecho sacándoles partido a los accesorios, particularmente a la posibilidad de usar gafas especiales y volarlos en primera persona.

"La sensación es muy distinta", dice Villagrán respecto a las diferencias con el aeromodelismo. "Tiene muchísima adrenalina esto de ponerse los lentes y volar".

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