"Yo soy a la novela negra lo que Beethoven es a la música"
<P> Después de <I>Mis rincones oscuros</I>, Ellroy publica otra memoria sobre el fantasma de su madre: <I>A la caza de la mujer</I>. Aquí habla de las diferencias y conexiones de los libros. </P>
Tenía 15 años, su padre estaba en el hospital, recuperándose de una embolia cerebral, y él se apoderó del departamento. A su madre la habían asesinado cinco años atrás. Empapeló las paredes de fotos de mujeres desnudas. Junto a la chica del mes de Playboy, estampó una imagen de Beethoven. Corría 1963 y James Ellroy iba en picada.
El escritor pasaría la próxima década intoxicándose con anfetaminas, alcoholizándose hasta perder la conciencia, durmiendo en pensiones infectas o en la calle, e irrumpiendo por las noches en casas de mujeres para robar un par de billetes y ropa interior. En un parque de Los Angeles, entre los arbustos, guardaba un busto de Beethoven. A fines de los 70, después de sobrevivir a un infierno, inició una vida sobrio, poniendo un nuevo póster del músico en la cabecera de la cama. Hoy, convertido en la voz central de la novela policial norteamericana, Ellroy tiene dos pequeños bustos de Beethoven en su escritorio. Hay más: en todos los rincones de su casa aparece el músico alemán, en decenas de ilustraciones. Es su héroe.
No es solo admiración. A mediados de los 70, cuando en su soledad lo acechaban mujeres imaginarias y todavía no publicaba ningún libro, el autor de Mis rincones oscuros sospechaba que "Beethoven era el único artista de la historia que rivalizaba con el desconocido e inédito Ellroy". Tres décadas después, no ha cambiado de opinión. Sólo afinó la idea: "Yo soy a la novela negra lo que Beethoven es a la música".
Ellroy está al otro lado del teléfono, hablando con una perfecta modulación. Tiene 63 años y ocupa un lugar tangencial, pero cada vez más desequilibrante en la literatura estadounidense. Suena imperturbable, sereno, algo seco y evidentemente orgulloso de su fama de excéntrico. Pareciera disfrutar cuando cuenta que duerme poco en las noches, que jamás aprendió a usar la máquina de escribir o el computador y que, a mano, escribe excesivas notas para cada una de sus novelas: los apuntes para Sangre vagabunda tienen 400 páginas más que el libro.
"No tengo computador, no voy al cine, no veo televisión. Ignoro la cultura popular. La última vez que leí una novela fue en 1988. Soy mucho más feliz llevando una vida interior", dice desde Los Angeles, California, la ciudad que ha alimentado toda su obra.
Después de 25 años viviendo en diferentes ciudades de EEUU, Ellroy volvió a L.A. en 2006. Estaba recién separado y buscaba a una mujer. Otra más. Aún estaba bajo la "maldición Hilliker". Es decir, el fantasma de su madre asesinada (Jean Hilliker) en 1958 aún lo atormentaba. Desde los 10 años lo persiguió. Ellroy, que por décadas se sintió responsable, en los 90 contrató a un detective y juntos buscaron al asesino. No lo encontraron. La brutal crónica de esa investigación es Mis rincones oscuros (1996), un volumen de memorias en que el Ellroy de carne y hueso ingresa a su universo de ficción: un mundo solitario e implacable, en donde todos tienen las manos manchadas.
El eco de ese libro es A la caza de la mujer, un nuevo volumen biográfico: Ellroy relata cómo el fantasma de su madre condicionó su obsesión con las mujeres. De paso, reconstruye el viaje autodestructivo de su juventud: drogadicto, alcohólico, paranoico, solitario, voyerista, fantaseaba con mujeres que no tenía. Forzaba puertas de las casas de esas chicas en Los Angeles y se paseaba en la oscuridad. Apenas robaba un par de dólares, comía algo, espiaba la ropa interior. No dejaba huellas. Años después, sobrio, Ellroy les pagaba a prostitutas para pasar un rato hablando desnudos. Trabajaba como caddie.
A la caza de la mujer es una confesión y el intento de escamotear esa maldición de su madre. "Mis dotes de narrador tienen su origen en el momento en que deseé verla muerta y decreté su asesinato (...). Ya no puedo recurrir mucho tiempo más a Ellas para encontrarla a Ella. He llevado demasiado al límite mi voluntad obsesiva", anota en el libro.
¿Cree que todavía está bajo la "maldición Hilliker"?
Escribí el libro hace dos años, ya es historia vieja. Hoy entiendo mucho mejor lo que pasó en mi vida. Haber formalizado la idea de la maldición, haber escrito el libro, me liberó.
