Crítica de cine: Final de partida
Un músico joven y cesante vuelve a su pueblo natal y el único trabajo que encuentra es muy singular: aprendiz de un viejo que prepara el cuerpo de los muertos para la sepultura. Lo que podría haber dado material para una comedia negra o una historia de terror, aquí da pie a un hermoso y sencillo drama sobre la conciencia de ser mortales.
Como dice la sabiduría popular, los funerales no son para el muerto, sino para sus deudos. No cumplen la función de homenajear al que partió, sino de consolar a los que se quedan. El señor Sasaki -el dueño del negocio fúnebre- entiende esto a la perfección. Por eso las delicadas ceremonias de limpieza que ejecuta junto a su pupilo tienen la precisión de un procedimiento quirúrgico y la solemnidad de una misa.
Final de Partida -que ganó el Oscar a Mejor Película Extranjera el 2009- es, a la larga, el cruce de dos géneros: el relato de aprendizaje y la historia de crecimiento. El viejo le enseña al joven un oficio basado en la práctica. El joven, por su parte, asume dolores antiguos que había aprendido a esconder.
El director Takita (responsable de más de 30 filmes y desconocido en Chile) filma aquí el mejor tipo de fábula moral, aquella que deja traslucir su filosofía no a través de arengas, sino de acciones. Un personaje mira a un costado para no incomodar el llanto de su prójimo y el gesto dice más que un millón de frases para el bronce.
La película no alcanza la perfección de Ikiru (1952), de Kurosawa, ese otro gran vistazo del cine japonés a la aceptación de la muerte. Pero es un drama tan sólido, despojado y digno como las ceremonias que sus personajes ejecutan. Uno de los pocos imperdibles del año (Daniel Villalobos).
Director: Yojiro Takita
Actores: Masahiro Motoki, Tsutomu Yamazaki.
Duración: 130 minutos.
Producción: Japón.
Calificación: TE+7
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