Arrendé un amigo
En menos de tres semanas, el sitio Rent a Friend ya tiene más de 500 chilenos ofreciendo amistad por $ 5.000 la hora. Probamos el servicio: pasamos siete horas con un amigo de alquiler.
Y si es raro?". Ese es el primer comentario que me hicieron mis amigas y que no deja de darme vueltas en la cabeza mientras reviso RentAFriend.com, un sitio que abrió su servicio para Chile hace tres semanas y ya tiene más de 500 chilenos que se ofrecen para ser arrendados como amigos con las más diversas actividades, siempre platónicas. Yo busqué a uno, lo elegí con pinzas y me convertí en la primera arrendataria nacional.
Las 29 páginas con los candidatos en Santiago muestran una fauna bastante amplia. Hombres y mujeres, entre sus 20 y 30 son, por lejos, la mayoría, pero también hay mayores de 50. A diferencia de las páginas de citas, acá las fotos parecen más simpáticas que sexys y muchos de los candidatos se muestran con otros amigos. Revisé unos 40 perfiles de hombres que quedaron clasificados a primera vista. Nombre, altura, género, edad, tipo físico, idiomas que habla y cuánto cobra son algunos de los datos que aparecen en primer lugar. De entre todos me quedé con Leo: 28 años y que en las fotos -a las que sólo se puede acceder si se es miembro arrendatario por 24 dólares al mes- aparecía bañándose con unos amigos en un río. Fue mi primera opción y lo llamé al celular que aparecía como número de contacto.
- ¿Aló?
-Hola, te llamo por Rent a Friend-, dije casi preguntando.
-Ah... ya, ¿cómo estái?
-Bien, gracias-. Hice una pausa torpe. -¿Estás disponible el jueves, Leo?
-Sí, ¿a qué hora?-, dijo amable y ligero como una pluma, sin asustarse por la rareza.
Al fin y al cabo, y eso lo supe después, era la primera vez que lo llamaban para contratar sus servicios amistosos. El precio lo acordamos mientras conversábamos y resolvimos $ 5.000 la hora, más gastos que es lo que recomienda el sitio y, aunque algunos pedían el doble en sus perfiles, hay plena libertad de negociar e incluso no cobrar. Entonces, le advertí que no me podía fallar, que un conocido quería que llevara alguien a un bar y que yo no tenía a quién.
Mirando los perfiles de los amigos de arriendo chilenos, la mayoría busca ser contratado por algún extranjero con ganas de conocer la ciudad desde un punto de vista más local, juvenil o entretenido del que pueden ofrecer los servicios turísticos. Por lo mismo, al buscarlos están separados por ciudades y en Chile hay más de 100 inscritos de regiones. Yo no era precisamente una turista, pero, aún así, mi amigo ni se arrugó y esa fue la tónica durante la posterior velada.
Leo se ofrecía para las más diversas actividades: desde escalar y navegar, hasta pasear el perro o ser pareja de una fiesta de graduación, entre más de 40 ideas, unas más insólitas que otras.
-En la página sale que también puedes ser personal shopper y tengo que comprar unas cosas-, dije. -¿Te parece si nos juntamos en el Panorámico a las siete?-. El aceptó.
Recién cuando terminamos de negociar y conversar todo lo pertinente al arriendo me preguntó mi nombre y mi apellido: un detalle que se nos había olvidado aclarar.
TOM CRUISE
El segundo comentario que escuché de mis amigas fue que me iba a enamorar. Es lo que pasa siempre, como en las películas Jamás besada o Cómo perder a un hombre en 10 días. No hay otro final posible.
Llegué media hora tarde al encuentro y, aun así, me esperaba con una sonrisa y sacudió vigoroso su brazo a lo lejos mientras hablábamos por celular para ubicarnos. El sitio recomienda llevar un móvil por seguridad.
Cuando a un amigo se le paga por serlo hay que tomar ciertas precauciones, pero, además, la amistad es totalmente distinta. Es comprensiva, aguantadora, sin malas caras, ni reclamos. La cosa acá -y no hay que olvidarlo- es, al menos en buena parte, por plata.
Una chaqueta de cuero, los ojos café y el pelo corto: Leo tenía cierto aire a Tom Criuse en Top Gun que identifiqué de inmediato y después mencioné.
-El que se parece a Tom Cruise es mi hermano-, respondió modesto, aunque seguro que no era la primera vez que se lo decían.
Fue precisamente su hermano quien lo entusiasmó con la idea de ofrecer su amistad en Rent a Friend. Lo había leído en el diario y le pareció una forma entretenida de conocer gente y "no ser tan chileno y atreverse", me dijo. Además, está cesante. Justo viene de una entrevista de trabajo. No le queda mal plata extra.
