Histórico

Claudio Bravo: El chico del Almacén Las Acacias

Esta tarde, el capitán de la Roja se convertirá oficialmente en el arquero menos goleado del torneo hispano. Esta es su historia vital, la de un vuelo con escalas entre Viluco y Barcelona.

En la cancha de fútbol de Viluco está a punto de terminar un partido. Es jueves y feriado, pero las arengas procedentes del recinto se escuchan desde la calle. No es para menos. El pleito está que arde. La austera tribuna, situada en uno de los costados, es patrimonio de los hinchas. De pie frente a ellos, hay un hombre que no para de gesticular, que invade a cada rato la cancha de juego para jalear a los suyos.

Cuando la pelota se pierde por la línea de meta, el hombre aparta por primera vez la mirada del pasto y declara con orgullo: "Así empezó Claudio, jugando fútbol acá. Y en esto consiste el fútbol en Viluco, en compartir". Julio Cornejo es quien hace la afirmación, el primo del capitán de la selección chilena, Claudio Bravo.

Con el pitazo final, comienza la segunda parte de la junta. La entrega del trofeo al jugador más destacado, la foto de rigor y el esperado asado de cordero. "3-2, perdió la casa", confiesa sonriendo uno de los protagonistas, que descansa extenuado sobre la parte trasera de una furgoneta. Observando la estampa, cuesta esfuerzo creer que haya perdido alguien.

A menos de 20 metros de allí se encuentra el almacén Don Lalo. Eduardo Lizana es su propietario. "Era malo para la pelota el cabro", arranca con sarcasmo el tío político del arquero, antes de recuperar la seriedad para rememorar los esforzados comienzos del Cóndor Chico en su tierra natal: "Él aquí jugaba pichanguitas nomás, porque Marcial (su padre) se lo llevó a los nueve años a Colo Colo. Lo de Claudio (Bravo) es un triunfo claro de la perseverancia, de él y de su papá, que es su gran mentor y quien se dio el trabajo de pasarlo a buscar a la escuela, llevarlo a entrenar e ir a buscarlo de vuelta todos los días, desde los 10 años hasta que él tuvo ya la posibilidad de manejar y de moverse solo".

Y es que la de Bravo es la historia de un peregrinaje constante, de un vuelo permanente y contenido. Desde el almacén Las Acacias, situado en una orilla de la carretera que comunica Viluco con Isla de Maipo y que continúa siendo, al mismo tiempo, vivienda y negocio familiar de los padres del arquero, hasta el pasto de Macul, en donde el Monín -como le llamaban en el Cacique por sus ágiles movimientos-, se hizo hombre y portero. "Tenía las condiciones desde chiquitito. El Mateo, el hijo del Claudio, es un retrato de cómo era él cuando chico. Así de ágil y desordenado", explica Don Lalo.

El humo del asado del que están disfrutando los jugadores en la cancha contigua, asciende en espiral colándose en el jardín de la casa de Carlos Pardo, padre de Carla, la esposa del golero. En un pueblo tan pequeño como Viluco, todo parece quedar cerca. Incluso aquellos años, lejanos ya en el tiempo. "Yo conozco a Claudio desde guagua. Y aunque por naturaleza todos cambiamos, él sigue siendo el niño inquieto y revoltoso que se encaramaba por los árboles con una agilidad de gato", comienza a relatar el suegro del jugador. "Él partió jugando en esta cancha porque en esa época participaba de un club que ya no existe, que se llamaba CD Las Acacias, donde dio sus primeros pasitos, su primer puntapié".

Un puntapié que resonó primero en Pedreros, y que terminó cruzando el océano para llegar a España. San Sebastián fue el primer alto en el camino del futbolista, que luego de abandonar el nido albo volvió a echar raíces, como pájaro de tierra. Ocho años en las filas de la Real Sociedad, sin parar de reivindicarse, invirtió Claudio Bravo en preparar su gran vuelo.

"En los ocho años que estuvo en Donostia, en San Sebastián, él creció mucho, se estabilizó con la familia, con mis nietos, con toda la gente, y siguió creciendo", asegura, con conocimiento de causa, Carlos Pardo, antes de revelar la que, en su opinión, fue la verdadera clave del éxito de su yerno: "Yo siempre percibí que fue muy respetuoso con su propia carrera. Él siempre apostó por ir paso a paso. Nunca dijo: mi horizonte es solamente Europa o mi horizonte es solamente Barcelona, sino que en la medida en que fueron dándose las oportunidades, sus expectativas fueron creciendo y trató de seguir mejorando día a día ". Tal vez por eso, porque supo esperar sin desesperarse, terminó llegando su momento.

Más de dos décadas después de aquel primer puntapié en la cancha de Viluco, donde hoy sus vecinos lucen orgullosos un par de guantes con su nombre, Bravo aterrizó en el Camp Nou para defender el arco de uno de los clubes más grandes del Viejo Continente. "Hoy todos los chicos quieren imitarlo. Y es normal. Ser el arquero del Barcelona, ser campeón en España y estar entre los mejores del mundo, no es algo menor", apostilla Don Lalo.

Y no lo es, en efecto, pese a que el golero, con su característica mesura, su aparente hermetismo y su voluntario distanciamiento de los focos y los medios, haga en ocasiones parecerlo. Una actitud reservada que, advierten, "nada tiene que ver con la realidad, cuando lo conoces realmente", pero que, en palabras de su tío, podría haber repercutido en el escaso reconocimiento que, a su juicio, ha tenido a lo largo de los últimos años el arquero en Chile. "Los medios chilenos no han reconocido bien al Claudio. A lo mejor influye que es malo para dar entrevistas y cosas así, pero según mi visión, los medios internacionales han valorado más lo que ha hecho.  Ahora lo van a mostrar, pero ahora que ya lo ganó. En España o en Argentina, por ejemplo, a los ídolos los quieren desde que empiezan, luego los siguen, y si hay que tirarlos para arriba, los tiran para arriba. Aquí en Chile, a veces, parece que somos al revés, que los vemos ahí arriba y los queremos tirar para abajo", sentencia.

Sea como fuere, lo único cierto es que basta con caminar unas cuantas horas por las calles de Viluco para comprender la admiración y respeto que los vecinos profesan a su hijo predilecto. "Claudio es un orgullo para la familia y los vecinos, porque acá están sus raíces y su cuna", finaliza, a modo de resumen, su suegro.

Treinta y dos años después, el chico del almacén Las Acacias, el Cóndor de Viluco, ha conseguido llegar más alto que ningún otro arquero chileno. Volando, pero sin despegar los pies del suelo.

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