Las cosas con alma
La Maida es periodista, colaboradora de nuestra revista desde hace años y tiene el ojo entrenado, ha recorrido y fotografiado un sinnúmero de casas lindas. Así es que con propiedad, esta vez, nos muestra su propia casa. Y por supuesto, nadie más que ella podría haber contado tan bien su historia.

Después de haber escrito acerca de tantas y tantas casas para esta revista, (aunque reconozco, con un poco de pudor)me entretiene el desafío de contar el cuento esta vez en primera persona.
Chiquitita, pero con encanto. Eso fue lo que nos sedujo con mi marido, Felipe González.
La fórmula perfecta de construcción, expresada en la clásica ley Pereira. Donde no sobra ni falta nada, para una familia que en un comienzo se asentó con una hija de tres años y que con el tiempo sumó un segundo y otro en camino. Mi papá dice que ya es hora de irse a algo más grande, lejos, a los cerros, que voy a estar más cómoda, etc. pero la verdad es que me cuesta la idea de abandonar toda la historia que hay detrás de este nido y, por supuesto, su incomparable vida de barrio.
Vivir literalmente al frente de la Dulcería La Violeta, en la calle León, para cualquiera que conozca sus irresistibles empolvados y clásicas bolitas de nuez es definitivamente un privilegio. Caminar dos cuadras para ir a dejar a mi hijo al jardín infantil y pasar a la vuelta a la plaza de la esquina. Escuchar desde la ventana los domingos el sonido del organillero afuera del pasaje. Olvidarse del auto para ir a comprar el pan o a la farmacia y tener elmetro a lamano para hacer cualquier trámite, de verdad se agradece.
Cuando miro mi casa, me doy cuenta de que todo calza, el espíritu nostálgico de la ubicación y nuestro gusto por lo antiguo. Prácticamente, nada de lo que hay en ella es comprado en una tienda, la mayoría son recuerdos, ya sea de familia, regalos, trueques, reciclajes o hallazgos en ferias de anticuarios y mercados de segunda mano.
En cada rincón que detengo lamirada, tengo alguna anécdota o historia para contar. El sofá normando rojo y la mesa de apoyo blanca francesa junto con las tres gráficas antiguas del comedor, por ejemplo, pertenecieron a un Emporio que mi marido tuvo en la calle Pocuro. El biombo tras la puerta de entrada lo remató mi papá en el Club de la Unión y, sobre éste, el pez de fierro forjado es un regalo de matrimonio que nos hizo la profesora de redacción de la universidad. Cada uno de los cuadros de esta casa son de pintores amigos, como Matías Movillo, Sebastián Valenzuela, José Manuel Dumay, Víctor García y Jorge Ignacio Domeyko, algunos regalados y otros apuestas nuestras en su talento cuando recién partían.
En el living y comedor, se han mezclado indistintamente maderas naturales y otras pintadas, como la mesa de centro que, un día de verano, me decidí a pintar negra, o la alacena que con mi hija de 6 años -con brocha enmano- dejamos de un color celeste envejecido. La verdad es que los ambientes cromáticamente monótonos me aburren.
El único espacio donde busqué una atmósfera más calma fue el dormitorio, donde predominan el blanco y los tonos suaves, como el beige y verde agua. Aprendí de mi mamá y ahora trato de transmitirle a mis niños que se pueden armar lindos rincones sin tanto gasto. Con pequeños detalles.
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