El cura Berríos
La derecha puede aprender de Felipe Berríos: debe saber escandalizarse de los problemas y no sólo de las soluciones que están discutiéndose.
LUEGO DE cuatro años en Africa, Felipe Berríos vuelve al ataque. Quienes especularon que su salida de Chile se debió a sus constantes polémicas, se equivocaron. El sacerdote jesuita aterrizó recargado, cosa que quedó de manifiesto en su primera entrevista -en el programa "El Informante"-, donde disparó opiniones sobre el rol de la Iglesia, el aborto, los homosexuales, sumando a ello su ya clásica crítica a la "cota mil", apelativo que el mismo acuñó hace algún tiempo.
No deja de ser interesante lo que sucede con Berríos. Sus declaraciones son siempre un dolor de cabeza para la derecha, especialmente la más conservadora, pero también se trata de una persona que se mueve con soltura entre los círculos de poder, dentro de los cuales tiene muchos amigos y defensores. Quizás por ello sus palabras sacan titulares y son tema de álgidas conversaciones. Porque, al final, se trata de un cura poderoso, con buenas conexiones en la misma cota mil, a la que no duda en calificar de clasista, de insensible, ahora, incluso inmoral. Se convierte así, en una piedra en el zapato para la elite.
Más allá de sus palabras, hay algo que la derecha puede aprender de Berríos. El sacerdote es básicamente un provocador. El se escandaliza de los temas más polémicos que cruzan la sociedad y que son evidentes, como la mala calidad de la educación pública, la discriminación de las personas por su origen social, los abusos. Es cierto, en el camino deja demasiados heridos, porque lo suyo no es con bisturí. Pero el efecto es potente: coloca temas en la agenda con una fuerza sin precedente.
La derecha, por su parte, es poco amiga del escándalo. Incluso cuando reconoce injusticias, prefiere irse por el lado, con un lenguaje tan moderado, tan débil, que termina siendo acusada de cómplice. Si, por ejemplo, alguien ataca los abusos de las Isapres -que todos comparten-, prefieren hablar de las bondades del sistema privado de salud. Si se denuncia la mala calidad de la educación pública, entonces defienden la pertinencia de los colegios particulares. En fin, si alguien critica los problemas del modelo económico -que existen-, lo toman como una amenaza mortal.
Pues bien, el resultado de esto es justo el que quieren evitar. Como no denuncian los problemas con fuerza, su aporte a la discusión es nulo. Se impone así la visión de los otros que, como Berríos, ve el origen de todos los males en esta actitud que aparece como protegiendo el estatus actual -los privilegios-; por ello, es fácil pasar a atacar el modelo que tanto adoran. Bueno, es claro que llegó el momento de cambiar la estrategia. La derecha debe saber escandalizarse de los problemas y no sólo de las soluciones que se están discutiendo. Y desde ahí, desde el reconocimiento de que hay cosas evidentes que mejorar, plantear caminos alternativos que existen para abordarlos. En otras palabras, hay que entrar a la misma cancha de Berríos y tratar de ganar. Quedarse fuera de los temas es estar al borde de la cancha. Es no competir, algo que siempre ha sido un pecado mayor para los defensores del mercado.
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