Entramos al centro comercial a comprar un pañuelo. No me gustó ninguno y antes de que me amurrara, Leo se puso manos a la obra. Me ofreció uno tras otro mientras yo no expresaba más que desazón y seguía trajinando. Finalmente, distinguió el mejor entre tanto trapo. Paciente, esperó a que me encantara con el pañuelo fucsia que me probé de todas las formas posibles frente al espejo de la tienda. Lo compré, pero lo fui dejando en todas partes mientras él, atento, me lo iba recuperando de todos lados: la caja de la tienda, el taxi, el restaurante. También se obsesionó por cuidarme la cartera.
En la escalera mecánica hablamos de él, de su trabajo como terapeuta ocupacional, de la rehabilitación de jóvenes drogadictos o delincuentes, de las personas con discapacidad o los ancianos con los que ha trabajado. Porque Leo es bueno, sencillo, habla mirando a los ojos con las pestañas largas, las cejas definidas y es amable con todo el mundo: le da las gracias al guardia que nos abre la puerta y se despide amable del taxista que nos lleva de Providencia al Patio Bellavista, donde él sugirió ir.
Llegados al nuevo food garden VIP, escogí un local. Nos movimos cuatro veces en el enorme restaurante y él no hacía más que sonreír. Cuanto más encantador me parecía, más me preguntaba si sería igual con una amiga suya, una para la cual lo hiciera gratis, con la que sí tenga que pagar por el trago, la mitad de la tabla de quesos o el taxi. Pero pasa un rato y se me olvida. Conversando no nos aburrimos, al menos no yo, y me parecía que él tampoco. Creo que lo estábamos pasando bien. Mucho después me lo preguntó y se lo dije.
¡YO NO FUI!
Partimos caminando al bar karaoke a encontrarnos con mi amigo y su polola. Ibamos riéndonos mientras él celebraba mi buen carácter y simpatía cuando ya había elogiado mi conversación culta y mi increíble parecido con la actriz Blanca Lewin -un absoluto producto de su imaginación-. Llegamos, pagué las entradas y le comente que teníamos que decir algo si es que nos preguntaban de dónde nos conocíamos.
Eso fue lo primero que preguntó mi amigo cuando nos encontramos. Leo, como si lo hubiera traído pensado, respondió "en internet". Mi amigo quiso saber más, pero él soslayó las preguntas cambiando rápidamente el tema. Le agradecí que saliera del paso por mí.
Nos reíamos y cantábamos las canciones. Leo dijo que yo cantaba bien, que tenía que cantar una en inglés. Estábamos sentados uno al lado del otro y subió al escenario una pareja a cantar un dueto de MarcAnthony con Jennifer López.
- Si es la versión de salsa, la bailamos-, me invitó. Acepté segura de que la canción sería una balada romántica y de que a la hora de los quihubos no íbamos a bailar. De pronto suena un timbal y la canción cambia totalmente de ritmo. Es salsa. Leo se para y me ofrece su mano sonriendo, como cuando se está segura de que es una pesadez decir "no, gracias". Me paré y bailé con él un poco tullida, medio torpe, pero él era paciente y bailamos sólo pasos simples a los que le aumentaba dificultad a medida que yo lograba incorporar los tropicales movimientos mirando mis pies. Dijo que yo había bailado muy bien y yo hice un gesto de falsa modestia, pero me sentí halagada. Entonces de nuevo la idea: ¿Lo estará haciendo sólo por dinero? ¡"Vil metal"!
Cuando le tocó a él, eligió: Pedro Fernández, canción: Yo no fui. No es lo mío, pero en fin. Se sacó su chaqueta de Tom Cruise y con una camisa negra con dos botones desabrochados se paró en el escenario. Empezó la música e inauguró el número artístico moviendo las caderas girando tal como lo haría el intérprete original de la canción. Y yo lo seguí.
No estábamos aburridos, pero ya era tarde y me preocupaba pagar demasiado. Al fin y al cabo, el servicio es por hora. Tomamos un taxi y Leo volvió a preguntar si yo lo había pasado bien. Otra vez le dije que sí. Pasé por un cajero. De las 7.30 PM a las 2.30 AM correspondían $ 35.000 y se los pasé en el taxi. El me devolvió cinco mil diciendo que pensaba que ganaría menos y que con 30 estaba bien. Nos despedimos. Se bajó del taxi.
Y no, mi amigo arrendado no era raro, es más, era como un amigo perfecto, compañero y sin negativas. Y claro, era obvio, es lo que pasa siempre, era de esperarse: me había enamorado un poco. Fue sólo un poco. Casi nada.
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