Novelista histórico
La novela que Ellroy leyó en 1988 fue Libra, en la que Don DeLillo explora los claroscuros de Lee Harvey Oswald, el hombre que disparó a J. F. Kennedy. Fue una revelación. Hasta ese momento, Ellroy no había salido del esquema clásico de la novela negra: calle, crímenes, asesinatos, detectives. Su afiladísimo y brutal estilo narrativo telegráfico le otorgaba una personalidad única. El límite de esa vía fue El cuarteto de Los Angeles, donde figuran La dalia negra (1987) y L. A. Confidential (1990). Luego vino el efecto DeLillo.
"Nos conocimos una vez, intercambiamos cartas. Somos cercanos, pero no somos amigos. Le debo mucho al señor DeLillo", dice. Para empezar, le debe el fijarse en un tiempo en la historia de EEUU: en la Trilogía americana (América, 1995; Seis de los grandes, 2001, y Sangre vagabunda, 2009), Ellroy explora las zonas más oscuras de la historia política de EEUU en los 60, desde el asesinato de Kennedy hasta el caso Watergate. Más de 2.000 páginas paranoicas que van y vienen sobre los planes secretos de la CIA, la guerra de Vietnam, las redes de la mafia, la agitación de la izquierda, la muerte de Martin Luther King y las cavilaciones de J. Edgar Hoover, el jefe del FBI. El relato de un desastre.
Después de leer la Trilogía americana, queda la idea de que en los años 60 está el corazón del siglo XX en EEUU.
No comparto esa idea. Pese a que no estoy al tanto de lo que sucede hoy en la cultura popular, tengo ojos y puedo ver que EEUU ya no está en decadencia. Creo que EEUU reinará como la superpotencia del planeta.
En los 60, usted vivía su propio infierno mientras su país estaba cambiando completamente. ¿Cómo fue recuperar esa historia?
Generalmente observo el mundo a mi alrededor y logro darme cuenta de lo más importante. Pero en esos años yo tenía una agenda privada y paranoica, que consistía en beber, usar drogas y fantasear sobre mujeres y en convertirme en un gran escritor. No tenía idea de que el recrear la historia de EEUU sería mi destino. Tuve que investigar.
Habla bastante de esos excesos en A la caza de la mujer. Tuvo momentos muy solitarios. ¿Fue difícil recordar esa época?
No. Fue hace mucho tiempo. Soy extremadamente exhibicionista y me encanta hablar de mí mismo. Además, estaba explorando una nueva forma de escritura en este libro. Es un ensayo autobiográfico. El viejo James Ellroy comenta al joven James Ellroy y descubre sus momentos más significativos. El arte de contar una historia de ficción está en sustentar una narración en base a inferencias e implicaciones, y aquí me permito entrar en el terreno del significado. Puedo decir, ya que esto me pasó a mí y he pensado mucho en ello -pensar es mi principal actividad durante las noches-, qué significa todo lo que cuento. Eres libre de interpretarlo como quieras, no me molesta, pero te estoy diciendo lo que significa.
¿En qué momento se dio cuenta de que tenía que escribir otro libro sobre su madre?
A la caza de la mujer es algo totalmente diferente a Mis rincones oscuros. Gradualmente me di cuenta de que mi gran historia autobiográfica no era la del asesinato de mi madre, sino que su asesinato era responsable de la forma en que he buscado a las mujeres en mi vida. Mi madre está ahí, pero es analizada desde otro punto de vista. Esta no es una historia de crímenes, sino una de amor: entre mi madre y yo, y todas las mujeres que me han salvado el trasero.
No hace mucho decía que no quería convertirse en uno de esos escritores que al envejecer escriben libros cada vez más cortos. ¿En qué trabaja ahora?
Estoy escribiendo un libro enorme. Será el más grande de todos mis libros. Está ambientado en Los Angeles, en el mes del ataque de Pearl Harbor, en 1941. Aparecen personajes de La trilogía americana y de El cuarteto de Los Angeles. Mi propósito es unificar mis 11 novelas con esta nueva serie. Es un trabajo a gran escala.
Con el tiempo se ha alejado totalmente del perfil del novelista policial clásico.
No, no, no soy este tipo de escritor. La mejor manera de describirme sería decir que soy un novelista histórico. Eso es lo que he estado haciendo en los últimos años: recrear la historia de EEUU.
¿Qué le interesa de la historia?
Quiero vivir en el pasado. Quiero recrear un tiempo y un lugar que ha desaparecido para siempre. Y quiero reescribirlo de acuerdo a mis propias especificaciones.
¿Se siente parte de la tradición de la novela negra americana? ¿Fueron importantes para usted autores como Raymond Chandler o Dashiell Hammett?
Hammett más que Chandler. James Cain. Pero... Yo soy el non plus ultra de la novela negra americana. Echa una mirada a mi obra. Chandler, Hammett, Cain, nunca llegaron a hacer lo que yo he hecho. Nadie nunca lo hizo. Y nadie nunca lo hará.
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